El proceso de
enseñanza-aprendizaje conlleva una paradoja en sí mismo, ya busca responder a
situaciones futuras, es decir situaciones que el egresado de un proceso
formativo enfrentará una vez que egrese, con la transmisión de conocimientos y
el desarrollo de habilidades pasados, es decir, que han respondido bien en
otros momentos pero que no garantiza nada respondan bien en el futuro.
Si uno ve un programa
de estudios de cualquier profesión o carrera, sea ésta universitaria, técnica o
de artes y oficios, verá el mismo fenómeno: conocimientos de cómo son y cómo
deben hacerse las cosas que se han ido acumulando con el devenir del tiempo y
el desarrollo de la profesión en sí. De la misma forma, si uno pregunta en qué
momento se capacita al futuro egresado para el futuro cambiante que bien puede
ser diferente del presente, la respuesta brilla por su ausencia.
¿Por qué se da esto?
Por una simple y sencilla razón: no podemos administrar el conocimiento de algo
que aún no ha sucedido, lo único que podemos hacer es ir estructurando las
ideas que surgen de los eventos y, hasta que ya son éstos cosas del pasado,
buscar transmitir eso a través de la enseñanza –aprendizaje. ¿Y cuál es el
problema con esto ya que siempre ha sido así? El problema actual es que como
nunca antes los conocimientos son efímeros, la ciencia y la tecnología avanzan
a pasos tan agigantados que incluso un conocimiento que sea útil, válido y
valioso hoy puede no serlo mañana.
Pero entonces ¿cómo
administramos un conocimiento para poder transmitirlo de algo que aún no
sucede? Por desgracia eso no se puede. No podemos adelantarnos en el tiempo
para ver las competencias (conocimientos, habilidades, actitudes y valores) que
se requerirán para en función de esto planear la labor docente, pero lo que sí
se puede hacer (y de ahí el nombre de este artículo) es incorporar en algunas
clases o materias espacios a la creatividad que permitan a la mente
flexibilizarse y volverse dinámica y maleable, perceptiva y perceptible, y
tanto reactiva como proactiva.
¿Le parece una
respuesta sencilla? Pues no, no es así. Y la causa principal que no lo sea es,
adivinó usted, ¡el mismo docente! ¿Por qué? Porque en una materia que por la
misma flexibilidad requerida en la creatividad no existan parámetros de
evaluación, el docente se siente fuera de su elemento, ¿cómo controla algo que
no tiene parámetros para controlarse?, es mas ¿cómo controla algo que no debe
ser controlado?
La idea no es soltar
los grupos, sino llevarlos hasta los límites del conocimiento, la técnica o la
habilidad, y a partir de ahí generar dinámicas que liberen a la mente de las
ataduras intelectuales de un conocimiento debida y correctamente estructurado y
le permitan accionar con creatividad ante las circunstancias cambiantes e
inciertas del entorno.
Esto no es imposible,
sucede en la vida real: las negociaciones que emprendemos, los proyectos que
iniciamos, las reestructuraciones que comenzamos, muchas actividades de la vida
laboral, social o política tienen un resultado incierto pero se encaran con las
herramientas técnicas y los conocimientos debidos y al mismo tiempo con una
mente flexible donde la creatividad tiene cabida y, por ende, donde se
encuentra en posesión de mayores recursos para enfrentar los retos.
La creatividad, si
bien es una asignatura pendiente en nuestras instituciones de educación, es un
requerimiento cada vez más demandado por nuestro entorno, un requerimiento que
por obvias razones debe ser incorporado en el engranaje de los procesos de
enseñanza-aprendizaje para así cumplir la función de los mismos que es
habilitar en toda su expresión el potencial del ser humano.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Este
artículo puede verse en video en https://youtu.be/18pha9LlP8Q
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