Hablando del valor de la inclusión,
comentábamos en el artículo anterior que la
inclusión, vista como la apertura y la promoción a la participación de
todos los integrantes de una comunidad independientemente de sus posturas, se
sustenta en las premisas de la equidad y la justicia. Después de todo las
divergencias en el pensar enriquecen las argumentaciones y permiten entre todos
construir algo más grande al trabajar en conjunto por un proyecto común. La
inclusión implica la valoración de posturas razonadas y sustentadas enmarcadas
en la legalidad, la justicia y la veracidad, de ahí en fuera no puede haber
inclusión que justifique minar la misma sociedad con posturas contrarias a esos
principios
Continuando
con nuestra serie dedicada a los valores docentes, en esta ocasión hablaremos
del valor de la rendición de cuentas.
La rendición de cuentas es el
referente por el cual un funcionario, un empresario, un político es evaluado
durante su gestión al comparar los resultados obtenidos contra los resultados
esperados. Cualquier autoridad, sea del nivel que sea, debe estar dispuesto a
responder de sus actos y cuidar no solo el alcanzar las metas que se han
establecido, sino alcanzarlas dentro de un ambiente de respeto, orden y
legalidad. La rendición de cuentas es la manera es que se evalúan los dichos,
es la manera tangible en que la capacidad de alguien es medida, y es el
termómetro final al que confiadamente debe someterse quien de manera correcta
hace las cosas.
La rendición de cuentas permite
evaluar dos puntos nodales de quien se ostenta como líder: su capacidad para
trazar metas y acciones para lograrlas, y su capacidad para realizar tales
acciones y alcanzar la meta trazada. Si bien pareciera que se trata de lo mismo
son dos cosas diferentes, la primera tiene que ver con la planeación
estratégica (metas, objetivos, procesos, personas, recursos) y la segunda con
la eficiente aplicación de todo lo anterior para alcanzar la meta fijada. Pero
con todo, la rendición de cuentas va más allá ya que es un paso adicional a los
dos anteriores (uno el planear, el otro el lograr), y este paso se refiere al
informar.
Ahora bien, ese informar debe hacerse
de manera objetiva, mensurable, y verificable. Es muy fácil que las personas se
den cuenta cuando alguien blofea o más comúnmente, solo "echa rollo".
Cuando lo que se dice no es tangible, medible o siquiera verificable, se está
ante meras pretensiones de mostrarse como alguien de éxito sin que nada
sustente eso.
Objetiva. Cuando mencionamos que la
rendición de cuentas debe ser objetiva nos estamos refiriendo que la misma debe
referirse a cosas concretas, no a ideas o conceptos abstractos que si bien
pueden servir de referente inicial por su misma naturaleza no puede manejarse
una evaluación del desempeño personal o grupal. Por ejemplo, no es lo mismo
decir que se desarrollo la capacidad empresarial de una comunidad a decir que
se establecieron empresas familiares con apoyos de microcréditos.
Mensurable. A la objetividad le debe
ir aparejada la mensurabilidad de los logros obtenidos, si no hay una medición
¿cómo se va a evaluar un desempeño? Siguiendo el mismo ejemplo anterior, al
logro del establecimiento de empresas familiares le faltaría señalar la
cantidad de empresas establecidas. Es así como la mensurabilidad se refiere a
la característica que otorga la valuación concreta de una meta alcanzada.
Verificable. La última característica
de la rendición de cuentas y que concatena las dos anteriores, es la de la
verificabilidad, si un desempeño es objetivo e incluso mensurable, pero no hay
manera de verificarlo, queda en nada. La verificabilidad es la característica
que permite revisar lo dicho y constatar lo señalado en una rendición de
cuentas, de ahí que la información para ello debe estar disponible de otra
forma el proceso de la rendición de cuentas queda trunco.
Ahora bien, y esto es muy importante,
los logros de quien lidera procesos (sea éste un empresario, un político o un
funcionario) siempre se sustenta en el trabajo que el equipo haya efectuado, es
decir, se trata de la suma de los esfuerzos del equipo con el que cuenta, en
ese sentido no todo el mérito le pertenece sino que el mismo es compartido por
sus colaboradores.
El docente debe tener esto en mente
ante los resultados académicos, ya que una parte dependerá de la labor que como
tal efectúe, pero otra se referirá a las acciones que sus alumnos realicen, es
así que todo desempeño grupal va aparejado por el trabajo de ambos actores:
maestro y alumno.
Lo anterior es mucho muy importante
pues señala claramente que una parte del esfuerzo corresponde al maestro pero
otra es indiscutiblemente responsabilidad del alumno, siendo que si éste último
no hace su parte no es responsabilidad del maestro sino una responsabilidad que
debe cargar el alumno como tal.
La rendición de cuentas como valor se
va conformando desde la escuela (y más aún desde el hogar) pues conlleva el
carácter de aceptar la responsabilidad por las acciones propias y sus
resultados. Como alumno, cargar sobre el maestro todas las responsabilidades
por el mal desempeño de uno, solo muestra poco desarrollo del carácter como
persona para responsabilizar a cada quien de sus acciones; es por ello que
tanto el maestro como el alumno deben desarrollar lo que le corresponda y
aceptar los resultados de sus acciones, después de todo eso se reflejará en su
vida profesional.
Tomando este último punto, el de la
vida profesional, la rendición de cuentas será un referente de la capacidad de
la persona misma, y sí esta rendición de cuentas se efectúa de manera espontánea,
es decir, si no se está obligado a ello, será doblemente meritorio ya que se
efectuará sin que exista un elemento coercitivo para ello.
Por último, en su más alta concepción,
la rendición de cuentas no solo debe referirse a lo logrado sino también a lo
no alcanzado. Los errores, las faltas, o las metas no alcanzadas también
deberían formar parte de esa rendición de cuentas, después de todo no siempre
se tiene éxito en las acciones. Pero como dijimos, eso es en una alta
concepción filosófica y moral, contentémonos con que al menos la rendición de
cuentas se dé y que esta sea objetiva, mensurable y verificable.
En el siguiente
artículo, el último de esta serie de seis, hablaremos del valor de la
transparencia.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
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