viernes, 26 de enero de 2018

¿Cuánto tiempo para construir una visión-misión universitaria?


Las visiones y misiones en todas las universidades, al igual que en todas las organizaciones, requiere una constante evaluación, mejora y adecuación, este proceso, si bien es incluyente no tiene por qué extenderse ad infinitum en el tiempo.

En una ocasión, durante un proceso de revisión de visión y misión en una universidad, se me preguntó que si cuánto tiempo yo le calculaba a un ejercicio como ese, mi respuesta les asombró pues dije que yo le asignaba a un ejercicio como ese cero segundos. Paso a explicar mi fundamentación, como en su momento la expuse a ese grupo de personas.

En las universidades, se dan proceso de elección de autoridades donde quienes participan de inicio deben de tener e incluso expresar, implícita o explícitamente, el rumbo por el cual desean llevar a la universidad. Es así que resulta ilógico que alguien participe en esos procesos con una propuesta de trabajo pero que luego, una vez elegido, requiera de procesos que establezcan el rumbo (visión y misión).

Cuando señalé eso una persona me dijo que el hecho de involucrar a la institución en un proceso como ese de actualización de la visión y misión implicaba incluir a todos los integrantes en la definición de ese rumbo, a lo cual yo le respondí que el tener ya una visión y misión establecida desde que se es candidato (lo cual creo debería ser para saber hacia dónde se propone cada candidato llevar a la institución) no excluía a nadie pues (1) la misma votación adhería a la propuesta a aquellos que estaban de acuerdo con ella y (2) la misma era construida con la experiencia que el candidato tenía lo cual incluía la interrelación con los integrantes de la universidad por lo que su propuesta aglutinaba ese pensar comunitario.

Independientemente de la idea que tenga cada quien, seguro estoy que todos estaremos de acuerdo en que alguien que busque presentarse como líder (por ejemplo alguien que desee liderar una institución de educación superior), debe tener una claridad extrema en cuanto al rumbo que desea darle a la institución, sino ¿de dónde salen sus propuestas?, por lo que un proceso de actualización de visión y misión no debe llevar mucho tiempo.

Ahora bien, no hay que cerrarse a la posibilidad de mejora, a lo mejor muchos de la comunidad pueden aportar ideas para consolidar la propuesta inicial de rumbo (visión-misión), pero para ello se requiere que se tenga esa propuesta y que la misma se ponga a consideración de la comunidad para mejorarla. Ojo: no es para cambiarla, validarla o corregirla, se supone que la elección de tal o cual candidato se basó en una propuesta que tenía dirección, así que este ejercicio es para reforzar aún más esa visión y misión que de inicio el líd r debe tener con suma claridad.

Nuestras universidades requieren de líderes que tengan claridad en cuanto a lo que desean lograr durante su gestión e ir mejorando en la práctica esas ideas con la finalidad de consolidar su propuesta y de dar los resultados que de inicio se plantearon.

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/q9J45n1-cd8

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viernes, 19 de enero de 2018

Ponderación subjetiva factores para puestos universitarios


Todo proceso que implique competencia entre diferentes participantes, sea lo que sea, necesariamente y para que se tome por los participantes y observadores con la seriedad debida, debe tener de manera explícita las reglas del juego, reglas que deben ser objetivas y verificables a efecto de reducir la discrecionalidad en el proceso y evitar que el mismo se demerite, esto que aplica a cualquier situación también aplica para las universidades.

La sociedad en conjunto ha ido avanzando a lo largo de su existencia y en esa misma evolución ha ido perfeccionando sus procesos para un sinfín de cosas, una de estas cosas es precisamente la asignación de ciertas responsabilidades como los procesos de elección popular y de designación de ciertas responsabilidades públicas (magistrados, embajadores, etc.)

De la misma forma, las universidades o han evolucionado en sus procesos o al menos cuentan con modelos probados –en otras universidades o en la misma sociedad- para realizar correctamente lo que se desee. Una de estas cosas es precisamente las convocatorias para puestos universitarios.

Algunas universidades contemplan en su legislación la facultad directa de su Rector para designar los colaboradores que desee, en otras esta facultad está acotada al cumplimiento de ciertos procesos donde las cualidades de los concursantes es evaluada con la intención de escoger la mejor opción.

Siempre he comentado que la seriedad de un proceso donde hay convocatorias y se dan competencias estriba en la reducción lo más posible de la discrecionalidad al momento de elegir, ¿qué caso tendría hacer procesos los que fueran, donde participaran en competencia diferentes candidatos, cuando al final la decisión puede hacerse de manera discrecional? En realidad todo sería una pantomima y una pérdida de tiempo.

Para evitar lo anterior (y de la misma forma para evidenciar si realmente las autoridades están con lo mejor de los valores de la universidad o no), una manera de reducir esa discrecionalidad es el establecimiento de criterios por demás objetivos en todos los procesos que conlleven las características citadas.

Ahora bien, tampoco hay que ser ingenuos y creer que todo puede objetivizarse, hay cuestiones que caen en el ámbito de lo subjetivo (por ejemplo la defensa personal de la postulación, la presentación de una carta de exposición de motivos, etc.), pero por lo mismo eso debe tener un peso no definitorio del proceso so pena de hacerlo cuestionable tanto para los participantes como para los observadores.

En una ocasión que esgrimía estos argumentos, una persona que difería de ellos me refutó diciendo que entonces se acotaba el poder de escoger a los colaboradores al extremo, a lo que le mencioné que para nada se estaba acotando sino al contrario se estaba generando un proceso con reglas claras que dejara a todos conforme de los resultados (y esto solo cuando es objetivo) y que le permitiera a la autoridad escoger lo mejor de lo mejor.

Cuando uno lo pone en esta perspectiva se da cuenta que quienes defienden la cuestión de la discrecionalidad lo hacen en realidad por que desean existan procesos que puedan ser manipulables y con miras siempre a buscar un beneficio personal, pero ¿y el beneficio institucional?

Quienes detentan autoridades en las universidades, sobre todo las públicas, deben entender (y si no los tenemos que hacer que entiendan) que la universidad no es de ellos sino que solo la administran y que en función de ello deben buscar lo mejor para la institución siendo siempre lo mejor la creación de procesos de  designación de funcionarios transparentes, objetivos y verificables.

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

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viernes, 12 de enero de 2018

La torpe subasta de puestos universitarios


Existen universidades que en un intento por democratizar sus procesos de elección, han incorporado en los mismos esquemas de participación donde se da de una forma u otra algún tipo de consulta a la comunidad, consulta que bien puede adquirir la forma de voto o auscultación, pero que al final incide en la decisión electiva, pareciéndose esto un poco al ámbito político ¿es lógico negociar puestos con liderazgo a cambio de los votos que puedan traer a las candidaturas?

Me han tocado ver de manera directa o indirecta diferentes procesos de elección al interior de las universidades y, aunque diferentes muchos de ellos en cuanto a las formas, en el fondo se parecen bastante. Existe un punto de peso en estos procesos donde la comunidad se expresa siendo esto en ocasiones el factor decisivo en la designación.

En todos los casos que he conocido procesos, sus participantes siempre se muestran inconformes pues de repente ven como es que llega a puestos de apoyo al líder gente sin el perfil, pero entendiendo esto como prebendas por los votos que éstos líderes pudieron acercar a su candidato.

Hasta aquí todo si no bien, al menos entendible, ¿o no? Pues no. Yo sostengo la tesis de que en un proceso de elección de autoridades universitarias (sobre todo la máxima autoridad), es absurdo e ilógico pensar en función de votos por puestos pues el mismo razonamiento conlleva un error de planteamiento.

Considerando que los procesos democráticos (o cuasi-democráticos) permean en todos los niveles de la organización universitaria (o al menos los de mayor jerarquía) es verdaderamente una pérdida de tiempo intentar cambiar votos por puestos, ¿por qué? por lo absurdo que esto es. Veámoslo de cerca.

Supongamos que alguien desea que la intención de la gente se vierta a su favor y para eso hace acuerdos con quienes identifica como líderes para que le acerquen esas intenciones en la votación o auscultación a cambio de X, Y o Z puesto. ¿Cuál es el error? –recuerden que hablamos de sistemas democráticos o cuasi-democráticos en los diferentes niveles institucionales- , pues bien, si esa persona tiene ese nivel de incidencia para con los que se supone convencerá para que se expresen a favor de A, B o C (sobre todo si este líder tiene la intención de tal o cual puesto), en un proceso subsecuente tendría de la misma formas las afinidades de la gente por lo que es innecesario negocie esos votos o expresiones favorables por dicho puesto.

De la misma forma si esa persona que busca negociar votos propuesto no tiene incidencia en las intenciones de quienes busca convencer a favor de A, B o C, en un proceso subsecuente quedaría en franca desventaja por lo que dificultaría la asignación del puesto.

Repito: estamos en sistemas democráticos o cuasi-democráticos. En sistemas donde todo lo anterior fuera un teatro realmente no importarían los votos o intenciones que tuviera el líder cuando tocará abrir convocatorias para su puesto ya que la decisión voto por puesto le habría garantizado el puesto, pero en un sistema democrático o cuasi-democrático esto sale sobrando pues si el líder lo es (no la máxima autoridad, sino el líder del que hablamos que puede hacer labor para convencer a los demás por A, B o C liderazgo máximo), ese líder si es que lo es ya tiene los puestos que quiera pues saldría con ventaja sobre sus contrincantes, ahora que si no lo es (repito: en un sistema democrático o cuasi-democrático) es absurdo llegar a negociaciones con él pues al no ser reconocido nadie se inclinaría por elegirlo.

Para ejemplificar lo anterior supongamos una universidad donde hay procesos democráticos o cuasi-democráticos para elegir Rector, Vicerrector y Directores, ahora supongamos que un candidato desea ser Rector y se le acerca otro integrante de la universidad con la intención de negociar votos por puesto ofreciendo incidir en las personas de su área para que se expresen a favor del candidato a Rector con el compromiso de que si llega lo hará a él Director de esa área. Esta negociación, como he dicho, es totalmente absurda (de nuevo: siempre y cuando hablemos de sistemas democráticos o cuasi-democráticos), ¿por qué absurda? Por lo siguiente: si esta persona en verdad tiene influencia favorable en el área para poder ofrecer incidir en las expresiones de ellos a favor de tal o cual candidato, no necesita que “lo hagan” director luego pues en un proceso democrático o cuasi-democrático él saldría con la ventaja suficiente para serlo; ahora que si no tiene ésta influencia, es decir, si no tiene la manera de incidir en la opinión de los integrantes de tal o cual área para que se inclinen por tal o cual candidato para Rector ¿entonces qué se negocia si no puede acarrear votos por puesto?

A pesar de lo absurdo de esto que se ha señalado en muchos procesos de elección de máximas autoridades universitarias sigue permeando el clientelismo lo cual solo nos dice que la democracia interna en realidad es una simulación y que los puestos pueden ponerse en venta como si de mercancía en subasta se tratara.

Las universidades, sobre todo en sociedades democráticas como la nuestra, deben pugnar por que sus procesos representen lo mejor de nuestra democracia, desterrando el clientelismo y lo que llamo la torpe subasta de puestos universitarios para que sean los mejores quienes lleguen y éstos a su vez, de manera democrática, elijan a sus mejores colaboradores

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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viernes, 5 de enero de 2018

Indicadores de desempeño en nuestras universidades: ¿Calidad o Cantidad?


Todo proceso que tienda al logro de resultados, necesariamente deberá incorporar en algún momento del mismo indicadores que le permitan medir el avance en la consecución de las metas fijadas; dado los objetivos que se plantean las universidades y que tiene como fin último la mejora individual y comunitaria, ¿podemos decir los indicadores se corresponden con lo que se busca?

Cuando me toca visitar alguna universidad, sobre todo cuando esta visita va aunada a alguna invitación relacionada con servicios de consultoría, el primer paso que doy es leer la visión y la misión que la universidad expresen, de ahí me sigo con sus planes de desarrollo y estrategias para lograrlos, pero la visión y misión es, por así decirlo, la filosofía que permea (o debe permear) todo el quehacer institucional.

Sugiero cuando tengan oportunidad ver una, dos o tres visiones y misiones de cualquier universidad y verán algo en común: el alcance de los impactos que desean tener los cuales siempre nos hablan (palabras más palabras menos) de una incidencia social que crea valor y permite avanzar en los caminos del desarrollo y la excelencia.

¿A qué viene todo esto? Pues a un pequeño (pero importante) fenómeno que me ha tocado ver en la mayoría de las universidades y es que, a pesar de tener explicitadas las cosas que desean lograr (remitiéndonos a su visión y su misión), los indicadores que según esto les ayudan a evaluar el avance en la consecución de lo planeado no deja por demás de ser inconsecuente.

La mayoría de las universidades tienen lo que podemos señalar indicadores cuantitativos: tantos maestros que han obtenido su grado de maestría, tantos más que se han doctorado, tantos artículos publicados, tantos docentes en el Sistema Nacional de Investigadores, tantos proyectos de investigación o de vinculación y un sinfín de etcéteras donde el “tanto” es lo que tiene el peso. Pero lo que he visto es la adolescencia (de adolecer, carecer) de indicadores que realmente reflejen el impacto cualitativo de las actividades universitarias en los fines últimos que se persiguen.

Pongo un ejemplo. En cierta universidad manejan la cuestión de la equidad social como algo a lograr, pero cuando le preguntas que han hecho y como miden para avanzar en esto te señalan la cantidad de cursos sobre ese tema (así como los asistentes) que se han desarrollado. De nuevo el enfoque cuantitativo. ¿Cómo sería un enfoque cualitativo? Bueno, en este caso en específico pueden diseñarse instrumentos para medir la percepción comunitaria del tema y sobre todo si ésta cambia favorablemente con los cursos que se den.

Soy crítico de las actividades universitarias por que consciente estoy de la enorme responsabilidad que las universidades tienen para con la sociedad, por eso cuando escucho los “tantos esto” y “tantos otros” que X, Y o Z universidad, academia e incluso docente o administrativo ha hecho, mi pregunta sencilla que me viene a la mente es la de “Y todo eso, ¿mejoró o empeoró a la comunidad?”. Obvio que espero una respuesta que tenga algún sustento.

¿Y por qué no han avanzado nuestras universidades –salvo honrosas excepciones- en el establecimiento de este tipo de indicadores? Pues por la simple y sencilla razón de que no se han sentido obligadas a ello. Los recursos adicionales que están recibiendo están en función del “tanto” que hagan, así que sus procesos, resultados e indicadores van en función de lo que se haga, más que del impacto que eso tenga, pero esto solo habla del nivel de compromiso que la universidad siente en realidad con la sociedad.

Establecer indicadores de calidad en los desempeños de nuestras universidades no es algo que no se pueda hacer, me ha tocado trabajar en ello y es algo alcanzable, pero que sí implica cambiar la forma de ver y hacer las cosas y refrendar de manera seria y congruente el compromiso que la institución expresa para con la sociedad.

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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