viernes, 28 de abril de 2017

La gran payasada (2 de 2)



La calificación y cualificación de los responsables de la formación, la investigación y la extensión en las universidades pasa por procesos que, si son objetivos, eficientes y confiables, pueden asegurarnos el perfil requerido para liderar procesos en el mundo actual

En el artículo anterior comentábamos de los problemas que se generan cuando la simulación, vista como endogamia institucional, es la base sobre la que se sustenta la producción académica, pero esta endogamia es solo un lado de la moneda en cuanto a simulación se refiere, el otro es la cuantiosa (y por ende dudosa) productividad  presentada ante los Programas Institucionales de Estímulos al Desempeño.

Todas las Universidades Públicas cuentan con lo que se conoce como Programas de Estímulos al Desempeño, estos programas están concebidos para otorgar un estímulo económico a aquellos miembros que desarrollen su actividad en las líneas que le interesa cultivar a la institución y que esa productividad permita acceder a los diferentes niveles en los cuales los programas están diseñados.

Así, por ejemplo, las asesorías, los artículos, las investigaciones, las vinculaciones, etc., tienen un valor asignado en los programas de estímulos al desempeño, por lo que, dependiendo de la cantidad de productos presentados se genera un valor que le permite al miembro de la institución moverse en los diferentes niveles de esos programas y acceder a un reconocimiento económico a su esfuerzo.

Lo anterior es correcto, válido y pertinente, sobre todo si consideramos el actual entorno exigente y competitivo, el problema con estos programas es que, como son instaurados, administrados y evaluados por la misma universidad, los mismos corren el riesgo de desvirtuarse, ¿cómo es eso?, pues que la calidad de los trabajos no sea cuidada para que, atendiendo más bien a cuestiones de cantidad, le permita al miembro de la institución acceder a los niveles económicos que desea.

Es casi inaudito cuando en algunos Programas de Estímulos al Desempeño quienes participan presentan tal cantidad de productos que, sacando ponderaciones de horas dedicadas a dichos productos, da como resultado que quienes presentan esos expedientes tendrían que trabajar 10, 12, 15 horas o más para justificar lo que presentan.

Volvemos al tema de la simulación. En muchos de estos casos los participantes presentan como propios trabajos colegiados (en algunos casos incluso hechos por los alumnos a su cargo, no por ellos), en otros la calidad deja mucho que desear, sobre todo porque a veces falta la ponderación diferenciada en los productos que se presentan (por ejemplo, no es lo mismo un artículo  publicado en un medio institucional (por las cuestiones comentadas en el artículo anterior) que uno publicado en un medio externo y ajeno a la universidad).

Esa excesiva productividad (si es que se me permite la expresión), ha generado (o más bien degenerado) en presiones considerables a los Programas de Estímulos al Desempeño que han generado o que algunos de los miembros de la institución que lo merecen queden sin ese reconocimiento por no alcanzar el nivel o que la institución tenga que poner recursos adicionales para garantizar a la mayoría de los participantes el acceso al reconocimiento.

Cuando me toco ser Director Académico en una Universidad del Sur de Sonora tenía la política  para garantizar objetividad que, al menos en lo que se refería a las constancias y demás que tenía que firmar, si estas tenían que llevar firmas mancomunadas de Jefes de Departamentos, Responsables de Programas y demás, fueran ellos primero los que firmaran haciéndose responsables de esa firma, ahora que si mi firma iba sola en la constancias y demás que tenía que firmar, debían anexarse todos los documentos comprobatorios para ello.

¿Qué es lo que seguiría? Algo muy sencillo pero que, como se dice coloquialmente, “pisa callo”: auditorías externas selectivas a los expedientes que se presenten donde se revise minuciosamente la productividad presentada y se sancione con inhabilitaciones para participar en programas subsecuentes para quien mienta, altere, o simplemente haga un uso doloso del programa con documentación que no avale ciertamente su trabajo institucional.

Sabemos que el trabajo universitario debe ser reconocido, pero de la misma forma la responsabilidad que toda universidad, y por ende sus miembros, tiene ante la sociedad, la obliga a que ese reconocimiento se sustente en productividad real, pertinente y de valor.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/2Yxjl6i_dGM


También puede descargarse gratis el poemario del mismo autor "Perfectos son tus caminos” -50 poemas en la línea del pensamiento cristiano-, desde www.rocefi.com.mx  (Menú “Libros” Sección “e-book gratis”)

viernes, 21 de abril de 2017

La gran payasada (1 de 2)


El reto de toda universidad estriba no solo en la formación de recursos humano con pertinencia, coherencia y relevancia, sino también en que la planta docente muestre y demuestre la capacidad requerida para estar frente a grupo de una manera clara, objetiva y contundente.

En los 90´s y la primera década del Siglo XXI una nueva filosofía comenzó a recorrer las universidades públicas del país, una filosofía que emanaba de condicionamientos económicos de los participantes en su financiamiento, a saber el gobierno federal. Este condicionamiento imprimía el carácter opcional a los recursos adicionales a los que podía acceder la universidad siempre y cuando ésta demostrara interés en la aplicación de los mismos a proyectos estratégicos.

Uno de estos proyectos estratégicos fue la habilitación de su planta docente. Requeridos, o más bien: urgidos, por demostrar al alto nivel competitivo de las universidades se idearon planes para que sus maestros, tradicionalmente enquistados en cuestiones docentes, transitaran a áreas tales como la investigación o la extensión.

Lo anterior dio como resultados ahora, varios años después, un escenario dual: por un lado están los profesores que aprovecharon esos recursos para habilitarse y moverse hacia nuevos estadios de desempeño y aquellos otros que solo lo simularon.

¿Cómo es esta simulación? Sencilla: generar espacios endogámicos al interior de la universidad para que la misma sirva de plataforma a trabajos de dudosa calidad. Así, por ejemplo, un profesor ya no tenía que preocuparse por ponenciar en un foro externo, objetivo y exigente cuando tenía en su misma universidad foros liderados por sus mismos compañeros donde podía hacerlo; tampoco tenía que preocuparse por pasar el arduo (más que arduo en algunos casos) de todo proceso de publicación ya que tenía en la misma institución esos espacios cuyos titulares eran sus mismos compañeros; o el extremo de relajar la cuestión formativa ya que podía acceder a grados en su misma academia donde sus profesores serían sus mismos compañeros.

Ahora bien, hay que dejar algo muy claro: no se está cuestionando la existencia (e incluso la participación) de los profesores en los espacios que genera su misma universidad, lo que se cuestiona es aquellos profesores que solo utilizan esos espacios teniendo mucha productividad pero que no muestran esa misma productividad externa, con lo que evidencian la capacidad para competir en el mundo más allá de su institución.

Por ejemplo, hay quienes presentan mucha productividad externa: libros, artículos, ponencias, investigaciones, y (no “o”, sino “y”) también participan en las instancias creadas por la misma universidad, pero hay otros que si se les quita la producción endogámica universitaria se quedan prácticamente sin nada.

Esa simulación es la que no está actualmente referida en las universidades y la cual requiere publicitarse para demostrar a la sociedad que su planta docente realmente, no de simulación o engaño sino realmente, tiene una habilitación que la califica y la cualifica para mostrarse como líder de éxito en el mundo competitivo actual.

En la medida que las universidades garanticen que su planta docente y los productos que generan reúnen condiciones de calidad indiscutible, podemos pensar, decir, ¡e incluso confiar! en que serán capaces de liderar las respuestas a los cambios sociales que los nuevos retos impone a nuestra comunidades.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/OxVKiD3XgqU

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viernes, 14 de abril de 2017

La profesionalización de la inmundicia


La labor de las instituciones de educación superior, sobre todo en la cuestión formativa, nos hace suponer que frente a los grupos de los futuros profesionistas se encuentran gente no solo capaz técnicamente hablando sino íntegra en cuanto a su perfil profesional, ya que de otra forma, es decir, si no es así, el compromiso con la sociedad que esa institución explicite serán simplemente palabras huecas.

Hagamos un pequeño ejercicio: pensemos en esas características que quisiéramos ver en los profesores universitarios que nuestros jóvenes, y en muchos casos nuestros hijos, tendrán frente a sí en su proceso formativo. Creo que el resultado de ese ejercicio serían muchas cualidades que desearíamos en la medida de lo posible que dichos formadores presentaran, pero en ningún momento creo que este ejercicio en ninguno de nosotros diera como resultados características negativas respecto del perfil del docente.

¿A qué viene esto? Simple y sencillamente a ese requisito ineludible en todo proceso formativo donde los resultados esperados, es decir, profesionistas capaces, íntegros y comprometidos, dependen en gran medida de quien se tiene enfrente como líder de dicho proceso.

¿Y cuando no es así? En una universidad del suroeste de México, ¿o sería del noroeste? no lo recuerdo, en el cambio de administración institucional, varios de los anteriores funcionarios fueron señalados públicamente, no por chismes o mitotes, sino en auditorías internas, externas y dictámenes legales de "ejercicio indebido o abandono del servicio público, peculado, uso indebido de atribuciones y facultades, y ejercicio abusivo de funciones". Pensemos por un momento el perfil profesional, no ético ni moral sino eminentemente técnico, que dichos funcionarios tendrían para haber sido señalados de esa forma. Pero la parte interesante, absurda pero interesante, es que una vez terminada la gestión de dichos funcionarios estos pasaron ¡a formar parte de la planta docente teniendo responsabilidades formativas frente a grupos!

De nuevo pensemos en el nivel de dominio de la técnica profesional (y de nueva cuenta excluyendo la cuestión ética y moral que implicaría todo un análisis), ¿qué nivel formativo podemos esperar de los egresados cuando frente a sí tienen a alguien que técnica y profesionalmente reúne esas características de corrupción y mediocridad?

De ahí el tema del artículo de “profesionalización de la inmundicia”. ¿Qué enseñaran esos maestros?, ¿qué prácticas transmitirán?, ¿qué manera de pensar compartirán? Nadie da lo que no tiene y alguien señalado de "ejercicio indebido o abandono del servicio público, peculado, uso indebido de atribuciones y facultades, y ejercicio abusivo de funciones" ¿qué puede dar como parte del proceso formativo a los futuros profesionistas? Cuando mucho esa profesionalización de las prácticas que usa y sabe, es decir, una profesionalización de la inmundicia.

Pero bueno, esto no termina aquí (de hecho no puede ni debe terminar aquí), la siguiente pregunta obligada es ¿y las autoridades institucionales?, ¿con qué cara hablan de compromiso ante la sociedad, de calidad en los procesos  y de exigencias formativas cuando ellos saben, solapan y promueven por conveniencia que gente así esté frente a grupos?

Imagínense si cualquiera de nosotros entrara a un salón de clase, de actualización profesional o de capacitación y cuando presentarán al instructor como parte de su currículum señalaran el "ejercicio indebido o abandono del servicio público, peculado, uso indebido de atribuciones y facultades, y ejercicio abusivo de funciones", pues ese caso real existe (y como ese han de haber otros en nuestras instituciones de educación superior) y nos permite realmente dimensionar ese compromiso institucional con la construcción de una sociedad mejor, aclarando que el problema no es de la institución sino de quienes la dirigen.

La sociedad requiere de profesionistas técnica y profesionalmente capaces y preparados (y con mayor urgencia íntegros ética y moralmente hablando), para esto los alumnos merecen y necesitan de profesores que hayan demostrado en la práctica profesional lo que quieren transmitir, y como condicionante de todo las autoridades académico-administrativas deben asumir su rol de liderazgo correcto, honesto y comprometido para la eficiencia y eficacia del proceso formativo.

Cuando se entiende la tremenda responsabilidad que como co-creadoras de un futuro social y personal tienen las instituciones de educación superior, cuando realmente hay ese compromiso y esa congruencia de valores, quienes están frente a grupo son simple y sencillamente quienes han demostrado no solo capacidad técnica y profesional, sino un perfil de desempeño ético y moral que nos permite pensar y trabajar en la construcción de una sociedad mejor.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/1nKxAT2AkKM

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viernes, 7 de abril de 2017

Líneas estratégicas de desarrollo de la educación superior: Resumen práctico


A lo largo de las últimas colaboraciones hemos abordado las ideas subyacentes a los postulados orientadores como parte de las líneas estratégicas de desarrollo de la educación superior dados por la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior, ANUIES, en esta ocasión presentaremos un resumen de los mismos con aplicaciones prácticas para cada uno de ellos.

La ANUIES, en su obra La Educación Superior en el Siglo XXI -Líneas estratégicas de desarrollo-(http://www.anuies.mx/servicios/d_estrategicos/documentos_estrategicos/21/sXXI.pdf), presenta ocho postulados orientadores para las universidades, a saber, calidad e innovación, congruencia con su naturaleza académica, pertinencia en relación con las necesidades del país, equidad, humanismo, compromiso con la construcción de una sociedad mejor, autonomía responsable, y estructuras de gobierno y operación ejemplares. Todos estos postulados no  son meras especulaciones  filosóficas (las cuales por cierto subyacen en los mismos dándoles ese cimiento donde se sustentan) sino que todos tiene un carácter eminentemente práctico.

Calidad e innovación. La calidad en última instancia está relacionada con que la formación que reciba el futuro profesionista sea relevante, pertinente y coherente,  y la manera de medir esto, la manera última podríamos decir, es que la formación recibida habilite a los futuros profesionistas para insertarse eficaz y eficientemente en el mercado laboral, luego entonces la colocación de los mismos en trabajos acordes con su perfil será la manera de cerciorarse de lo anterior. En cuanto a innovación, no todo es cuestión de tecnología sino de formas de pensar y hacer las cosas, un indicador de esta innovación son los cambios que permiten mejorar la calidad, la cobertura, la actualización, con un ahorro de tiempos y recursos y al mismo tiempo incidir de manera concreta en la pertinencia, coherencia y relevancia de la formación.

Congruencia con su naturaleza académica. Toda meta, objetivo y estrategia debe estar no solo justificada sino alineada en una universidad con las actividades sustantivas de la misma, a saber, formación, investigación y extensión, y deben ser grupos colegiados quienes evalúen tanto la pertinencia y relevancia de las mismas como su impacto a efecto de priorizar y asignar recursos humanos, materiales y financieros.

Pertinencia en relación con las necesidades del país. Para estar en posibilidad de atender de manera oportuna las necesidades de la sociedad, la universidad debe realizar foros permanentes de consulta social mismos que estén liderados por los investigadores de la institución no solo con la intención de visualizar esas necesidades sino llegar incluso a priorizarlas y establecer los por qué y para qué que permitan la estrategias y acciones necesarias.

Equidad. La equidad no solo es la oportunidad a todos de alcanzar las metas en igualdad de condiciones, sino el esfuerzo de las instituciones como tal para hacer que la formación lleve a buen término el proceso. La asignación de recursos al interior de la institución en las áreas y procesos que la configuran debe ser una garantía de esto a través de dinámicas incluyentes que permitan lo anterior pero que también generen compromisos al respecto. En cuanto a la asignación de carga académica a profesores auxiliares o de tiempo parcial ¿qué tal, por ejemplo, que esta asignación sea de una manera objetiva, meritoria y sobre todo transparente para todos?

Humanismo. El humanismo debe estar reflejado en las constantes que la  universidad tienen durante el proceso formativo de los alumnos, entender, saber y valorar que éstos ingresan con un potencial y terminan su proceso con un carácter como profesionistas y como miembros de una sociedad es algo de extrema necesidad en las condiciones actuales. Fomentar la crítica, la inquietud, la exigencia y el cuestionamiento al interior de los salones es importante y de la misma forma generar en los futuros profesionistas esa corresponsabilidad en la construcción de una mejor sociedad.

Compromiso con la construcción de una sociedad mejor. El compromiso con la construcción de una sociedad mejor está en tres vertientes: los maestros, los administrativos y los alumnos. Si cada uno es un reflejo de esa mejoría podemos creer en el papel de la universidad. La presentación de los resultados obtenidos de cara a la sociedad, no en esquemas acartonados que impiden el libre intercambio de ideas sino con formatos que permitan la interacción, es una forma de responder a ese compromiso que la sociedad le ha legado a la universidad.

Autonomía responsable. La autonomía responsable se ejerce, no cuando las normas y procedimientos internos se relajan, sino cuando se busca que estos reflejen lo mejor de la sociedad de manera real o potencial, es decir, de la forma en que ya lo es y de la forma en que lo puede ser; así que replicar al interior las mejores prácticas externas es una manera de comenzar, pero lo realmente trascedente es cuando se va más allá y se proponen nuevas formas de hacer las cosas que supera la estructura de pensar y hacer del exterior.

Estructuras de gobierno y operación ejemplares. Por último, las estructuras de gobierno y operación de una universidad para ser ejemplares, necesaria y forzosamente deberán estar siendo evaluadas constantemente tanto por instancias internas como por organismos externos, y no solo en cuanto a las metas, objetivos y logros, sino incluso a las formas en que éstos son conseguidos.

La universidad siempre ha sido vista como un referente social donde las mejores prácticas pueden servir de guía para la comunidad, en la medida que la universidad exija y se exija altos estándares de desempeño que tiendan a la excelencia, no solo estructural y normativa sino incluso ética y moral, podremos aspirar a construir juntos una sociedad justa, equitativa, responsable, transparente, legal e incluyente.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
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Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/TB-OBoNlK0g

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