A partir de la década de 1980, los gobiernos,
los grupos directivos, y los intelectuales junto a organismos internacionales
como la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la
Cultura (UNESCO por sus siglas en ingles), la Organización para la Cooperación
y el Desarrollo Económico (OECD, por sus siglas en ingles), el Banco Mundial y
El Banco Interamericano de Desarrollo- han empezado a identificar a la
educación como el principal instrumento para el desarrollo de los países, el
crecimiento de las economías, el aumento de la productividad y para superar o,
al menos estrechar, el abismo interno de la pobreza y el externo del
conocimiento y tecnología que separa a los países desarrollados de aquellos en
vías de desarrollo.
Históricamente, la temática curricular surge
como parte de un proceso internacional más amplio en el que se generalizan
varios aportes de la teoría educativa que se venía construyendo en Estados
Unidos en el marco de la industrialización monopólica que se da en aquella
nación en el siglo XX. Esto provocó que surgiera un pensamiento educativo
amplio desarrollado de cara a las demandas sociales y educativas que la
industrialización fue estableciendo, como parte de las aspiraciones de una
sociedad democrática y para el progreso.
Desde entonces, diversos investigadores se
dieron a la tarea de incorporar diversos elementos al debate curricular,
sobresale, como un primer acercamiento al enfoque de competencias, Franklin
Bobbit con su propuesta de indagar las actividades que desempeña un egresado
para establecerlas como referencia en un diseño curricular.
Para una mejor comprensión no hay que perder
de vista que en el campo curricular -en los sesenta en Estados Unidos y en los
setenta en México- se concentraba en sus aspectos técnicos, como una expresión
de un pragmatismo que paulatinamente se reducía a una visión sólo tecnocrática
y circunscribía la recesión a un problema de clasificación de comportamientos,
traducidos posteriormente a objetivos conductuales.
A diferencia de ello, la reforma educativa de
la década de 1990 se encuentra matizada por los efectos de la globalización
mundial -como interrelación económica, cultural y política-, así como por las
exigencias que la llamada tercera revolución industrial -la producida por la
inteligencia artificial, la microelectrónica y
superconductividad, las tecnologías de la
información- que en última instancia modifican los procesos productivos y por
ende los procesos educativos. Al mismo
tiempo, los sistemas educativos están siendo
presionados para que resuelvan los problemas a los que se ven enfrentados, los
cuales nacen referencia al incremento
de la ineficiencia externa o baja pertinencia
de los sistemas educativos; la ineficiencia interna, tanto en lo que respecta a
los flujos educativos, como al uso de recursos limitados de todos tipos; la baja
calidad de la educación; la inequidad de los procesos, y limitada capacidad de
gestión institucional.
En Latinoamérica el reto es mayor ya que a lo
anterior hay que sumar la cobertura insuficiente, las altas tasas de deserción,
los resultados insatisfactorios del
aprendizaje, las limitaciones de recursos
humanos y materiales, la débil articulación entre los niveles del sistema y de
este con el entorno (particularmente el mercado de trabajo), así como una
escasa producción de conocimientos para mejorar los procesos de enseñanza y
aprendizaje, de hecho, más allá del uso ocasional de computadoras en el aula
los métodos de enseñanza y los currícula permanecen prácticamente intocados.
Para tener una idea del potencial de
desarrollo e impacto que tiene la educación, hay que considerar que, entre las
variables que explican el desarrollo de un país está la escolaridad de los
adultos (entendida esta en un sentido amplio más allá de los años de asistencia
a la escuela); de hecho, la variable educativa llega a explicar hasta un 20% de
la varianza de las variables relacionadas con el desarrollo económico.
Juan Prawda, en su trabajo “Educación,
productividad y empleo: retos para el sistema educativo", llega a las
siguientes conclusiones:
·
La educación
genera externalidades de desarrollo social que se acentúan a medida que el
contexto es socialmente más desarrollado. De hecho los países más desarrollados
tienen una base educativa más desarrollada y equitativa, lo cual significa un
menor analfabetismo adulto, un mayor acceso de las mujeres al sistema educativo
y una mayor cobertura del grupo correspondiente en la educación superior.
·
Existe una
interdependencia sistémica entre desarrollo económico y social. Lo cual implica
abordar de una manera prospectiva, frontal, sistémica y creativa los problemas
de baja eficiencia externa, baja eficiencia interna, baja calidad, inequidad y
limitada capacidad institucional.
·
Los cambios
del mundo actual obligan a una constante reflexión y redefinición de los
paradigmas educativos en torno al individuo como un ente humano, social y
productivo. Respecto al aspecto humano se busca que los sistemas educativos
induzcan y/o refuercen las habilidades de comunicación verbal y escrita,
escuchar, pensar creativa y constructivamente, decidir, resolver problemas,
gestionar y aprender a aprender. Respecto del aspecto social lo que se busca
fomentar es la autoestima, el respeto a terceros (personas y naturaleza),
integridad, honestidad, responsabilidad y aprecio por la identidad histórica y
cultural. Por último, en cuanto al aspecto productivo, se busca que la
educación genere personas capaces de identificar situaciones (aprender a
diagnosticar), organizar, planificar, asignar racionalmente los recursos,
trabajar con otros, allegarse y utilizar creativamente la información,
interpretar interrelaciones sistémicas y aprender nuevas tecnologías.
·
Las reformas
educativas deben ser abordadas de forma sistémica, en primer lugar optando por
profundidad curricular en vez de extensión curricular, en segundo lugar
buscando imbuir las competencias que se han definido tanto a nivel humano como a
nivel social y productivo con base en procesos de aprendizaje participativos e
inquisitivos entre los alumnos, en tercer lugar incrementando el contacto
efectivo del maestro con el alumno en el aula, y por último, bifurcando las
opciones para el estudiante después de diez grados de educación básica.
Los sistemas educativos son cruciales de cara
a la era de la información, ya tienen el potencial de relacionar directamente
conocimiento con la productividad. De la
misma forma, la educación ya no puede
circunscribirse a la técnica o los conocimientos, sino que debe tener en cuenta
una visión holística de los procesos
formativos, donde los objetivos son tanto conocimientos y comportamientos, como
actitudes y voluntades, todo ello con la finalidad de contribuir eficientemente a
la formación de profesionistas-personas completas.
Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
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