viernes, 28 de julio de 2017

Servicio profesional de carrera en las universidades


Por su misma naturaleza, las universidades son vistas como centro del conocimiento donde las personas pueden adquirirlo, acumularlo y sobre todo aplicarlo, es decir, utilizar el conocimiento para crecer como personas, como profesionistas y como parte de una sociedad, por lo anterior no se entiende como en algunas universidades esa acumulación de conocimiento teórico y práctico que van adquiriendo sus integrantes puede dejarse de lado cada nueva administración.

La idea básica de la capacitación es precisamente el ir dotando a las personas de los conocimientos y las habilidades para desempeñar con éxito algún trabajo, en el caso de las universidades, sus empleados, sean de confianza o no, van adquiriendo con motivo de su mismo trabajo una experiencia incalculable no solo de la manera de hacer las cosas sino de las oportunidades y amenazas del desempeño de las mismas.

¿Pero que vemos regularmente? Que la llegada de una nueva administración viene aparejada con el hecho de los cambios (algunos incuso los llaman “cambios naturales”) de las personas que desempeñan cierta función en la organización.

Un análisis académico, es decir técnico y objetivo, necesariamente nos conduciría a pensar que la única justificación para cambiar a alguien por otro, es precisamente que la nueva persona desempeñará mejor el trabajo que su antecesor, pero si la que llega no sabe y tienen no solo que aprender el oficio sobre la marcha sino irse capacitando para poder desempeñarlo, estamos ante una situación que no atiende a cuestiones profesionales sino políticas, de amiguismo e incluso de complicidad.

Alguien podrá argumentar que si ese fuera el caso nunca nadie ascendería ya que quien estuviera arriba siempre tendría mayor experiencia y conocimiento del puesto, pero esto no es así, quien desee ir avanzando en una organización puede irse habilitando hasta que la brecha entre el desempeño deseado y el actual sea muy poco con lo que su ascenso no afecte la marcha de la institución, además en ese caso también está el asunto del potencial, es decir, puede ser que quien desee subir, aparte de traer una brecha ya corta con motivo de la habilitación que estuvo trabajando, traiga un potencial mayor de desempeño de quien actualmente está en el puesto en cuestión.

Pero ¿cómo puede manejarse esto? En realidad no es tan complicado y depende mayormente de una voluntad congruente con valores de ética, responsabilidad y compromiso institucional. No se trata de inventar el hilo negro, como se dice, sino voltear a ver a quienes han salvado esta parte anteponiendo los intereses comunitarios a los personales. ¿Un ejemplo? El servicio profesional de carrera que existe, incluso reglamentado, en los diferentes niveles de gobierno.

Dado que el gobierno no puede reinventarse, más allá de los cambios de gabinete necesarios por cuestión de confianza (sin descuidar la cuestión de competencia y capacidad), todos los demás movimientos se atienen a lo que es el servicio profesional de carrera el cual garantiza no solo estabilidad laboral sino oportunidades de ascenso pero sobre bases profesionales, no de amiguismo, compadrazgo o complicidad.

Las universidades no pueden estarse reinventando cada cambio de administración, de la misma forma no pueden estar bajando las velocidades de “cuarta a primera”, si vale la expresión, con cada nuevas autoridades; la manera en que se salva esto es en instrumentar al interior de las mismas el servicio profesional de carrera y darle sentido y guía al desarrollo del personal para el beneficio institucional.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

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viernes, 21 de julio de 2017

Pensar como académico


Si bien las personas estamos hechas de pensamientos y sentimientos, nuestras decisiones no podemos basarlas en la cuestión visceral o emotiva pues esto acarrearía acciones sin ton ni son, de la misma forma los pensamientos deben refinarse, pulirse, para que los mismos se sustenten siempre en dos bases fundamentales: argumentos y evidencias.

He tenido la fortuna en mi vida de incursionar en el quehacer universitario, en esto he encontrado la máxima expresión de lo que considero y llamo el pensamiento académico, pero quiero aclarar este término. Cuando hablo de pensamiento académico no me refiero a la manera de pensar de los profesores o maestros, sino a ese pensamiento científico (si queremos llamarlo de otra forma) en donde las ideas que se expresan tienen un sustento en lo que señale al principio: argumentos y evidencias.

Todos tenemos opiniones, incluso de lo que no conocemos tenemos opiniones, de hecho me parece que esto es parte de la naturaleza humana, y es válido, por algo tiene uno que empezar, no puede ser como un  lienzo de pintor en blanco que solo se expresará hasta tener todo los elementos para ello, no funcionamos así. Pero de la misma forma no podemos quedarnos en meras opiniones, eso sería rebajar al extremo nuestra condición humana de ente pensante además de que sería en extremo injusto para quien o quienes expresamos un pensamiento sin mayor sustento que nuestra ideación.

Imaginemos el caso de una universidad donde sus funcionarios fuesen señalados en irregularidades, es más, que esos señalamientos estuvieran sustentados en auditorias y dictámenes, ahora supongamos que una persona, a pesar de todos esos argumentos y evidencias siguiera sosteniendo que a él o ella le siguen pareciendo inocentes las personas señaladas pues en su entendimiento son muy buenas personas, realmente sería deplorable una manera de expresarse así.

La cuestión emotiva no se elimina, somos personas y las filias y fobias son parte intrínseca de nuestra misma historia, pero las mismas pueden dar lugar a excesos e injusticias, por lo que la única manera es contar con todos los elementos sobre los cuales sustentar nuestra opinión. Este es el pensamiento académico al que me refiero.

Ahora bien, cuando me refiero a argumentos y evidencias, estoy hablando, en el caso de las evidencias, de elementos comprobables y verificables que permiten tipificar una acción o un resultado; en el caso de argumentos me refiero a la manera en que esos elementos comprobables y verificables se van concatenando para demostrar o conducir a una opinión.

Obvio que es muy fácil, muchísimo más fácil, opinar por opinar. Esto no implica esfuerzo alguno, ni mental, ni emocional, ni físico. Pero esa forma de argumentar no es válida, no es sólida, no tiene fuerza ni resiste los cuestionamientos. Está bien partir de una opinión, pero lo que sigue es allegarse de las evidencias que nos permitan argumentar y sustentar así nuestra opinión.

Viéndolo de esta forma, se pareciera un poco al método científico de observar, opinar, experimentar, demostrar y comprobar. Tristemente algunos se quedan en el segundo escalón e incluso otros en el primero. Pero quien transita este proceso llega a ese pensamiento académico, como yo lo llamo, que le permite tener certeza en sus opiniones y solidez en sus argumentaciones, lo demás solo es polvo y paja.

Las universidades en su quehacer como tales deben propugnar por el ejercicio del pensamiento académico en todos sus procesos y en todas sus instancias, sus integrantes deben buscar expresar de manera apoteósica el pensamiento objetivo sustentado en argumentos y evidencias y no solo vivirlo sino transmitirlo como una manera en la cual la sociedad puede encontrar las soluciones a los problemas que la aquejan.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
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jueves, 13 de julio de 2017

Empoderamiento congruente, correcto y completo


Cuando hablo de temas que tienen que ver con educación superior desde un punto de vista práctico, todos ellos pudieran resumirse no digamos en un artículo,  en una idea o en una frase sino incluso en una palabra: empoderar. Esto se refiere a darle poder, darle fuerza, a las personas e instancias que deben tener ese poder y esa fuerza, es decir, empoderar de manera congruente, correcta y completa.

El problema de la historia humana siempre es el mismo: una lucha por el poder, lucha social, política, cultural e incluso en ocasiones militar. El problema del poder, como alguien dijo una vez es que corrompe, va generando vicios, hace perder la perspectiva y desgasta a quien lo posee, de ahí que constantemente tengan que renovarse las personas, los procesos y las instancias que lo detentan.

Volviendo con la historia humana, la misma es un mosaico donde puede verse la manera en que el poder ha ido evolucionando de unos orígenes totalitarios a otros más sociales en la actualidad, esta evolución ha ido habilitando a las personas para distribuir entre las comunidades el poder y buscar de este manera democratizarlo y crear un balance donde no exista concentración que genere abuso.

El problema de lo anterior es que no solo se trata de “repartir” el poder (si es que vamos a llamar a esto de alguna forma) sino de repartirlo de manera congruente, correcta y completa, y en esto las universidades pueden ser líderes si son capaces de trascender en sus acciones.

Empoderamiento congruente. Cuando me toca interactuar con alguna universidad o integrante de alguna universidad, y tocamos el tema de la praxis universitaria, lo primero que tomo para basar en ello mis argumentos es la visión y misión que la universidad tenga. No necesito complicarme mucho la vida ya que la visión y misión contiene el qué y cómo de la vida universitaria y todo lo demás debe desglosarse de esto.

Refiriéndome al tema del empoderamiento, los valores e ideales que una universidad exprese en su misión y visión o incluso en los perfiles de egreso de sus profesionistas, marcaran la pauta de ese empoderamiento que haga de sus integrantes, sus instancias y sus procesos. Si este empoderamiento no es congruente con lo que dice entonces estamos ante un caso donde solo se habla pero no se vive lo que se habla.

Empoderamiento correcto. El empoderamiento congruente es el primer paso pero no el único, me han tocado el caso de universidades que en aras de sociabilizar sus valores e ideales han empoderado integrantes, instancias y procesos que sí son los que deben estar empoderados, pero lo han hecho de una manera tan poco pensada, incluso torpe en algunos casos, que ha caído de nuevo en procesos inoperantes en el mejor de los casos o excesos en los actuares en el peor.

El empoderamiento correcto da la dosis necesaria de poder para garantizar el objetivo primario, de la misma forma se asegura existan contrapesos y procesos reglamentados y transparentes para garantizar que los ideales buscados (así es: ideales, no metas u objetivos sino ideales) sean efectiva y eficientemente los conseguidos.
               
Empoderamiento completo. Por último, una vez que tenemos identificadas las características del empoderamiento congruente y del empoderamiento correcto, la siguiente fase es el empoderamiento completo, no dudar ni temer a dar el poder a las personas, instancias y procesos, no retener artificiosamente poder que permita trastocar el proceso si éste no conviene a alguna de las partes.

Ahora bien, este empoderamiento completo no quiere decir total, no, para nada. Debe cuidarse ese contrapeso necesario en las decisiones e incluso instancias de apelaciones que garanticen la correcta actuación de todos los involucrados.

Ahora bien, hay que aclarar, un empoderamiento congruente, correcto y completo conlleva necesaria y forzosamente una responsabilidad en el ejercicio del poder, responsabilidad que debe quedar desde el principio claramente establecida para que los actores que participen entiendan, comprendan y acepten la gravedad de su actuar y se desempeñen en todo momento de manera impecable.

El empoderamiento congruente, correcto y completo es una característica que uno quisiera ver de manera contundente en nuestras universidades, ¿por qué? pues simple y sencillamente porque las mismas constantemente nos recuerdan que ellas están para ayudar a la sociedad a resolver sus problemas, luego entonces deben mostrar en su actuar la manera correcta, congruente y completa de hacer las cosas, ¿no crees?


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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viernes, 7 de julio de 2017

Autonomía responsable


Es un hecho que para poder pensar, pensar libremente, se requiere libertad, esta libertad es la característica sin la cual no puede darse un avance en la ciencia y en las artes, de ahí la autonomía de la que han sido dotadas las universidades en su función y su administración, autonomía que no implica independencia ni mucho menos estados de exclusión.

La idea de la necesidad de dar autonomía a la universidad aparece como constante desde finales del siglo XIX y principios del siglo XX ya que como Manuel Barquin señala en su trabajo  La autonomía universitaria antes y después de la reforma constitucional de 1979, “desde el punto de vista jurídico, autonomía universitaria significa la posibilidad que tiene una comunidad de darse sus propias normas, dentro de un ámbito limitado por una voluntad superior que para el caso sería la del Estado. Esta capacidad que permite a una comunidad ordenarse a sí misma implica la delegación de una facultad que anteriormente se encontraba centralizada en el Estado”.

La idea en sí es lógica, deseable e incluso defendible, pero de la misma forma requiere de contrapesos internos y ¿por qué no? externos, para que las universidades no se vuelvan feudos intocables donde no exista un verdadero actuar responsable. Los contrapesos internos bien pueden ser instancias y procesos condicionados para ciertos actuares donde el poder está repartido y donde no impera un solo poder absoluto, los contrapesos externos son instancias donde puede dirimirse conflictos que por su alcance requieren de la garantía de objetividad en las decisiones.

Cuando toco este tema muchos se rasgan las vestiduras señalando que la autonomía es y debe seguir siendo completa y totalmente intocable, pero esto no es así. Quienes argumentan esto lo hace sea por malicia o ignorancia pues la realidad no es esa. La universidad, con todo y su autonomía, está sujeta a leyes y reglamentos externos que debe acatar, ejemplo de ello son las leyes fiscales, las laborales,  las de adquisiciones,  las de transparencia, etc. La autonomía no exime a las universidades de lo que el resto de los actores sociales está obligado, la autonomía le concede ese espacio para la autodeterminación pero no para la independencia.

Con todo y eso, aún falta mucho por hacer para crear los contrapesos internos y externos que le de confianza en los procesos y resultados a todos los actores de los procesos universitarios e incluso a la misma sociedad. Por ejemplo, imaginemos que un grupo adquiere el control (mayoría) de ciertas instancias universitarias, supongamos que las decisiones no solo no se apegan al marco normativo universitario sino que incluso lo violentan (marco normativo interno, nada que ver con leyes objetivas externas), ¿quién puede corregir esto? Nadie, ya que la misma universidad se autorregula en sus procesos internos. Entonces ¿qué garantiza que en procesos internos las instancias actúen de acuerdo a lo normado? Práctica (y tristemente) la buena voluntad de las personas que las integran.

Internamente las universidades pueden y deben generar sus propias normas pero (el gran pero de siempre) tener mecanismos (instancias y procesos) que actúen como contrapesos para garantizar se cumplan las mismas reglas que ellos establezcan. De la misma forma así como las universidades como entes participan en asociaciones de universidades, no temer a generar en esas asociaciones instancias de revisión de procesos (ojo: revisión de procesos para verificar que se cumplió la norma, no revisión de resultados de ello).

Cuando pienso en esto un símil que se me viene a la mente es la participación de las naciones (las cuales no solo son solo autónomas sino independientes) en foros donde pueden incluso llevarse controversias y no por eso pierden su autonomía o su independencia pero sí le dan un aval a sus decisiones cuando estas se apegan a derecho.

La autonomía universitaria más que un don es una enorme responsabilidad que debe ser correspondida con un impecable actuar, para ello los contrapesos internos y externos deben estarse generando, revisando y mejorando para garantizar en todo momento la excelencia en la aplicación los procesos y sus marcos normativos.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
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