En los diferentes
procesos académicos que me ha tocado participar y que implican establecer
perfiles de egresados, siempre se han determinado características que se
identifican con la excelencia profesional, no solo conocimientos y habilidades,
sino también actitudes y valores, ahora bien, si eso se espera de un
profesionista egresado de una universidad ¿es lógico pensar que quienes estén
al frente de los procesos formativos muestren menos características que
aquellas que quieren desarrollar?
En una ocasión me
toco una situación que fuera cómica sino fuera trágica en una universidad:
había unos académicos que habían sido sancionados por diferentes faltas o
señalados en varias irregularidades, faltas e irregularidades que no viene al
caso mencionar, pero eran faltas e irregularidades graves y vergonzosas tanto
para la universidad como, quiero suponer yo, para el mismo académico.
Lo incoherente e
incomprensible, para mí, de la situación es que esas personas estaban dando
clases, impartiendo asesorías, liderando proyectos de investigación o
vinculación, participando en procesos institucionales, etc.
Cuando le pregunté a
las autoridades del porqué de lo anterior escuche lo que hasta ahorita para mí es
la respuesta más aberrante, absurda e ilógica que de alguien que trabaja en una
universidad he escuchado: “lo que pasa es que a pesar de todo es un buen
académico”.
Con esa desatinada
argumentación pretendía justificar lo injustificable: tener liderando en
procesos claves a personas que habían demostrado un ínfimo sino es que nulo
amor a la institución, compromiso a la profesión, y responsabilidad con la
vocación.
Todos los perfiles de
los egresados de todas las universidades marcan no solo conocimientos y
habilidades para poder ser considerados como profesionistas capaces, también
mencionan actitudes y valores para poder ser considerados gente de confianza.
Pero lo que esta
pobre autoridad (pobre en sentido intelectual) me decía, es que con que una persona
tuviera conocimientos y habilidades aunque careciera de actitudes y valores
positivos o incluso que éstos fueran negativos, le era suficiente para tenerlo
formando alumnos, liderando investigaciones, relacionándose vía vinculación con
la comunidad o participando en procesos institucionales.
Pero, desde mi punto
de vista, no solo era aberrante, absurda e ilógica esa “justificación” sino que
peor aún: era falsa. Nadie en su sano juicio iría con un profesionista que
fuera muy capaz (conocimientos y habilidades) pero que estuviera señalado de
graves acciones (actitudes y valores), pero en esta universidad (lo que es lo
que a esa persona no le pueda ni le duela su propia institución), al parecer no
había ningún problema con generar una situación por demás irracional.
En otras ocasiones he
señalado que el compromiso de las universidades, dado que están en el pináculo
del desarrollo, debe ser contar con los mejores elementos para formar,
investigar y extender los beneficios de la ciencia y la cultura, pero estos
elementos deben ser los mejores no solo en cuanto a conocimientos y
habilidades, sino también en cuanto a actitudes y valores, de lo contrario su
discurso frente a la sociedad será simplemente una dialéctica hueca, falsa y
embustera.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Este
artículo puede verse en video en https://youtu.be/V0DINStuAHY
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