No
cabe duda que una de las labores más complicadas de todo proceso formativo,
sobre todo a nivel superior, estriba precisamente en la generación de programas
de curso cuyos contenidos sean actuales ya que de otra forma el tiempo dedicado
a esos procesos formativos estarán rezagados respecto de la realidad,
curiosamente en muchas universidades contamos con programas según esto
actualizados que llevan años de atraso respecto de la realidad.
En
una ocasión viendo una fecha en un programa de curso pregunté qué significaba
eso. Mi interlocutor me explicó que los programas de curso cuentan con una
fecha de generación (que es cuando se hace) y otra de revisión (que es cuando
se revisa, si es que se revisa). Ahondando un poco más en esto se me informó
que la universidad realiza más o menos cada cinco o seis años lo que se conoce
como generación de nuevos planes de estudio. Simplemente me quedé mudo: ¡cinco
o seis años para actualizar lo que se está enseñando es demasiado en un mundo
como el que actualmente vivimos!
Hasta
hace algunas décadas las universidades podían bien darse el lujo de
prácticamente no cambiar ni sus planes de estudio, ni sus programas académicos,
ni sus contenidos instruccionales ya que la información podía durar años y años
y años sin cambiar. A raíz de la vorágine de cambios, del nuevo dinamismo de la
vida, y de la exponencial generación de información, muchas adoptaron la “sana”
práctica de revisar sus planes de estudio cada cierto tiempo para actualizarlos
y con esto estar al día.
Pensemos
en esto: para poder generar un contenido instruccional se requiere que la
información (cualquier tipo de información) ya haya sido generada, aplicada,
validada, lo cual lleva en la práctica cierto tiempo. Si a eso le aunamos que
en muchas universidades esa revisión se da cada cuatro, cinco, seis años o más
bien podemos tener la perspectiva de la enorme, tremenda, brecha que existirá
en cuanto a la pertinencia de los planes y programas académico con relación a
la realidad del mundo.
Cada
quien haga el siguiente ejercicio: tome cualquier programa de curso y vea (si
es que el mismo indica fechas de generación y/o revisión), el tiempo que ha
transcurrido entre que se hizo o se actualizó y el momento actual y decida por
sí mismo si considera que la información o más bien la formación que se le de,
será pertinente.
La
dinámica de la actualización institucional de planes y programas (meter a toda
la universidad cada cierto tiempo en estos procesos), es algo no solo que ya
está superado sino que resulta impráctico tanto para la vida institucional como
para el requerimiento de planes y programas de estudio actualizados.
¿Entonces?
Dejemos de pensar en los esquemas tradicionales donde la información cambia
poco con el tiempo, donde puede esperar uno hasta generar un bloque de
conocimiento que impacte realmente, o donde las necesidades de la sociedad no
se modifican grandemente. En un ambiente dinámico como el actual y con la
enorme responsabilidad que tienen las universidades ante quienes ven en ellas
la formación requerida, los planes y programas de estudios deben estar
constantemente actualizados, no actualizados cada cuatro, cinco o seis años.
Maneras
de lograr lo anterior hay muchas, quienes tienen el referente de las necesidades
reales del mundo lo saben (capacitadores, consultores y demás), pues bien, esa
misma dinámica puede, perdón: debe llevarse a las universidades para que éstas
puedan contar en todo momento con planes y programas de estudios relevantes,
pertinentes y coherentes.
La
responsabilidad de la universidad, hablando solo de su función sustantiva
relativa a la formación, no termina en presentar esquemas de habilitación
profesional sino esquemas actuales de habilitación profesional sustentados en
la relevancia, la pertinencia y la coherencia, y para ello la dinámica de la
permanente actualización de sus planes y programas de estudios es algo de vital
importancia.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
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• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
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