La administración de
una universidad no es poca cosa, no solo hablamos de una entidad en la que
convergen recursos humanos, materiales y financieros, sino de una institución
cuyos alcances tienen que ver con la formación, la investigación y la extensión
de la ciencia y la cultura y cuyos efectos la trascienden en el tiempo y en el
espacio, en este sentido todos esperaríamos que quienes están al frente de ella
fueran lo mejor de lo mejor tanto personal como profesionalmente hablando.
Cuando se va a
adquirir un bien o un servicio, y está en posibilidad de elegir libremente de
entre varios con el mismo precio, uno siempre se inclina por aquel que
represente las mejores características o condiciones. Pero imaginemos una
situación en la cual, aunque hubieran varios productos o servicios del mismo
precio se nos obligara a escoger solo de entre un grupo de ellos sin
posibilidad así de elegir de entre todos, realmente estaríamos en una situación
bastante desventajosa, situación que desafortunadamente algunas universidades
no solo enfrentan sino que incluso promueven.
En una ocasión, de
visita por una universidad, me tocó ver una convocatoria para renovar ciertos
cuadros directivos de alto nivel, lo que más me llamó la atención fue que de
entre todos los requisitos (los cuales eran por demás lógicos, deseables e
incluso exigibles) había uno referido a que fuese parte de la institución.
Preguntando a quien me había invitado me argumentó a favor de que fueran los
mismos miembros de la institución los que, en reconocimiento de sus
trayectorias y capacidades, fueran promovidos a puestos directivos.
A mi pregunta de por
qué no se abría ese proceso a la comunidad externa para que participara quien
quisiera me argumentó aún más sobre las bondades (que por cierto no vi por
ningún lado) de que fuera gente que conocía a la institución la que fuera
promovida, amén de que no fuera justo que viniera gente de fuera cuando ahí
dentro había recurso calificado y cualificado más que de sobra.
Como invitado no
entré en polémica, pero el argumento esgrimido no era convincente e incluso ni
siquiera creíble: Si la gente interna en efecto estaba tan calificada y
cualificada como se me argumentaba, no había justificación entonces para que no
pudiera competir con gente incluso de fuera de la institución.
Pero vayamos más allá
en este pensamiento. Supongamos que uno se va a someter a una operación de
riesgo, digamos del corazón, si pudiéramos escoger (es decir, si tuviéramos la
capacidad financiera para pagar por el servicio que quisiéramos) ¿no
elegiríamos al mejor médico que estuviera calificado para ello? Ahora
imaginemos que nos dan a escoger, no de entre los mejores médicos, sino de un
grupo que por X, Y o Z es del cual podemos elegir, realmente sería una
situación bastante incomprensible, entonces ¿por qué temer a la competencia y
privar a una universidad de que realmente quienes están al frente de procesos
claves sean lo mejor de lo mejor?
Ahora bien, para
estar seguros de que son lo mejor de lo mejor la premisa básica es que la
competencia sea abierta y los candidatos medidos, si: en igualdad de
condiciones, pero también con altos estándares para que solo llegue quien debe
llegar. De nuevo veamos el punto: una universidad puede (énfasis en puede) elegir, tiene los recursos (el
sueldo asignado para tal o cual puesto),
entonces ¿por qué limitar esa elección solo “a lo que está dentro”?
¿Cuál sería realmente un argumento de peso para impedirle a la universidad
elegir de entre todas las opciones (internas y externas) a las que tiene
acceso, lo mejor? Pensar “solo aquí, para ver si alguna vez me toca” es una
manera individualista, egoísta y limitada de ver las cosas, pensar “que esté el
mejor, venga de donde venga” es una forma institucional, generosa y trascedente
de abordar el asunto.
Cualquier argumento
en pro de la restricción en procesos
de selección de funcionarios como los que hemos abordado en el presente
artículo es salvable, creo que es más lo que se gana con la competencia franca
y abierta que lo que se pone en riesgo (si es que realmente hay algo que se
ponga en riesgo), y, sobre todo en las universidades públicas, creo que la
sociedad merece que al frente de los procesos claves de la institución que es
sufragada con sus recursos y que tiene en sus manos la formación de los futuros
profesionistas esté lo mejor de lo mejor.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
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• I+D+i • Consultoría
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