Cualquier
definición que obtengamos de lo que es una organización nos hablará, palabras
más palabras menos, de una confluencia de recursos humanos, materiales y
financieros encaminados al logro de metas y objetivos grupales, en ese sentido
el tiempo dedicado a las actividades es un recurso a cuidar, pero en el caso de
las universidades un recurso cuyo “cuidado” se vuelve tan flexible como la
naturaleza misma de la actividad en que está endosado.
Con
el advenimiento de la sociedad industrial una nueva concepción del tiempo se
hizo presente: los horarios laborales. Los horarios laborales buscan optimizar
los recursos con que cuenta la empresa, no solo en cuanto al tiempo sino
incluso otros recursos que se ven afectados por esto y que le cuestan a la
empresa e instituciones como luz, agua, teléfono, etc. La idea detrás de los
horarios laborales es perfectamente entendible, pero también debe ser
entendible la evolución que muchas actividades del ser humano han hecho y que
afectan la concepción rígida de los horarios laborales, caso específico el de
las universidades.
La
función de la universidad ha evolucionado conforme las necesidades de la
sociedad lo han ido haciendo. De un inicio meramente formativo ha avanzado a
cuestiones de investigación (ahora incluso llamado a esto innovación) y de
extensión de la ciencia y la cultura a la sociedad. La primera etapa formativa
requería que quienes colaboraban con este proceso cumplieran un horario rígido
pues tenían que estar en un lugar dado a una hora dada para cumplir esto.
Las
actividades posteriores de investigación y de extensión flexibilizaron un poco
esto pero aún persiste en la mente de muchas universidades la noción de un
horario donde el mismo implique que quien trabaja en la universidad físicamente
debe encontrarse en ella para realizar tal actividad, lo cual ya no es
pertinente. Si incluso la actividad relacionada con la formación ha
evolucionado en el caso de los procesos formativos asincrónicos para quitarse
las cadenas del tiempo y del espacio, con más razón las otras actividades.
Esto
no quiere decir que el maestro no dedique el tiempo por el cual la universidad
le paga a desarrollar lo que está obligado, pero sí obliga a pensar más que en
procesos en resultados. La universidad
debe moverse hacia nociones que impliquen evaluación de desempeños donde se
refleje la productividad pertinente de quienes laboran en ella.
Los
procesos de investigación y de extensión tienen un alto cariz de vinculación
externa donde los horarios son establecidos con la contraparte con las cuales
nos relacionamos, por lo que pensar en un horario donde la universidad dice y
hace es prácticamente imposible de diseñar y mucho menos de seguir.
A
lo que me refiero es que no se puede pensar en que la universidad tenga puesto
el ojo y el control en un horario cuando todo va encauzado más bien a los
resultados que ese horario debe dar. El pensar de la primera forma es concebir
que el pago sea por las horas cuando más bien es por los resultados que las
mismas horas laboradas arrojan. Horas que bien pueden laborarse en otro lugar
que no sean las instalaciones universitarias, por ejemplo cuando hablamos de la
investigación o la vinculación.
De
manera personal creo que los únicos momentos rígidos en el horario en el
sentido de la permanencia física de quien labora en una universidad en la misma
son aquellos que se refiere a las clases cuando éstas son presenciales y a la
atención a los alumnos, de ahí en fuera la flexibilidad de los mismos debe ser
tal que permita al profesor investigador moverse libremente con la vista y el
compromiso puesto en los resultados.
La
cuestión de los horarios, o más bien como me gusta llamarlo: del recurso tiempo
por el que a quien labora en una universidad le pagan, debe estar en función de
los resultados que presente, siendo su permanencia física en la universidad tan
flexible como las actividades mismas que realice.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Este
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