viernes, 14 de abril de 2017

La profesionalización de la inmundicia


La labor de las instituciones de educación superior, sobre todo en la cuestión formativa, nos hace suponer que frente a los grupos de los futuros profesionistas se encuentran gente no solo capaz técnicamente hablando sino íntegra en cuanto a su perfil profesional, ya que de otra forma, es decir, si no es así, el compromiso con la sociedad que esa institución explicite serán simplemente palabras huecas.

Hagamos un pequeño ejercicio: pensemos en esas características que quisiéramos ver en los profesores universitarios que nuestros jóvenes, y en muchos casos nuestros hijos, tendrán frente a sí en su proceso formativo. Creo que el resultado de ese ejercicio serían muchas cualidades que desearíamos en la medida de lo posible que dichos formadores presentaran, pero en ningún momento creo que este ejercicio en ninguno de nosotros diera como resultados características negativas respecto del perfil del docente.

¿A qué viene esto? Simple y sencillamente a ese requisito ineludible en todo proceso formativo donde los resultados esperados, es decir, profesionistas capaces, íntegros y comprometidos, dependen en gran medida de quien se tiene enfrente como líder de dicho proceso.

¿Y cuando no es así? En una universidad del suroeste de México, ¿o sería del noroeste? no lo recuerdo, en el cambio de administración institucional, varios de los anteriores funcionarios fueron señalados públicamente, no por chismes o mitotes, sino en auditorías internas, externas y dictámenes legales de "ejercicio indebido o abandono del servicio público, peculado, uso indebido de atribuciones y facultades, y ejercicio abusivo de funciones". Pensemos por un momento el perfil profesional, no ético ni moral sino eminentemente técnico, que dichos funcionarios tendrían para haber sido señalados de esa forma. Pero la parte interesante, absurda pero interesante, es que una vez terminada la gestión de dichos funcionarios estos pasaron ¡a formar parte de la planta docente teniendo responsabilidades formativas frente a grupos!

De nuevo pensemos en el nivel de dominio de la técnica profesional (y de nueva cuenta excluyendo la cuestión ética y moral que implicaría todo un análisis), ¿qué nivel formativo podemos esperar de los egresados cuando frente a sí tienen a alguien que técnica y profesionalmente reúne esas características de corrupción y mediocridad?

De ahí el tema del artículo de “profesionalización de la inmundicia”. ¿Qué enseñaran esos maestros?, ¿qué prácticas transmitirán?, ¿qué manera de pensar compartirán? Nadie da lo que no tiene y alguien señalado de "ejercicio indebido o abandono del servicio público, peculado, uso indebido de atribuciones y facultades, y ejercicio abusivo de funciones" ¿qué puede dar como parte del proceso formativo a los futuros profesionistas? Cuando mucho esa profesionalización de las prácticas que usa y sabe, es decir, una profesionalización de la inmundicia.

Pero bueno, esto no termina aquí (de hecho no puede ni debe terminar aquí), la siguiente pregunta obligada es ¿y las autoridades institucionales?, ¿con qué cara hablan de compromiso ante la sociedad, de calidad en los procesos  y de exigencias formativas cuando ellos saben, solapan y promueven por conveniencia que gente así esté frente a grupos?

Imagínense si cualquiera de nosotros entrara a un salón de clase, de actualización profesional o de capacitación y cuando presentarán al instructor como parte de su currículum señalaran el "ejercicio indebido o abandono del servicio público, peculado, uso indebido de atribuciones y facultades, y ejercicio abusivo de funciones", pues ese caso real existe (y como ese han de haber otros en nuestras instituciones de educación superior) y nos permite realmente dimensionar ese compromiso institucional con la construcción de una sociedad mejor, aclarando que el problema no es de la institución sino de quienes la dirigen.

La sociedad requiere de profesionistas técnica y profesionalmente capaces y preparados (y con mayor urgencia íntegros ética y moralmente hablando), para esto los alumnos merecen y necesitan de profesores que hayan demostrado en la práctica profesional lo que quieren transmitir, y como condicionante de todo las autoridades académico-administrativas deben asumir su rol de liderazgo correcto, honesto y comprometido para la eficiencia y eficacia del proceso formativo.

Cuando se entiende la tremenda responsabilidad que como co-creadoras de un futuro social y personal tienen las instituciones de educación superior, cuando realmente hay ese compromiso y esa congruencia de valores, quienes están frente a grupo son simple y sencillamente quienes han demostrado no solo capacidad técnica y profesional, sino un perfil de desempeño ético y moral que nos permite pensar y trabajar en la construcción de una sociedad mejor.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/1nKxAT2AkKM

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