Hablando del valor del compromiso,
comentábamos en el artículo anterior que el docente en su hablar y en su actuar
debe ser capaz de vivenciar el compromiso y no solo eso, sino de transmitirlo
como un valor que nos permite avanzar individual y comunitariamente hacia la
excelencia. Creer y sembrar el valor del compromiso implica trabajar en el
presente por un futuro de oportunidades y desarrollo donde las personas puedan
no solo tener más, sino cada vez ser más y mejores reflejando esto en la
comunidad que integran. En esta ocasión hablaremos sobre el valor del consenso.
Consenso es la plataforma que garantiza
la viabilidad de los acuerdos ya que incorpora la mayoría de las pensamientos y
voluntades expresados a través de la conciliación de diferentes posturas
tomando como referente el bien común. Al mismo tiempo es el termómetro que
permite evaluar la capacidad de quienes están al frente de actuar no solo como
autoridad sino como líderes de opinión. En ese sentido hay que tener muy en
claro que el consenso solo puede darse entre diversas posturas legales, éticas
y morales, no puede buscarse consenso entre posturas que violenten algunas de
las normas anteriores pues se estaría no ante un consenso sino ante una
claudicación personal y social.
Hasta el paradigma
anterior el maestro era el que decidía qué se iba a hacer y el que otorgaba
calificaciones en función de la respuesta de los alumnos a los criterios por él
establecido, por su parte el alumno desempeñaba un papel pasivo-reactivo donde
no había convencimiento en lo que se hacía salvo por el hecho de que si no se
hacía no se obtenía la aprobación del maestro. En el nuevo paradigma el maestro
debe ser capaz de bajar de su pedestal y de correr los riesgos de una evaluación
centrada en el estudiante y en los resultados. El proceso ya no puede girar en
lo que hizo o dejó de hacer el maestro o en si cumplió o no los programas o las
reglas, sino en si el alumno desarrolló las competencias que requiere. Para
ello los cambios en la relación deben ser consecuentes con las actitudes y
valores que se desean formar.
El docente
debe ser capaz de dejar su pequeño poder para ingresar en un área de servicio;
debe considerar al alumno como una persona capaz, libre y dueña de su destino y
no como alguien que debe hablar cuando aquel se lo diga y callar cuando se le
señale. La relación maestro-alumno debe darse entre iguales, siendo uno de
ellos el más experimentado para proponer los medios para el desarrollo de las
competencias, pero sin llegar a ser el que coarte la acción y el proceso
personalísimo del otro. Para ello el docente requiere hacer una reingeniería
donde evalúe cada actividad que realiza, así como cada paradigma que tenga del
proceso, a la luz de los cambios que caracterizan lo mismo al mundo globalizado
actual y la era de la información, como a los nuevos perfiles que han comenzado
a desarrollar tanto las profesiones como las personas.
Este nuevo actuar e interactuar del
maestro obliga necesaria y forzosamente a los consensos. La ventaja del
consenso es la inclusión de las diferentes voces y opiniones, la desventaja es
que requiere de una gran capacidad de liderazgo, empatía e inteligencia tanto
cognitiva como emocional, es por ello que la tentación de la imposición autoritaria
basados en una jerarquía maestro-alumno siempre estará latente pues facilita
las cosas, al menos para el maestro.
Mencionamos al inicio que el consenso
solo puede darse entre diversas posturas legales, éticas y morales, no puede
buscarse consenso entre posturas que violenten algunas de las normas anteriores
pues se estaría no ante un consenso sino ante una claudicación personal y
social. Hay quienes creen que consenso es llegar a que todas las voces quepan,
pero eso no es posible por dos razones, la primera es porque en muchas
ocasiones las posturas son excluyentes por lo que debe negociarse una de las
dos o una tercera como opción; la otra razón es que en ocasiones algunas
posturas no serán legales, éticas y morales, por lo que de inicio la negociación
no puede realizarse.
Legalidad. La legalidad es nuestro primer marco
de referencia y tal vez el más sencillo pues parte de una norma objetiva y
positiva estipulada en leyes, reglamentos y normatividades que establecen las
formas de evaluar la corrección de una acción. La ley es para cumplirse, no
para votar su cumplimiento, no para negociar su cumplimiento, no para convenir
su cumplimiento, sino para cumplirse. Esta premisa permite a todos un marco
estable en el que podemos desenvolvernos, de otra forma propicia el desorden y
la inseguridad de todos, incluso de los que inicialmente se benefician de esa
no aplicación de la ley.
Ética. La cuestión ética, que hemos
abordado en otros artículos, nos permite resolver aquellas cuestiones que, como
se dice comúnmente, no esté del todo claro aún y cuando se aplique una norma
objetiva como sería en el caso de una ley o reglamento ambiguo o incompleto. La
mayoría de las profesiones y colegios profesionales cuentan con códigos de
ética que permiten, sin ser coercitivos, señalar parámetros aceptables y
reconocidos de actuación.
Moralidad. Cuando hablamos de moralidad no nos
referimos a la moralidad religiosa sino más bien a la moralidad social. La
moralidad religiosa hace énfasis en cuestiones de conducta que si bien tienen
un referente en la persona y el mundo su fin último es la relación con la
divinidad, no es esta moralidad a la que nos referimos por la sencilla razón de
la diversidad religiosa existente que haría imposible el acordar normas de
conducta con este fundamento además que quebrantaría el principio de tolerancia
al querer imponer a los demás criterios morales religiosos. La moralidad a la
que nos referimos es social, abarca un terreno por todos conocidos y parte de
un consenso comunitario sobre lo que es justo, correcto y verdadero.
Si las tres condiciones se cumplen,
legalidad, ética y moralidad, entonces las diferentes posturas pasan a la
siguiente etapa, es decir, a la búsqueda del consenso a través de las
coincidencias. El maestro, como propugnador de un futuro mejor, debe actuar
ante lo que es correcto, no lo más conveniente, y trasmitirlo así a sus
alumnos. Debe proponer los debates y los análisis sobre bases legales, éticas y
morales y debe ser capaz de mostrarle al alumno que lo correcto nos beneficia a
todos mientras que lo conveniente solo a unos cuantos.
El maestro, a través del consenso,
genera un futuro donde el diálogo y la tolerancia tienen lugar, pero mejor aún,
le apuesta a un futuro donde las cosas se hacen de manera correcta pues la
discusión privilegia los argumentos y las evidencias y las decisiones se toman
de manera objetiva teniendo en cuenta el bien común.
Consenso no implica perder una
postura, sino enriquecer la propia con puntos de vista adicionales, de la misma
forma consenso no garantiza éxito ni buenos resultados pues éste va aunado al
cumplimiento de los acuerdos consensuados.
El consenso impone al docente el reto
de ser capaz de liderar al grupo para que juntos lleguen a las mejores
decisiones, es por ello que mientras siembre en sus clases y en sus alumnos el
valor del consenso basado en argumentos y evidencias y en un marco de
legalidad, ética y moralidad, podrá tener la seguridad que los frutos
permitirán pensar en una sociedad cada vez más justa, equitativa, democrática e
incluyente.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Este
artículo puede verse en video en https://youtu.be/Eb8Xb9jrkI4
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