El término de un año y el inicio de
otro es momento propicio para la reflexión, el análisis y los propósitos. Los
días transcurridos nos permiten evaluar lo logrado y los días por transcurrir
nos invitan a establecernos nuevas metas. En cualquiera de los dos casos, es la
oportunidad de dirigir nuestros pasos hacia donde nuestra voluntad, nuestros
sentimientos y nuestro carácter lo deseen.
El final de un año y el inicio de otro
nos permitió ver dos situaciones entre amigos y conocidos: quienes señalaban los
problemas que habíamos vivido en el año que concluye (algunos por cierto muy
graves) y quienes señalaban los buenos propósitos (algunos por cierto muy
buenos) para hacer del siguiente año uno mejor. Señalamientos respecto de los
niveles de violencia, corrupción e inseguridad estaban al orden del día, de la
misma forma los parabienes para que el siguiente año fuera un año de éxitos,
alegrías y una mejora general. Curiosamente en ambos casos la responsabilidad
de todos y cada uno de nosotros es determinante.
En el caso del docente lo anterior es
doblemente cierto. Él se encuentra frente a sus alumnos, los cuales son los
ciudadanos del mañana, no solo para enseñarles una técnica sino para
transmitirles actitudes y valores. El docente no solo forma profesionistas o
genera soluciones o divulga cultura, sino que va más allá dándole, a quienes en
la educación buscan una respuesta, los conocimientos, las habilidades, las
actitudes y los valores para remontar sus destinos, para lograr sus sueños, y
para forjar por si mismos su propio futuro. En otras palabras el docente
siembra semillas de esperanza, aliento y determinación que germinarán mucho
después y cuyos frutos permanecerán incluso una vez que se haya ido.
Un maestro que opte por la
mediocridad, por el callarse, por el "no hacer olas", por
"llevar la fiesta en paz", tiene miras de muy corto plazo pues eso
implica no afrontar con decisión y carácter los problemas que nos atañen a
todos, los cuales a la vuelta de la esquina terminarán por ser mayores que
nuestras fuerzas para corregirlos.
Por el contrario el maestro que opta
por generar una sociedad participativa, crítica, constructiva, que no solape la
mentira, la corrupción y la simulación, necesariamente estará sembrando
semillas para una sociedad más justa, incluyente, democrática y responsable.
El docente debe ante todo reflejar en su persona y en su institución los
mejores valores que desea ver reflejado en la sociedad: fortaleza, orden, y
responsabilidad. Debe constantemente buscar crear una sociedad que fomente y
permita el debate y el libre intercambio de las ideas, una sociedad que respete
y promueva la justicia y la legalidad, una sociedad que reconozca el buen
desempeño y se exija cada día más. Dicho de otra forma, una sociedad sustentada
en la transparencia, el consenso, la inclusión, el compromiso, la rendición de
cuentas y la cordialidad.
Este año que inicia es un buen
pretexto para que cada docente trabaje en su grupo, en su clase, en su salón,
con esa pequeña porción de México que se le ha encomendado para sembrar las
semillas de la sociedad que queremos:
Compromiso. El compromiso es la contraparte a la
que está obligada toda autoridad por al apoyo recibido para ostentarse como
tal. Esto puede resumirse en actuar siempre y en todo momento de manera justa,
ordenada, transparente, legal y armónica supeditando sus intereses a los
intereses comunitarios y reflejando en sus dichos y hechos una congruencia
siempre y en todo momento. Los compromisos son para cumplirse, no para luego
andar buscando pretextos que justifiquen el que no se cumplieron.
Consenso. El consenso es la plataforma que
garantiza la viabilidad de los acuerdos ya que incorpora la mayoría de las
pensamientos y voluntades expresados a través de la conciliación de diferentes
posturas tomando como referente el bien común. Al mismo tiempo es el termómetro
que permite evaluar la capacidad de quienes están al frente de actuar no solo
como autoridad sino como líderes de opinión. En ese sentido hay que tener muy
en claro que el consenso solo puede darse entre diversas posturas legales,
éticas y morales, no puede buscarse consenso entre posturas que violenten
algunas de las normas anteriores pues se estaría no ante un consenso sino ante
una claudicación personal y social.
Cordialidad. La cordialidad impone una doble
exigencia para cualquier autoridad pues implica no solo lograr los objetivos y
metas establecidos sino hacerlo de la mejor manera. La consideración, la
atención, la cortesía, la tolerancia y el respeto marcan y determinan una congruencia
ética y moral en el actuar definiendo a quien los vive no solo como autoridad
sino como persona en toda su extensión. Ahora bien, esta cordialidad no implica
solapamiento o complicidad, el querer "llevar la fiesta en paz" nos
ha llevado a niveles de corrupción donde se ha privilegiado más el ser una
buena persona que una persona honesta y capaz. Cordialidad sí, pero no a costa
de la justicia y la legalidad.
Inclusión. La
inclusión, vista como la apertura y la promoción a la participación de todos
los integrantes de una comunidad independientemente de sus posturas, se
sustenta en las premisas de la equidad y la justicia. Después de todo las
divergencias en el pensar enriquecen las argumentaciones y permiten entre todos
construir algo más grande al trabajar en conjunto por un proyecto común. La
inclusión implica la valoración de posturas razonadas y sustentadas enmarcadas
en la legalidad, la justicia y la veracidad, de ahí en fuera no puede haber
inclusión que justifique minar la misma sociedad con posturas contrarias a esos
principios.
Rendición de cuentas. La rendición de cuentas es el
referente por el cual un funcionario es evaluado durante su gestión al comparar
los resultados obtenidos contra los resultados esperados. Cualquier autoridad,
sea del nivel que sea, debe estar dispuesto a responder de sus actos y cuidar
no solo el alcanzar las metas que se han establecido, sino alcanzarlas dentro
de un ambiente de respeto, orden y legalidad. La rendición de cuentas es la
manera es que se evalúan los dichos, es la manera tangible en que la capacidad
de alguien es medida, y es el termómetro final al que confiadamente debe
someterse quien de manera correcta hace las cosas.
Transparencia. La transparencia no es un acto de
buena voluntad del funcionario sino una obligación mínima que debe mostrar
durante su gestión ya que los recursos que administra no le pertenecen y su
ejercicio debe soportar la prueba del escrutinio público para asegurar que su
aplicación no responde a filias o fobias personales sino a un sentido de
responsabilidad institucional. En la actualidad se ha avanzado mucho en este
punto, pero hace falta avanzar más. Simulaciones para mantener información
oculta de la sociedad a través de reservas o confidencialidades solo son
entendibles en las personas o en aquellos que temen que sus fechorías salgan a
la luz.
Cuando una sociedad tiene problemas
aún hay esperanza, pero cuando son sus docentes quienes optan por el miedo, la
mentira, la simulación, la falta de transparencia, la falta de responsabilidad,
la falta de rendición de cuentas, entonces la batalla está más que perdida pues
en manos de ellos está el futuro, nuestro futuro. Renovemos votos para que
nuestra labor frente a quienes formamos nos permita pensar en un mundo mejor,
después de todo esa es la labor del docente: educar para trascender.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
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