Un
anhelo del ser humano es poder vivir en armonía y tranquilidad, este anhelo lo
deben hacer suyo las universidades pues ellas están en el lindero de la
construcción de la sociedad, pero de la
misma forma ellas deben entender que para poder forjar un futuro de paz se
requiere carácter y determinación.
Es
muy común que las imágenes mentales que nos vienen cuando mencionamos la
palabra paz se refieran a ese sosiego y tranquilidad deseada por todos, pero de
la misma forma una mente con
discernimiento sabe que la paz se construye con acciones decisivas donde la
justicia impera a través de la aplicación de las leyes autoimpuestas y
socialmente aceptadas. En el otro extremo tenemos la imagen, o más bien
caricatura, de una paz donde no hay problemas al menos visibles porque no se
impone la ley, donde no se castiga la trasgresión, donde lo que importa es la
ficción de todos estar bien y tranquilos aunque por dentro el cáncer social
avance, en pocas palabras donde se hace lo conveniente en vez de lo que es
correcto. Educar para la paz implica en señalar y creer firmemente que la única
acción que nos engendra la posibilidad de un futuro mejor es aquella basada en
una legalidad y una justicia objetiva,
expedita e imparcial.
Es
curioso como en occidente el término Príncipe de la Paz hace referencia a
Jesucristo, y digo curioso porque algunos saben que Jesus en su tiempo sacó a
los mercaderes del templo a latigazos, pero lo que muchos ignoran es que este
evento no está registrado una sola vez sino dos veces en la vida pública de
Jesús (Juan 2, 13-25; Marcos (Mt 11, 15-19). La paz no implica debilidad,
titubeo o temor, la paz implica y exige decisión y en ocasiones imposición de
las reglas de convivencia, de lo que es correcto, de lo que es justo. Educar
para la paz significa que en un marco de reglas las diferencias se dirimen con
argumentos y evidencias, incluso con
discusiones extremas, pero donde el
orden prevalece y la ley se impone, sin miedos y sin ambigüedades.
“Lo
único que se necesita para que triunfe el mal es que los hombres buenos no
hagan nada” (Edmund Burke, escritor y pensador político irlandés, 1729-1797).
En ocasiones se confunde al que es bueno con el que es bonachón, es decir, con
una caricatura burda de la bondad. Durante la segunda guerra muchos países se
daban cuenta de la barbarie de Hitler pero no hacían nada hasta que fue un
problema mundial. No hacer lo que es correcto y justo no nos vuelve buenos, nos
vuelve cómplices del fraude, la corrupción, el desorden, los cuales como
semillas crecen hasta que sentimos como la ola de violencia social nos ahoga y
sorprendidos nos preguntamos cómo pasó. Educar para la paz implica que los
hombres de bien adquieren el carácter, el valor y el discernimiento para
imponerse a la cobardía de unos cuantos, porque siempre los malos son
menos, y sacar adelante lo que tenga que
hacerse cueste lo que cueste.
“Un
mundo diferente no puede ser construido por gente indiferente” (Peter Marshall,
ministro presbiteriano americano, 1902-1949). El no me importa, no es mi
problema, yo no lo hice, no son frases para los líderes, son frases para los
cobardes, para los mediocres, para los medrosos. El mundo requiere, exige y
desesperadamente necesita de un liderazgo donde la inconformidad se encauce en
las instancias y los procesos que como sociedad hemos establecido, y donde se
garantice que estas instancias y procesos funcionan de manera expedita y con
apego a las leyes y normas. Educar para la paz implica construir decididamente
instancias y procesos que garanticen en toda circunstancia la aplicación de la
ley, de los reglamentos y de las normas y deslindar en esas instancias y
procesos, sin miedos ni titubeos, las responsabilidades de las acciones que lastiman
a la sociedad y sus instituciones.
“Si
eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor”
(Desmond Tutu, clérigo anglicano y pacifista sudafricano. 1931- ). Quien deja
de aplicar las leyes y reglamentos por una falsa paz lo único que hace es
ofrecer el incentivo permisivo de violentar las leyes y normas, al cabo que no
hay consecuencia alguna. Quien piensa así no solo crea y desarrolla un sistema
injusto sino que se vuelve cómplice de quienes
violentan los estados de derecho, se vuelve parte del problema en vez de la
solución, y cuando se tiene alguna posición de autoridad se vuelve doblemente
responsable. Educar para la paz implica una búsqueda constante para que cada
quien responda de sus dichos y de sus hechos, no con un espíritu justicialista
sino justo y veraz para motivar el apego y respeto a nuestras leyes y
reglamentos que posibilitan la convivencia social.
Educar
para la paz es una tarea constante de las universidades, una tarea de carácter,
decisión y determinación donde lo que está mal se castiga y lo que está bien se
reconoce, donde las responsabilidades de las malas acciones tienen sus
consecuencias y donde el actuar comprometido tiene sus recompensas, donde las
violaciones al orden establecido son repudiadas y donde el ajustarse al estado
de derecho es reconocido, en pocas palabras donde se busca a través de sembrar
semillas de justicia y responsabilidad educar para trascender.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
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