La capacidad
intelectual implica el saber qué se quiere obtener así como la forma de
obtenerlo, a lo primero lo llamamos fines mientras que los segundos son los
medios; en el caso de las universidades, y a pesar de lo que pudiera pensarse,
el no confundir los fines con los medios debería ser la piedra angular de todo
su quehacer, pero en muchas ocasiones pareciera que los medios se han
convertido en los fines por sí mismos.
Todas las personas
realizamos diferentes actividades, actividades que siempre tienen un para qué
en nuestra vida. Quien hace ejercicio es para estar saludable o tener condición
y esto para llevar una vida plena; quien estudia es para habilitarse y poder desempeñar
un trabajo o profesión y así tener los recursos necesarios para vivir; quien
está en un proceso de noviazgo busca finalmente y si las condiciones se dan, el
formar una familia y de esta forma trascender.
Podríamos pensar en
muchas más actividades que cotidianamente realizamos, pero todas tendrían la
característica común de que buscan algo, no son un fin en sí mismas, hay una
claridad del por qué se hacen las cosas y del para qué hacerlas. Pensar o
proponer que se hacen solo porque sí, es decir, considerándolas un fin en sí
mismas es algo absurdo e ilógico. En el caso de las universidades, ¿podemos
decir lo mismo?
Desde los 80’s
comenzó una estrategia gubernamental para la asignación de recursos
extraordinarios a las universidades. La estrategia consistía en que se
condicionaban esos recursos extraordinarios a cambio de que la universidad los
enfocara en mejorar sus indicadores, indicadores que se identificaban sea con
competitividad (programas educativos) y capacidad (planta docente y cuerpos académicos).
Más recientemente se han incorporado otros factores que tienen que ver con la
innovación y la administración institucional.
Hasta ese entonces,
los profesores con maestría o doctorado en su mayoría eran docentes que tenían
la capacidad, el interés o la necesidad pedagógica o disciplinaria por
conseguir el grado; hasta ese entonces quienes escribían artículos o libros
eran académicos a quienes se les daba, les gustaba y lo hacían como parte de
sus actividades cotidianas; hasta ese entonces vinculación, tutoría,
investigación y un sinfín de etcéteras respondían a perfiles del profesorado
relacionado con sus capacidades, gustos o potencialidades. Después cambio todo.
De repente las
universidades comenzaron (y aún continúan) a enfocar sus esfuerzos en mejorar
esos indicadores con lo que –ojo- los medios se convirtieron en los fines.
Antes quien obtenía un grado era porque lo requería para su desempeño
académico-profesional, ahora el grado valía por sí mismo independientemente de
si iba a ser aprovechado o potencializado por el docente. Antes quien escribía
(y los medios que le publicaban) compartían la necesidad de difundir
conocimiento innovador, de calidad, pertinente; ahora el publicar era un fin en
sí mismo pues mejoraba los indicadores institucionales; antes la vinculación,
tutoría, investigación y ese sinfín de etcéteras que pudiéramos mencionar se
realizaban por la necesidad existente de hacerlo, ahora era para obtener puntos
ante los organismos evaluadores.
Y así de repente,
todo lo que antes era un medio para obtener algo más, se convirtió en un fin en
sí mismo. Ya no se pregunta por qué este o aquel docente quiere estudiar una
maestría o un doctorado, ya no se pregunta del por qué publicar tal o cual cosa
generada por un maestro, ya no se pregunta del por qué de la tutoría,
investigación y de nuevo ese sinfín de etcéteras. Ahora todo vale por sí mismo.
Los medios se han convertido en fines.
Si analizáramos la
pertinencia de toda esa habilitación y el impacto social de la mejora de todos
los indicadores, ¿qué resultado obtendríamos? El incremento en profesores con
maestrías y doctorados ¿ha mejorado la docencia, la investigación y la
extensión de la ciencia y la cultura?; el incremento en publicaciones ¿ha
generado o aplicado de manera innovadora conocimiento?; la tutoría,
investigación y todo ese sinfín de etcéteras, ¿ha mejorado significativamente
la comunidad en la cual las universidades están insertas?
Las
universidades, sobre todo las universidades públicas no son entes aislados,
reciben recursos públicos vía impuestos y por lo mismo tienen la obligación de
destinar cada peso en actividades que si bien es cierto les generen valor como
institución, ese valor se vea reflejado en la sociedad que aporta recursos y a
la cual, a menos en el discurso, las universidades se deben.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
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