La labor docente no solo tiene un carácter
noble cuando responde a una vocación, sino eminentemente práctico cuando quien
la desempeña tiene el conocimiento y la experiencia que le permiten formar y
forjar a los futuros profesionistas.
Lo he comentado en otras ocasiones, ser
docente no es una tarea fácil en el sentido práctico de los resultados
inmediatos, es una labor trascendente que requiere de vocación y donde los
resultados tardan años, en ocasiones muchos años, en ser palpables.
Pero independientemente de ello, quienes
tienen esa vocación, buscan en todo momento y ante toda circunstancia, el dar
lo mejor de sí para la formación de los futuros profesionistas,
desafortunadamente, como dice el dicho, “nadie da lo que no tiene”, por lo que
el docente universitario debe conjugar, aparte de la necesaria vocación, la
experiencia y el conocimiento.
Todo mundo en determinado momento puede
aprender cómo hacer algo, aprender en teoría, lo interesante (y la prueba de
fuego para la teoría), es cuando ésta se pone en práctica, de la misma forma la
prueba de fuego para el docente universitario es cuando éste incorpora la
experiencia con su formación.
Un consejo (malicioso por cierto por que
busca destantear –y en algunos casos ubicar- al maestro universitario), que doy
a mis alumnos, que es bien sencillo y a la vez práctico es el siguiente: cuando
la siguiente vez el maestro esté diciendo como hacer tal o cual cosa
simplemente pregúntenle “y usted maestro, ¿en qué negocio o ejercicio
profesional suyo ha aplicado esto?” Obvio que el maestro “de librito” no sabrá
que responder, pero es algo por demás básico que quien enseña sepa un poco de
la práctica de lo que está enseñando, sino ¿qué es lo que trasmite?
Pero la experiencia es una parte necesaria
del maestro universitario, una parte indispensable de quien se planta frente a
un grupo para decirles “como deben hacerse las cosas”, la otra parte es la
formación, es decir, que el docente tenga en su haber estudios que le permitan
comprender el por qué y para qué de las cosas.
Creo que a estas alturas, cuando nuestra
sociedad requiere de soluciones a los graves problemas que enfrenta, cuando
nuestras comunidades buscan maneras innovadoras de salir adelante, cuando todos
nosotros volteamos para ver quién puede darnos respuestas, creo que no es
posible que formando a los futuros profesionistas se encuentre gente que en su
vida han aplicado lo que están buscando trasmitir (sin experiencia en los temas
que expone, pues) y que no tengan la mínima habilitación formativa para las
materias que imparte.
Pero de la misma forma, y para cerrar con la
idea con que se abrió el presente artículo, que el docente no solo enseñe, sino
que viva la docencia, que transcienda el salón de clases, que construya puentes
entre el presente y el futuro y que lleve al futuro profesionistas más allá de
sus propias limitaciones en muchas ocasiones auto impuestas, y todo esto se
logra solamente cuando el docente tiene vocación.
Un maestro, un verdadero maestro, es aquel
que conjuga en su persona experiencia que moral y técnicamente lo faculta para
instruir, formación académica que lo habilita para trasmitir de manera exitosas
el conocimiento, y una vocación que le permite dar todo de sí con la visión que
lo que el siembre le servirá para trascender incluso cuando se haya ido.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
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