viernes, 5 de abril de 2019

Las cuatro “c” del perfil rectoril universitario (4 de 4): Compromiso



Liderar una universidad requiere sí, de conocimiento y de capacidad, de la misma forma ese conocimiento y esa capacidad deben estar probados, comprobados y demostrados con una congruencia en el pensar, decir y hacer siempre y en todo momento, pero el factor que permitirá valorar ese ultra requerido para estar al frente de una institución será el nivel de compromiso que se tenga con ella.

Conocimiento, capacidad, congruencia y compromiso. ¿Por qué sostengo que el compromiso, su identificación y valoración, es el cuarto elemento de peso en el perfil de quien desee estar al frente de una universidad? pues porque el compromiso es eso que permitirá dar el plus requerido que se espera tenga un líder al frente de una institución de educación superior.

Quien está al frente de una institución no solo es un jefe o un administrador sino que ante todo es un líder, es quien presenta una guía de acción y un ruta de desarrollo universitario por donde transitar en los años de su administración, luego entonces, siguiendo la línea enmarcada en el concepto de liderazgo, debe ser capaz de adelantarse a sus seguidores incluso ante los retos y problemas que enfrente.

Y es precisamente ante los retos y problemas que alguien enfrenta cuando se establece ese nivel de compromiso que esa persona dice tener. Si a la primera de cambios, si a los primeros riesgos, si a las primeras vicisitudes quien presenta conocimiento, capacidad y congruencia sale corriendo, esconde la cabeza o simplemente se cruza de brazos, no podemos esperar que ante los enormes, gigantescos retos que la administración de una universidad conlleve sea capaz de dar el ancho.

Afortunadamente a lo largo de la vida institucional de toda universidad hay momentos de grandes retos, de grandes riesgos, de gran tensión que permiten, como yo digo, poner a cada quien en su lugar, ver, por así decirlo, de qué están realmente hechos. En esos momentos cuando surge ese liderazgo, que en vez de buscar la comodidad y seguridad personal y profesional sigue adelante en pos de la institución, podemos tener un elemento de peso para valorar el nivel de compromiso de quienes deseen liderar un ente como una universidad.

Imaginemos la dirección de una universidad como un gran buque, de esos de antes donde la fuerza de quien estaba en el timón permitía sortear los más grandes retos que en el mar se encontraban y llegar a salvo a puerto, de la misma forma en los dos casos se requerirá de un conocimiento, de una capacidad, de una congruencia y, como señalo, de un compromiso que dé el carácter, la fuerza y la entereza para conducirse como un líder del que se sabe qué puede esperarse y en el que se pueda confiar, ya que al final en esto último radica todo: confianza.

Cuando alguien se expresa a favor de tal o cual persona para que esté al frente de una universidad no es más que una manera de decir que se confía en esa persona para que realice de una manera excelente su quehacer, obvio que esa confianza no está, o al menos no debe estar, sustentada simplemente en ideaciones o supuestos, sino que se basa, como lo he propuesto, en los conocimientos, la capacidad, la congruencia y el compromiso que cada quien ve en esa persona.

¿Pudiera pensarse que realmente alguien confía en otro cuando este último no demuestra conocimiento, capacidad, congruencia o compromiso? Si este es el caso no podemos hablar de confianza sino de conveniencia, conveniencia en que tal o cual llegue sea por amistad o demás, pero esa conveniencia personal no necesariamente es una conveniencia institucional, después de todo esta última tiene su referente en que llegue el mejor considerando precisamente ese conocimiento, capacidad, congruencia y compromiso que permita confiar en quien llegue al frente de una universidad.

El compromiso es ese plus, ese extra, que permitirá esperar que de un desempeño que lleve a los conocimientos, las capacidades y las congruencias a su máxima expresión en quien desee estar al frente de una universidad, siendo así que pueda ostentarse como líder de la misma y moverla, junto con la sociedad en la que está inserta, hacia mejores estados de desarrollo.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

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viernes, 29 de marzo de 2019

Las cuatro “c” del perfil rectoril universitario (3 de 4): Congruencia



Sin duda alguna que el perfil que debe cumplir alguien que desee estar al frente de una universidad es exigente, los conocimientos y la capacidad deben estar al orden del día, pero estos conocimientos y esta capacidad pueden quedar en nada si no existe esa congruencia entre lo que se piensa, se dice y se hace.

Antes de pasar al punto del tema a tratar, la congruencia de quien pretenda liderar una universidad, pensemos en cualquier profesionista de cualquier área del desempeño humano, imaginemos alguien con conocimiento en el ser y quehacer de su profesión y no solo conocimiento sino capacidad probada, ahora hagámonos una pregunta: alguien así ¿tiene todos elementos para actuar solo bien o también puede hacerlo mal?

Constantemente vemos noticias de grandes fraudes, escándalos de corrupción, o noticias de malos manejos de recursos, tanto en el ámbito comercial, industrial, institucional e incluso gubernamental, y curiosamente las personas que en ello se ven involucradas como responsables directos no necesariamente son ignorantes o incapaces, al contrario, tienen tanto conocimiento y tanta capacidad en lo que hacen que pueden, por lo mismo, ver las maneras de actuar de manera indebida, en ocasiones son descubiertos pero en otras no o aunque lo sean hacen tan bien las cosas malas que no hay manera de establecerles responsabilidad.

El conocimiento y la capacidad que se tenga para hacer algo no es garantía de un actuar íntegro sino que esto puede dilucidarse con la congruencia que en lo personal cada individuo demuestre. ¿Congruencia entre qué?, pues con lo que piensa, dice y hace. Es decir, una congruencia puesta a prueba entre conocimientos, habilidades, actitudes y valores, y no solo puesta a prueba sino mostrada y demostrada.

En el caso de quien desea liderar una universidad sostengo que la congruencia es el tercer elemento que uno puede, no: más bien debe, valorar, ¿por qué? pues porque no es difícil detectar esos casos de incongruencia (que deberían hacer nos pusiéramos alerta) cuando analizamos la trayectoria de quienes tienen esa intención.

Gente que cuando tuvo el poder nunca contravino a la autoridad aún y cuando ésta obraba mal pero que cuando ya no lo tienen se erigen en próceres de la legalidad, otros que estando arriba han pisoteado a los que están abajo pero ya una vez abajo ellos se vuelven defensores de los derechos de todos, otros más que nunca han hecho nada que vaya más allá de sí mismos pero que cuando quieren ser líderes institucionales les sale lo comprometidos y otros más que sin tener gran cosa que mostrar en cuanto a su valía como personas y como profesionistas nos quieren hacer creer que son la mejor opción.

Repito: no es tan difícil valorar esa congruencia que sostengo debe tener quien desee estar al frente de una institución, falta simplemente preguntarle a quien esté en esa postura cuáles son sus ideas sobre cuestiones como la transparencia, el consenso, la inclusión, el compromiso,  la rendición de cuentas o la cordialidad, pedir nos den elementos concretos de su quehacer en la vida institucional que avale sus dichos y luego evaluar por nosotros mismos lo que nos dice, lo que nos muestra, con lo que nosotros mismos vemos y sabemos.

Cada quien puede establecer si en su fuero interno le es suficiente para tomar en serio como alguien capaz de liderar una institución, solo el conocimiento y la capacidad que quien desea eso ostente, desde mi muy personal punto de vista al menos yo esperaría una congruencia más que probada en su desempeño como miembro de esa institución que me diera garantía en la manera en que espero se conduzca si llega a estar al frente.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
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viernes, 22 de marzo de 2019

Las cuatro “c” del perfil rectoril universitario (2 de 4): Capacidad



“Si sabes lo que tienes que hacer y no lo haces, estás peor que cuando empezaste”, dice un dicho. En el caso de quién pretende liderar una universidad los conocimientos que de ello se tengan (y mira que digo conocimientos, no necesariamente experiencia) es algo necesario y de suma importancia, pero esos conocimientos deben reflejarse en una capacidad para ponerlos en práctica, siendo el primer campo para ello su propia persona.

Una universidad es un ente sumamente complejo, no solo hay cuestiones académica sino administrativas que atañen el quehacer cotidiano, de la misma forma la universidad no vive para sí de una manera endogámica sino que se relaciona con una sociedad y con todos sus actores de manera dinámica, de ahí que la capacidad de quien está al frente de la misma deba ser demostrada antes de llegar a ser líder de un ente como este.

Cuando hablo de capacidad me refiero a lo que la persona que desea llegar a liderar a una universidad debe demostrar, es decir, a aquello que puede poner a consideración como acciones que ha emprendido y resultados que ha obtenido antes de pretender tomar las riendas de algo tan complejo como una institución de educación superior. Para plantearlo de una manera sumamente sencilla es la respuesta que ésta persona pudiera darnos a “antes de pretender liderar toda una universidad, dime que has hecho de ti, de tu proyecto de vida personal y profesional”.

Términos como capacidad, competitividad, innovación, calidad y demás están al orden del día en nuestras universidades, luego entonces la persona que desee ser su líder, además de entender de qué se está hablando (conocimiento) debe ser capaz de demostrar que a lo largo de su vida ha aplicado en sí mismo lo que desea aplicar en la universidad, después de todo si no ha sabido ser líder de su propio proyecto de vida personal y profesional, ¿cómo podría esperar que se le confiara un proyecto mayor que involucra no solo más complejidades sino más gentes?

Ahora bien, esa capacidad (al igual que el conocimiento) mientras más comprensiva sea mejor, es decir, que cubra tanto en extensión como en profundidad los mayores campos posibles de acción pues el papel de líder en una universidad tiene que ver con muchas facetas del quehacer institucional, no solo una.

El primer proyecto con el que cuenta una persona es su vida misma, de ahí que sostengo que quien desee estar al frente de una universidad debe comenzar mostrando qué ha hecho consigo mismo, en qué forma ha aprovechado no solo el tiempo sino los recursos de que ha dispuesto, de otra forma su argumento del liderazgo basado en un desempeño rectoril será algo muy difícil de creer y, al menos desde mi punto de vista, un riesgo que no creo ninguna universidad esté dispuesta a correr.

La capacidad es ese segundo elemento, esa segunda condicionante, que desde mi punto de vista quien desee liderar una universidad debe demostrar. Esa capacidad inicia con lo que quien esté en esa posición pueda demostrar de su vida y mientras más extensa y profunda sea más garantías puede dar de poder con una responsabilidad como la planteada.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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viernes, 15 de marzo de 2019

Las cuatro “c” del perfil rectoril universitario (1 de 4): Conocimiento



Sin duda alguna que uno de los servicios de mayor responsabilidad y al mismo tiempo de mayor exigencia que puede haber es el de estar al frente de una universidad. Esa responsabilidad no termina ni se acota con la operación diaria de dicha entidad sino que su principal reto estriba en que, al pretender liderar los procesos de mejora de la comunidad en la que está insertar, debe ser capaz de adelantarse a sus tiempos al mismo tiempo que resuelve los problemas que dicha sociedad le va presentando. En ese sentido una de las características que debe reunir quien desee estar al frente de una institución de educación superior sin duda será los conocimientos que posea.

Hablando del tema de liderar una universidad en una ocasión alguien me señalaba que lo importante es que quien desee estar al frente de una institución así debe tener experiencia, sí, de acuerdo, pero luego entonces no podemos detenernos en esta idea ya que eso implicaría que solo serían rectores o directores quienes ya lo hubieran sido. La idea de la experiencia se va construyendo, pero más importante que eso es el conocimiento ya que éste permite construir lo otro.

Cuando hablo de conocimiento, para no excluir la parte práctica del mismo, me refiero a ese conocimiento que surge de la experiencia de la que hablábamos en el párrafo anterior, pero también del dominio (conocer) de los temas que atañen a la una universidad, no solo en sí misma sino en el entorno en el que está situada y por ende, con una visión estratégica de ambos.

Si se trata solo de administrar una universidad el conocimiento es menos exigente (ya que quien está al frente tiene muchas gentes que lo apoyan) que si hablamos de realmente fungir como líder de procesos universitarios de transformación y mejora institucional y por ende social. Esto último puede verse y valorarse en cuanto a las ideas que se tengan para empujar a la universidad a que ésta no solo mejore sino que responda a las expectativas que de ella tiene la sociedad y que finalmente ésta última se sienta impactada, transformada, por la primera.

El conocimiento, visto desde esta perspectiva, implica no solo el haber estado en algunos puestos universitarios, sino en tener ideas claras de cómo pueden mejorarse los procesos actuales, mejora que bien puede referirse a reforzar, cambiar, transformar, muchas de las cosas que se hacen en una universidad.

Ahora bien, dado el carácter de la universidad como líder de la sociedad, quien desee estar el frente de ella no puede volverse en un simple repetidor de la información (conocimiento) que ya existe, sino también ser capaz de desarrollar nuevo conocimiento el cual, tomando como referente lo existente, proponga nuevas formas del ser y el quehacer institucional.

Sin duda alguna que el conocimiento es una variable de suma importancia a valorar en quien desee estar el frente de una institución, variable que por sí sola no define la idoneidad de quien tenga esa aspiración pero que al menos puede darnos una tendencia de lo que puede esperarse de su administración.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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viernes, 8 de marzo de 2019

Desdeñar la educación es como subirse a un bote y rechazar los remos



Las características del mundo actual han puesto al alcance como nunca antes la posibilidad de recibir educación, pero de la misma forma el emprendedurismo ha demostrado que ésta no es un requisito sin el cual no se consigue el éxito, el conciliar estas dos posturas nos permitirá tener no solo claridad en cuanto al tema sino flexibilidad en cuanto las opciones de vida.

¿Qué tienen en común personalidades como Bill Gates, Steve Jobs, Frank Lloyd Wright, Buckminster Fuller, James Cameron, Mark Zuckerberg, Tom Hanks, Harrison Ford, Lady Gaga o Tiger Woods? Desde luego  una cosa es que se trata de personajes exitosos en sus respectivos campos de actuación, pero la otra y más interesante es que todo ellos abandonaron en sus momentos sus estudios universitarios, ¿esto quiere decir que la educación no es necesaria para alcanzar el éxito?

Para responder lo anterior hay que ver lo siguiente: lo primero es que no se trataba de gente analfabeta sino que sí habían recibido educación formal y que fue en sus estudios universitarios donde se termina la formación académica antes de su conclusión formal; lo segundo es que el abandono de los estudios universitarios se da porque su carrera laboral comienza a dar frutos, a diferencia del pensamiento de abandonar los estudios para ir en pos del éxito; y por último que en cierta forma éstos personajes tenían en sí ese potencial que les permitió alcanzar el éxito sin necesidad de una carrera profesional.

Pero si tuviéramos que contestar con un si o un no a la pregunta de si la educación es requisito para el éxito o la falta de ella garantía de fracaso, la respuesta es no, y así como estos casos comentados inicialmente se tienen muchos más en la historia de la humanidad que demuestran lo anterior.

Pero así como no es un requisito ineludible para alcanzar el éxito tampoco está demás el obtener una formación, es más, la misma puede permitir compensar ciertas deficiencias que como humanos tenemos. Paso a explicar esto.

Para ser un buen cantante, para ser un buen escritor, para ser un buen atleta, para ser lo que sea no es necesaria la formación formal podríamos decir, pero si se requiere tener las capacidades para y (muy importante) una experiencia que podríamos llamar formación informal. Pues bien, hay quienes no tenemos ciertas capacidades pero que la educación nos permite subsanar con el manejo de la técnica apropiada. Es así como la educación nos puede servir para alcanzar la meta.

Pero de la misma forma dejar en manos de la educación todo el potencial para alcanzar nuestro éxito y nuestras metas es dejar de lado la responsabilidad de nuestro destino que necesariamente es nuestra.

¿Cuál sería un punto no medio sino más rico?, pues aquel donde la formación que recibimos la completamos con la experiencia y la enriquecemos con nuestro emprendedurismo, es así como el triángulo formado por formación-experiencia-emprendedurismo nos genera una base, un soporte, una plataforma sobre la cual podemos construir un futuro más estable y al mismo tiempo con más opciones ante los retos que enfrentemos.

La vida actual exige no solo actitud sino también aptitud, siendo que esto último tiene sus principales referentes en la capacidad personal y la formación o habilitación para el desempeño exitoso, es así que  desdeñar la educación es como subirse a un bote y rechazar los remos.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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viernes, 1 de marzo de 2019

Valor de la competencia a desarrollar: El siguiente paso en el enfoque por competencias




El enfoque de competencias es un intento de nuestras instituciones de educación superior por responder con relevancia, pertinencia y coherencia a las necesidades de las comunidades en las que están insertas, éste enfoque, como todo, es perfectible, siendo el siguiente paso natural el que de manera clara se establezca no solo la competencia que se va a desarrollar sino en valor de la misma en cuanto al referente personal que es el profesionista y en cuanto al referente social que es la comunidad.

La incursión del enfoque de competencias en la educación superior vino a abrir las ventanas de los procesos formativos para permitir que entrara el aire de la relevancia, de la pertinencia y de la coherencia. En algunos casos lo logró, en otros aún está batallando con las reminiscencias de procesos anquilosados donde sus más férreos defensores impiden el avance en este sentido.

Independientemente de esto el desarrollo formativo no puede detenerse y, después de ya varios años de tener el enfoque de competencias aplicándose, podemos identificar áreas de oportunidad queriendo referirme, en este caso, a lo que considero es el siguiente paso evolutivo en el mismo y que es la utilidad de la competencia a desarrollar.

Si tomamos como referente el fin del enfoque de competencias, es decir, el desarrollar desempeños profesionales que sean susceptibles de medirse y valorarse (desarrollar una competencia) podemos ver que en ese marco de referencia cabe todo, no necesaria ni únicamente lo que sea de valor.

Por ejemplo, en una ocasión me tocó ver (y criticar) una materia de contabilidad básica donde a estas alturas del partido, como coloquialmente se dice, se les enseñaba a cargar y abonar como hace 30 años se hacía con los libros diario y mayor. Al final de la materia, en efecto, el alumno desarrollaba esa competencia a la perfección, solo que esa competencia era ya inaplicable en el mundo actual dada los sistemas de información existente.

Me ha tocado participar en varios procesos para formar y conformar materias y en todos los programas de curso que se crean viene la competencia a desarrollar (amén de que también otros conceptos requeridos por este enfoque), pero lo que nunca me ha tocado ver es la expresión clara, objetiva y concreta del valor que tendrá en el mundo real, personal y profesional, esa competencia a desarrollar, en otras palabras, la respuesta a ¿para qué va servir realmente esto?

El enfoque de competencias toma, o al menos debería tomar, de referente al mundo real, de ahí en su momento cuando he esbozado mi propuesta de construcción de procesos formativos por competencias basados en mi modelo de relevancia-coherencia-pertinencia, en ese sentido lo que se busca lograr debe tener un valor de aplicabilidad claro en ese mundo real, de otra forma es una pérdida de tiempo que se paga, sí, con los recursos de toda la sociedad, pero con algo más valioso e incuantificable: el tiempo de vida del futuro profesionista.

El siguiente paso en el proceso de mejora continua del proceso formativo basado en competencias es la explicitación en los programas de curso del valor de cada competencia a desarrollar donde de una manera clara, objetiva y concreta se establezca para qué va a servir dicha competencia tanto para el desempeño del futuro profesionista como para la sociedad en la que finalmente se insertará.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
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viernes, 22 de febrero de 2019

Evaluación formativa: maestro-insumos-alumno



La formación viene siendo en nuestras instituciones de educación superior, una de sus actividades sustantivas, es así como habría que esperar que la misma tuviera todos los elementos que permitieran un análisis y valoración de lo que se hace, por qué se hace y para qué se hace, más sin embargo en la práctica el peso de esto gira en torno a un solo elemento, el docente, excluyendo los insumos del proceso y al alumno.

En una ocasión se me invitó a analizar lo que se pretendía sería un nuevo instrumento de evaluación docente. Si bien la evaluación docente es algo más que común en la mayoría de las universidades, desde mi punto de vista su alcance es limitado en lo que se desea obtener: la formación del alumno. Comento esto porque la pregunta inicial que hice se refería precisamente a la intención subyacente en el análisis que de ese nuevo instrumento haríamos (siempre es bueno el preguntar el por qué hace uno lo que hace), la respuesta tendía, sí, a evaluar al docente, pero dado que el docente es parte de un proceso volví sobre mi pregunta para que se me clarificara la intención de evaluar al maestro, la respuesta que perfilé ya desde el inicio iba a que la intención es ir mejorando la labor del docente en lo que se refiere al proceso formativo del alumno.

Proceso formativo del alumno. Cuando uno hace las preguntas correctas obtiene las respuestas correctas, luego entonces el esfuerzo de evaluar al docente tiene una sola finalidad que es la del proceso formativo del alumno, siendo así, ¿dónde están evaluados los otros elementos de dicho proceso? Si vemos el proceso formativo del alumno como lo que es, un proceso, debe haber más elementos que intervengan en el mismo, y siguiendo esta lógica podemos concluir que si esos elementos no son identificados y evaluados bien pueden dar al traste los esfuerzos de mejora que se hagan sobre uno de ellos (como en este caso el docente)  por más loables que sean esos esfuerzos.

¿Y cuáles son esos otros elementos que podemos identificar? Aparte del docente por lo menos otros dos: los insumos del mismo proceso y, algo que a veces se pasa por alto, el mismo alumno. A reserva de explayarnos en estos elementos podemos adelantar que los insumos es todo aquello que proporciona la institución y coadyuva al proceso formativo, en cuanto al alumno, si bien no es necesario definir la persona, si es necesario establecer las responsabilidades propias de ella para limitar los ámbitos de acción de ella misma y el docente.

Los insumos, como ya se adelantó, es todo aquello que proporciona la institución y coadyuva al proceso formativo, ejemplo de esto son las bibliotecas y el acervo bibliográfico que tengan las universidades, las aulas (tanto en cantidad como en calidad), los sistemas tecnológicos que soporten los procesos (tanto académicos como administrativos) que la universidad pone a disposición tanto del maestro como del alumno, los espacios institucionales para el desarrollo de las actividades curriculares y extra-curriculares, etc.

Por ejemplo, demos por sentado que una universidad cuenta con la mejor planta docente: capacitada, motivada, con experiencia, pero la biblioteca así como su acervo bibliográfico es insuficiente para la demanda del alumnado, o en el caso del acervo bibliográfico éste está sumamente desactualizado, el resultado sería un proceso defectuoso con un resultado formativo deficiente. De igual forma si, aunque se contara con esa planta docente de excelencia, las aulas fueran insuficientes o de ínfima calidad, los sistemas tecnológicos no se dieran abasto o no respondieran a las necesidades y perfiles de los usuarios, o los espacios institucionales no solo no fueran suficientes sino no funcionales, ¿qué podríamos esperar de este proceso?. Aún así, ¿en qué instrumento se evalúan los insumos para tratar de mejorarlos con relación al proceso formativo del alumno?

El docente tiene ciertas responsabilidades que deben ser cubiertas por él, de la misma forma la institución tiene ciertas responsabilidades relativa a los insumos que debe aportar al proceso formativo del alumno, pero de la misma manera el alumno tiene sus propias responsabilidades que deben ser cumplimentadas para dar por satisfecho los requerimientos mínimos del proceso formativo para pensar en una conclusión exitosa del mismo.

¿Cómo qué cosas son responsabilidad del alumno? Pueden señalarse por ejemplo el cumplimiento en tiempo y forma, en extensión y profundidad, de las actividades que él debe realizar aunadas al proceso formativo. Importante es entender, sobre todo de parte del docente, que el alumno universitario es un adulto en toda la extensión de la palabra y como tal debe ser tratado, no como en ocasiones en que se pretende abordarlo como un menor de edad al que no solo hay que decirle que debe hacer sino incluso guiarlo casi de la mano para asegurarse que lo haga.

¿Por qué esta reflexión? Por una simple y sencilla razón. Constantemente las universidades son criticadas por la sociedad cuando de la primera egresan profesionistas que no cumplen con los mínimos requeridos por la segunda, recayendo siempre este señalamiento en la responsabilidad que sobre de ello tiene el profesorado, sin pretender quitar en lo más mínimo la responsabilidad que sobre el perfil del docente debe cumplirse, es un acto de justicia el señalar que en el proceso formativo del alumno hay elementos relacionados con los insumos que proporciona la universidad y las responsabilidades que el mismo alumno debe cumplir que inciden en su perfil como profesionista y que por ello también deben ser evaluadas.

Lo que no se evalúa no puede mejorarse, dice un aforismo, y este enunciado es verdad en el sentido de que si uno no tienen manera de valorar lo que está haciendo no hay forma de detectar áreas de mejora, en cuanto al proceso formativo del alumno la evaluación docente es un elemento de gran valor, practicidad y aplicabilidad para ello, pero no el único que debería valorarse siendo que los insumos que proporciona la universidad y la responsabilidad del alumno otros elementos que deben incorporarse en este proceso de mejora continua.

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
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