Sin
duda alguna que se ha avanzado mucho socialmente hablando cuando vemos el grado
de participación que como sociedad tenemos en muchos temas de nuestra vida,
esto si bien no es perfecto sí es perfectible y más en el caso de nuestras
universidades cuando la incapacidad de decisión se busca cubrir con decisiones
consensuadas donde todos opinan aunque no necesariamente todos sepan del tema.
El
oxímoron incluido en el título de la presente exposición de ideas no es casual
ni mucho menos fruto de la ideación, es deliberado para demostrar esa
aberración de la que hablaremos y es tan real como que en muchas de nuestras
instituciones de educación superior sucede cotidianamente.
Ejemplifico
con lo siguiente. En una ocasión me tocó en una universidad que se nos invitara
a todos los maestros a conocer el nuevo instrumento que se utilizaría para la
evaluación que hacen los alumnos del docente al final de cada ciclo lectivo.
Llegamos al lugar de la reunión y los responsables de la misma comenzaron a
presentar las preguntas con sus opciones y preguntar sobre las sugerencias que
teníamos.
Quiero
hacer un paréntesis aquí para comentar lo absurdo de un esquema de trabajo como
ese antes de generalizar el mismo y seguir con el tema de la disertación. ¿Por
qué señalo que ese esquema de trabajo era un absurdo? Por tres causas: la
primera por que quienes estábamos ahí reunidos no éramos expertos en el tema a
tratar, segundo porque desconocíamos qué era lo que se buscaba evaluar lo mismo
con el instrumento que con cada uno de sus apartados y sus reactivos, y tercero porque en específico desconocíamos
la intencionalidad de cada pregunta que se nos presentaba. Aun así muchos
cayeron y daban sus opiniones.
Cierro
el paréntesis y retomo el porqué del título de fracasos exitosos. Tomando el
ejemplo anterior, que es 100% real, se nos indicaba como es ese proceso ya se
había implementado con quien sabe cuántos maestros (nosotros ya éramos de los
últimos) como si la enorme cantidad de implicados garantizara el óptimo
resultado de tal proceso. A esto yo llamo un fracaso exitoso, es decir, un
proceso que involucra a decenas tal vez cientos de gentes y que por lo mismo
parece todo un éxito en cuanto a consenso pero que dado el perfil de los
participantes (aunado a las tres condicionantes mencionadas en el párrafo
anterior) dan como resultado un mamotreto que realmente no tiene la calidad, ni
el nivel, ni la aplicación que se esperaría.
Pensemos
en esto. Si un familiar de uno estuviera enfermo no reuniríamos a todos los de
la colonia para ver en consenso cuál tratamiento médico le aplicamos, para
nada, lo que haríamos es llevar al enfermo con un especialista y seguir al pie
de la letra sus indicaciones.
Ahora
bien, en el caso de las autoridades universitarias cuyo perfil los vuelve la
antítesis de un líder en cuestión de su incapacidad para guiar y decidir,
buscan subsanar este defecto con consensos multitudinarios como para esconder
entre todos los participantes lo que ellos no pueden hacer.
No
estoy en contra de los consensos pero los acoto a lo siguiente: O se usan para
recoger ideas generales casi casi como un “¿qué quisieras se diera?” o se hacen
entre expertos en el tema que no solo entiendan la temática sino que sean capaces
de establecer líneas de acción. El problema está cuando se mezclan estos dos
escenarios excluyentes y la participación multitudinaria se confunde con el
expertise requerido para hacer propuestas de valor.
Todo
proceso participativo, para realmente ser de valor, requiere que quienes
participan en los mismos tengan el perfil, el nivel y la capacidad requeridos,
en caso contrario todo se vuelve un teatro, solo que en el caso de nuestras
universidades públicas en un teatro costosísimo pues el tiempo (que finalmente
también es dinero) nos cuesta a todos.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
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• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Este
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