Si bien las personas
estamos hechas de pensamientos y sentimientos, nuestras decisiones no podemos
basarlas en la cuestión visceral o emotiva pues esto acarrearía acciones sin
ton ni son, de la misma forma los pensamientos deben refinarse, pulirse, para
que los mismos se sustenten siempre en dos bases fundamentales: argumentos y
evidencias.
He tenido la fortuna
en mi vida de incursionar en el quehacer universitario, en esto he encontrado
la máxima expresión de lo que considero y llamo el pensamiento académico, pero
quiero aclarar este término. Cuando hablo de pensamiento académico no me
refiero a la manera de pensar de los profesores o maestros, sino a ese
pensamiento científico (si queremos llamarlo de otra forma) en donde las ideas
que se expresan tienen un sustento en lo que señale al principio: argumentos y
evidencias.
Todos tenemos
opiniones, incluso de lo que no conocemos tenemos opiniones, de hecho me parece
que esto es parte de la naturaleza humana, y es válido, por algo tiene uno que
empezar, no puede ser como un lienzo de
pintor en blanco que solo se expresará hasta tener todo los elementos para
ello, no funcionamos así. Pero de la misma forma no podemos quedarnos en meras
opiniones, eso sería rebajar al extremo nuestra condición humana de ente
pensante además de que sería en extremo injusto para quien o quienes expresamos
un pensamiento sin mayor sustento que nuestra ideación.
Imaginemos el caso de
una universidad donde sus funcionarios fuesen señalados en irregularidades, es
más, que esos señalamientos estuvieran sustentados en auditorias y dictámenes,
ahora supongamos que una persona, a pesar de todos esos argumentos y evidencias
siguiera sosteniendo que a él o ella le siguen pareciendo inocentes las
personas señaladas pues en su entendimiento son muy buenas personas, realmente
sería deplorable una manera de expresarse así.
La cuestión emotiva
no se elimina, somos personas y las filias y fobias son parte intrínseca de
nuestra misma historia, pero las mismas pueden dar lugar a excesos e
injusticias, por lo que la única manera es contar con todos los elementos sobre
los cuales sustentar nuestra opinión. Este es el pensamiento académico al que
me refiero.
Ahora bien, cuando me
refiero a argumentos y evidencias, estoy hablando, en el caso de las
evidencias, de elementos comprobables y verificables que permiten tipificar una
acción o un resultado; en el caso de argumentos me refiero a la manera en que
esos elementos comprobables y verificables se van concatenando para demostrar o
conducir a una opinión.
Obvio que es muy
fácil, muchísimo más fácil, opinar por opinar. Esto no implica esfuerzo alguno,
ni mental, ni emocional, ni físico. Pero esa forma de argumentar no es válida,
no es sólida, no tiene fuerza ni resiste los cuestionamientos. Está bien partir
de una opinión, pero lo que sigue es allegarse de las evidencias que nos
permitan argumentar y sustentar así nuestra opinión.
Viéndolo de esta
forma, se pareciera un poco al método científico de observar, opinar,
experimentar, demostrar y comprobar. Tristemente algunos se quedan en el
segundo escalón e incluso otros en el primero. Pero quien transita este proceso
llega a ese pensamiento académico, como yo lo llamo, que le permite tener
certeza en sus opiniones y solidez en sus argumentaciones, lo demás solo es
polvo y paja.
Las universidades en
su quehacer como tales deben propugnar por el ejercicio del pensamiento
académico en todos sus procesos y en todas sus instancias, sus integrantes
deben buscar expresar de manera apoteósica el pensamiento objetivo sustentado
en argumentos y evidencias y no solo vivirlo sino transmitirlo como una manera
en la cual la sociedad puede encontrar las soluciones a los problemas que la
aquejan.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
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