La calificación y
cualificación de los responsables de la formación, la investigación y la
extensión en las universidades pasa por procesos que, si son objetivos,
eficientes y confiables, pueden asegurarnos el perfil requerido para liderar
procesos en el mundo actual
En el artículo anterior
comentábamos de los problemas que se generan cuando la simulación, vista como
endogamia institucional, es la base sobre la que se sustenta la producción
académica, pero esta endogamia es solo un lado de la moneda en cuanto a
simulación se refiere, el otro es la cuantiosa (y por ende dudosa)
productividad presentada ante los
Programas Institucionales de Estímulos al Desempeño.
Todas las
Universidades Públicas cuentan con lo que se conoce como Programas de Estímulos
al Desempeño, estos programas están concebidos para otorgar un estímulo
económico a aquellos miembros que desarrollen su actividad en las líneas que le
interesa cultivar a la institución y que esa productividad permita acceder a
los diferentes niveles en los cuales los programas están diseñados.
Así, por ejemplo, las
asesorías, los artículos, las investigaciones, las vinculaciones, etc., tienen
un valor asignado en los programas de estímulos al desempeño, por lo que,
dependiendo de la cantidad de productos presentados se genera un valor que le
permite al miembro de la institución moverse en los diferentes niveles de esos
programas y acceder a un reconocimiento económico a su esfuerzo.
Lo anterior es
correcto, válido y pertinente, sobre todo si consideramos el actual entorno
exigente y competitivo, el problema con estos programas es que, como son
instaurados, administrados y evaluados por la misma universidad, los mismos
corren el riesgo de desvirtuarse, ¿cómo es eso?, pues que la calidad de los
trabajos no sea cuidada para que, atendiendo más bien a cuestiones de cantidad,
le permita al miembro de la institución acceder a los niveles económicos que
desea.
Es casi inaudito
cuando en algunos Programas de Estímulos al Desempeño quienes participan
presentan tal cantidad de productos que, sacando ponderaciones de horas
dedicadas a dichos productos, da como resultado que quienes presentan esos
expedientes tendrían que trabajar 10, 12, 15 horas o más para justificar lo que
presentan.
Volvemos al tema de
la simulación. En muchos de estos casos los participantes presentan como
propios trabajos colegiados (en algunos casos incluso hechos por los alumnos a
su cargo, no por ellos), en otros la calidad deja mucho que desear, sobre todo
porque a veces falta la ponderación diferenciada en los productos que se
presentan (por ejemplo, no es lo mismo un artículo publicado en un medio institucional (por las
cuestiones comentadas en el artículo anterior) que uno publicado en un medio
externo y ajeno a la universidad).
Esa excesiva
productividad (si es que se me permite la expresión), ha generado (o más bien
degenerado) en presiones considerables a los Programas de Estímulos al
Desempeño que han generado o que algunos de los miembros de la institución que
lo merecen queden sin ese reconocimiento por no alcanzar el nivel o que la
institución tenga que poner recursos adicionales para garantizar a la mayoría
de los participantes el acceso al reconocimiento.
Cuando me toco ser
Director Académico en una Universidad del Sur de Sonora tenía la política para garantizar objetividad que, al menos en
lo que se refería a las constancias y demás que tenía que firmar, si estas
tenían que llevar firmas mancomunadas de Jefes de Departamentos, Responsables
de Programas y demás, fueran ellos primero los que firmaran haciéndose responsables
de esa firma, ahora que si mi firma iba sola en la constancias y demás que
tenía que firmar, debían anexarse todos los documentos comprobatorios para
ello.
¿Qué es lo que
seguiría? Algo muy sencillo pero que, como se dice coloquialmente, “pisa callo”:
auditorías externas selectivas a los expedientes que se presenten donde se
revise minuciosamente la productividad presentada y se sancione con
inhabilitaciones para participar en programas subsecuentes para quien mienta,
altere, o simplemente haga un uso doloso del programa con documentación que no
avale ciertamente su trabajo institucional.
Sabemos que el
trabajo universitario debe ser reconocido, pero de la misma forma la
responsabilidad que toda universidad, y por ende sus miembros, tiene ante la sociedad,
la obliga a que ese reconocimiento se sustente en productividad real,
pertinente y de valor.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
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