El derecho a la
información proporciona dos vertientes coincidentes, la de quien informa y que
se refiere a la responsabilidad y transparencia que imprime en su actuar, y la
de quien es informado y puede por ende demandar o reconocer el ejercicio de una
función, esto adquiere –o al menos debería adquirir- un valor mayor en la
educación superior, sobre todo en la pública, porque con los recursos de todos
se está construyendo –o al menos así lo pensamos- un mejor futuro para todos.
La cuestión de
informar periódicamente –generalmente cada año- de los logros y avances de su
gestión, se ha vuelto una práctica muy socorrida por quienes están al frente de
una organización, una institución, una asociación o un puesto gubernamental. Si
bien esto es loable, sobre todo en educación superior, lo que comenzó en un
inicio como un intento de responder a esa confianza depositada se ha vuelto en
muchos casos un mero teatro con toda su parafernalia pero sin ninguna
sustancia.
La escena es de todos conocida: directores o
rectores de instituciones de educación superior convocan a la presentación de
sus informes, dentro de la lista de invitados están generalmente representantes
de la sociedad civil que (curiosamente) nunca van a la universidad pero que el
día del informe están ahí presentes, ¿cuál sería la razón de ello? el
escenario. El informe anual que un líder de una institución de educación
superior da se ha vuelto en muchos casos en un escenario donde, como en
cualquier evento político, es bueno estar y ser visto aunque no se sepa bien a
bien de qué se trata.
¿Y los verdaderamente
interesados?, ¿y la sociedad civil?, ¿y la información realmente importante? El
informe de labores se convierte así en una relatoría de lo hecho donde dicha
relatoría deviene en un soliloquio pues no hay interlocutor para realmente
iniciar un diálogo de rendición de cuentas y censura o reconocimiento.
¿Cuál es el valor de
un acto así? Si es el de informar esto puede hacerse sin tanto costo poniendo a
disposición de quien así lo desee (sobre todo con los medios electrónicos
actuales), el reporte necesario. Pero si no es el de informar ¿cuál es el fin
entonces?
Un ejercicio
democrático (e incluso republicano) que bien pudieran aprender nuestras
universidades (aunque muchos esperaríamos que fueran ellas las que nos
enseñaran, no al revés) es la de la comparecencia del Director o Rector así
como sus principales funcionarios para presentar un informe (incluyendo su
glosa) en un formato que realmente permita el dialogo en un marco de rendición
de cuentas.
¿Cuántas
universidades tienen este formato? Al menos yo no conozco ninguna. Me refiero
no al formato del informe bajo reflectores, sino al informe segmentado, con
comparecencias, ante las instancias correspondientes para rendir el parte de lo
logrado pero también de lo que aún falta por hacer y ¿por qué no? incluso de lo
que no ha funcionado.
Si bien esto puede
verse como una crítica al informe tradicional que en muchas instituciones de
educación superior se da, esto no es el fin de esta disertación, sino el
señalar el área de oportunidad que puede comenzarse a fomentar en nuestras
universidades donde se entiende que quien dirige esta para servir y para rendir
cuentas de su servicio y que esta rendición debe buscar las maneras de lograr
su fin sin perderse en chaquiras y oropeles.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
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