La labor de las
instituciones de educación superior, sobre todo en la cuestión formativa, nos
hace suponer que frente a los grupos de los futuros profesionistas se
encuentran gente no solo capaz técnicamente hablando sino íntegra en cuanto a
su perfil profesional, ya que de otra forma, es decir, si no es así, el
compromiso con la sociedad que esa institución explicite serán simplemente
palabras huecas.
Hagamos un pequeño
ejercicio: pensemos en esas características que quisiéramos ver en los
profesores universitarios que nuestros jóvenes, y en muchos casos nuestros
hijos, tendrán frente a sí en su proceso formativo. Creo que el resultado de
ese ejercicio serían muchas cualidades que desearíamos en la medida de lo
posible que dichos formadores presentaran, pero en ningún momento creo que este
ejercicio en ninguno de nosotros diera como resultados características
negativas respecto del perfil del docente.
¿A qué viene esto?
Simple y sencillamente a ese requisito ineludible en todo proceso formativo
donde los resultados esperados, es decir, profesionistas capaces, íntegros y
comprometidos, dependen en gran medida de quien se tiene enfrente como líder de
dicho proceso.
¿Y cuando no es así?
En una universidad del suroeste de México, ¿o sería del noroeste? no lo
recuerdo, en el cambio de administración institucional, varios de los
anteriores funcionarios fueron señalados públicamente, no por chismes o
mitotes, sino en auditorías internas, externas y dictámenes legales de
"ejercicio indebido o abandono del servicio público, peculado, uso
indebido de atribuciones y facultades, y ejercicio abusivo de funciones".
Pensemos por un momento el perfil profesional, no ético ni moral sino
eminentemente técnico, que dichos funcionarios tendrían para haber sido
señalados de esa forma. Pero la parte interesante, absurda pero interesante, es
que una vez terminada la gestión de dichos funcionarios estos pasaron ¡a formar
parte de la planta docente teniendo responsabilidades formativas frente a
grupos!
De nuevo pensemos en
el nivel de dominio de la técnica profesional (y de nueva cuenta excluyendo la
cuestión ética y moral que implicaría todo un análisis), ¿qué nivel formativo
podemos esperar de los egresados cuando frente a sí tienen a alguien que
técnica y profesionalmente reúne esas características de corrupción y
mediocridad?
De ahí el tema del
artículo de “profesionalización de la inmundicia”. ¿Qué enseñaran esos
maestros?, ¿qué prácticas transmitirán?, ¿qué manera de pensar compartirán?
Nadie da lo que no tiene y alguien señalado de "ejercicio indebido o
abandono del servicio público, peculado, uso indebido de atribuciones y
facultades, y ejercicio abusivo de funciones" ¿qué puede dar como parte
del proceso formativo a los futuros profesionistas? Cuando mucho esa
profesionalización de las prácticas que usa y sabe, es decir, una
profesionalización de la inmundicia.
Pero bueno, esto no
termina aquí (de hecho no puede ni debe terminar aquí), la siguiente pregunta
obligada es ¿y las autoridades institucionales?, ¿con qué cara hablan de
compromiso ante la sociedad, de calidad en los procesos y de exigencias formativas cuando ellos
saben, solapan y promueven por conveniencia que gente así esté frente a grupos?
Imagínense si
cualquiera de nosotros entrara a un salón de clase, de actualización
profesional o de capacitación y cuando presentarán al instructor como parte de
su currículum señalaran el "ejercicio indebido o abandono del servicio
público, peculado, uso indebido de atribuciones y facultades, y ejercicio
abusivo de funciones", pues ese caso real existe (y como ese han de haber
otros en nuestras instituciones de educación superior) y nos permite realmente
dimensionar ese compromiso institucional con la construcción de una sociedad mejor,
aclarando que el problema no es de la institución sino de quienes la dirigen.
La sociedad requiere
de profesionistas técnica y profesionalmente capaces y preparados (y con mayor
urgencia íntegros ética y moralmente hablando), para esto los alumnos merecen y
necesitan de profesores que hayan demostrado en la práctica profesional lo que
quieren transmitir, y como condicionante de todo las autoridades
académico-administrativas deben asumir su rol de liderazgo correcto, honesto y
comprometido para la eficiencia y eficacia del proceso formativo.
Cuando se entiende la
tremenda responsabilidad que como co-creadoras de un futuro social y personal
tienen las instituciones de educación superior, cuando realmente hay ese
compromiso y esa congruencia de valores, quienes están frente a grupo son
simple y sencillamente quienes han demostrado no solo capacidad técnica y
profesional, sino un perfil de desempeño ético y moral que nos permite pensar y
trabajar en la construcción de una sociedad mejor.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
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