Dado que el proceso
enseñanza-aprendizaje conlleva la interacción maestro-alumno, es necesario, en
una primera instancia, tener un acercamiento conceptual tanto a estos actores
como hacia el proceso mismo. La globalización y la era de la información han traído
consigo nuevos retos y nuevas definiciones acerca de las formas de pensar y
hacer; para incursionar exitosamente en ese mundo globalizado y estar en
posición de responder eficientemente a las nuevas exigencias tanto personales
como profesionales, es menester que los paradigmas que rigen la forma de pensar
y hacer que tiendan a reconformarse.
Un paradigma no es sino un concepto hacia el cual se ciñen los
pensamientos y las actitudes, es así que si éstos últimos deben tener que ser
otros, el primero debe también de cambiar. Los principales cambios que pueden
ser observados en la era actual pueden enfocarse tanto hacia el ámbito
laboral-profesional como hacia el ámbito personal. En el campo
laboral-profesional se exige individuos flexibles de pensamiento, proactivos,
críticos, creativos y eficientes, en cuanto al aspecto personal, los individuos
buscan cada vez su autorrealización, el sentirse bien consigo mismos, el
trascender, el ser dueños y arquitectos de su propio destino, siendo necesario
ajustar ambas exigencias para responder consensuadamente a ellas.
El
docente antes de serlo: Dr. Jeckyll & Mr. Hyde. En el proceso enseñanza-aprendizaje, el docente
juega un papel preponderante, siendo el sujeto que puede llegar a facilitar en
gran medida el desarrollo de las competencias y el fomento de la realización
personal. Ahora bien, el docente no solo debe de poseer los conocimientos, las
habilidades, las actitudes y los valores que desea que se formen en los futuros
profesionistas, sino tener esa vocación hacia la docencia, ese corazón por el
camino docente que lo lleva a ver cómo es que las cosas pueden hacerse mejor
tanto para sí mismo como para sus alumnos, cuidándose mucho de contraer el
síndrome del Dr. Jeckyll & Mr. Hyde. Este síndrome toma su nombre de la
historia de Robert Louis Stevenson en la cual el Dr. Jeckyll, que es una persona gentil y
atenta, se transforma mediante la ingestión de una pócima en el nefasto y
terrible Mr. Hyde. Con el docente puede pasar lo mismo si pierde de vista su
función y las nuevas exigencias del medio. El docente, antes de serlo ha
desempeñado dos papeles: el de alumno y el de profesionista. Como alumno se da
cuenta de procedimientos, metodologías y actividades que no contribuyen a su
formación profesional y personal, sino más bien se enfocan a cumplir con reglas
y criterios muchas veces sin un sentido de fondo o bien ya superadas por los
tiempos, aún así, nada más llega a la docencia retoma el papel de maestro y
continua con el desarrollo de esos procedimientos, metodologías y actividades
con las cuales en su momento no estuvo de acuerdo.
Como profesional sucede algo similar, el
profesionista es consciente de que una vez en el campo laboral, tanto los
procesos de aprendizaje como de evaluación y desempeño difieren considerablemente
de los modelos tradicionales docentes, aún así, una vez que entra como docente
no es capaz de hacer los cambios necesarios para que el proceso sea más
eficiente y continúa con los paradigmas anteriores; en este mismo sentido,
docentes que en su campo laboral han tenido la oportunidad de adiestrar a
quienes se inician en la profesión utilizan técnicas mucho más innovadoras y
efectivas que una vez que ingresan como docentes formales en alguna
institución. Este es el síndrome del Dr.
Jeckyll & Mr Hyde: Un docente que antes de serlo es flexible, creativo y
hasta más eficiente. Para ello nada mejor que plantearse y replantearse las
premisas de evaluar tanto los procedimientos, la metodología y las actividades
docentes a la luz tanto del desempeño profesional
en la realidad como de la lógica y el sentido común.
¿Para
qué está la escuela? Otro paradigma que
requiere ser revisado a la luz de los cambios comentados es el de la escuela. A
la pregunta ¿para qué esta la escuela?, las respuestas “tradicionales” van
desde que está para la formación de profesionistas hasta el hecho de cumplir
con una función social educativa. Pero un análisis más profundo y realista
presenta a la escuela como un centro muy complejo de relaciones interpersonales
que van más allá de las concepciones formalistas. La escuela es un área donde
lo mismo se forman profesionistas que relaciones humanas, un lugar donde se va
aprovechar el tiempo, lo mismo que a pasar el tiempo, un lugar que genera
personas mejores lo mismo que deja a las personas igual. Ya en otras ocasiones
hemos señalado que las personas en la actualidad buscan ser las arquitectas de
su propio destino, esto solo se logra dándole a cada una la responsabilidad de
su vida bajo guías mínimas de relación. Una escuela con muchas reglas y
políticas restrictivas de la libertad personal en aras de los logros u
objetivos institucionales o sociales no estará forjando gente responsable, solo
gente pasiva, expectante de las reglas de conducta para cumplirlas sin un
sentido de trascendencia como tales. Las concepciones acerca de la escuela
tanto del docente como del alumno difieren grandemente, no siendo ninguna la
poseedora indiscutible de la verdad, sino siendo más bien parte de la
percepción personal de la realidad.
La escuela como
centro de desarrollo humano debe compensar tanto el aspecto profesional como el
aspecto personal con reglas mínimas que tiendan más bien a proteger los
derechos de los demás, pero hagan responsable al alumno de su proceso de
aprendizaje, a sus tiempos, y dependiendo de sus intereses. Es así que el
binomio libertad-responsabilidad debe ser manejado con sumo cuidado para que el
docente no tome sobre sí las responsabilidades de los alumnos (como el llegar
temprano o hacer las tareas), más sin embargo sí desempeñar su papel de
validador del desarrollo de las competencias profesionales. Cada alumno tiene
intereses diferentes, estilos de aprendizaje diferentes y tiempos de desarrollo
diferentes, la escuela y el docente lo más que pueden hacer es el proporcionar los
elementos idóneos donde el alumno desarrolle las competencias que requiere para
su desempeño profesional y actuar como validadores de los resultados del
proceso, pero es el alumno quien decide cuándo y cuánto participar en el mismo,
haciéndose responsable de los resultados que obtenga.
La
danza Maestro-Alumno. Otro punto que se
debe considerar es la relación maestro-alumno. Hasta el paradigma anterior el
maestro era el que decidía qué se iba a hacer y el que otorgaba calificaciones
en función de la respuesta de los alumnos a los criterios por él establecido,
por su parte el alumno desempeñaba un papel pasivo-reactivo donde no había
convencimiento en lo que se hacía salvo por el hecho de que si no se hacía no
se obtenía la aprobación del maestro. En el nuevo paradigma el maestro debe ser
capaz de bajar de su pedestal y de correr los riesgos de una evaluación
centrada en el estudiante y en los resultados. El proceso ya no puede girar en
lo que hizo o dejó de hacer el maestro o en si cumplió o no los programas o las
reglas, sino en si el alumno desarrolló las competencias que requiere. Para
ello los cambios en la relación deben ser consecuentes con las actitudes y
valores que se desean formar.
El docente debe ser
capaz de dejar su pequeño poder para ingresar en un área de servicio; debe
considerar al alumno como una persona capaz, libre y dueña de su destino y no
como alguien que debe hablar cuando aquel se lo diga y callar cuando se le
señale. La relación maestro-alumno debe darse entre iguales, siendo uno de
ellos el más experimentado para proponer los medios para el desarrollo de las
competencias, pero sin llegar a ser el que coarte la acción y el proceso
personalísimo del otro. Para ello el docente requiere hacer una reingeniería
donde evalúe cada actividad que realiza, así como cada paradigma que tenga del
proceso, a la luz de los cambios que caracterizan lo mismo al mundo globalizado
actual y la era de la información, como a los nuevos perfiles que han comenzado
a desarrollar tanto las profesiones como las personas.
Educación,
¿con qué se come? Por último, en el nuevo paradigma la
educación adquiere también un nuevo significado. Ya no es la simple transmisión
de conocimientos o el simple desarrollo de una forma de hacer las cosas, ahora
conlleva el forjar individuos capaces de aprender por sí mismos, de desarrollar
nuevas formas de pensamiento, de romper con esquemas a la vez que se proponen
otros y de trascender en todos los ámbitos de su vida. La educación pasa a ser
un proceso de libertad para experimentar y de respeto al aprendizaje. La educación
se convierte en un área de interacción humana donde si bien cada quien tiene
sus ideas, valores y ritmos, el fin común viene siendo el desarrollo de las
competencias profesionales necesarias para el desempeño laboral. Tal y como se estableció anteriormente, en
este nuevo paradigma la educación se vuelve flexible, riesgosa, propositiva,
creativa, holística y trascendental; se transforma en algo más difícil, pero a
la vez más enriquecedor. Difícil para el maestro porque tiene que desprenderse
de esa aura de “yo-se-como-debe-hacerse-todo” y de su pequeño poder en aras de
una libertad creciente en el alumno, y difícil para el alumno ya que tiene que
hacerse cargo de su vida y desarrollar esa responsabilidad ante las decisiones
que tome; pero a la vez más enriquecedor porque todos los actores participantes
desarrollan sus potencialidades, se equivocan,
aprenden, se tratan como personas, y adquieren las cualidades requeridas
en el mundo globalizado actual de la era de la información.
Los nuevos retos
educativos y las nuevas definiciones laborales que nos ha traído la
globalización y la era de la información de generar individuos flexibles de
pensamiento, proactivos, críticos, creativos y eficientes, así como las
necesidades personales de autorrealización, sentirse bien consigo mismos,
trascender, o ser dueños y arquitectos de su propio destino, hacen imperante
una redefinición de los paradigmas que rigen la forma de pensar y hacer para
ajustar ambas exigencias y responder
consensuadamente a ellas.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
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Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
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