El
reto que enfrentan los actuales sistemas educativos de nivel superior de desarrollar en el alumno una serie de
competencias laborales que lo lleven a realizar trabajos de gran capacidad,
eficiencia y calidad, a través una combinación adecuada de habilidades,
conocimientos, actitudes y valores, ha sido abordado con el enfoque de
competencias profesionales, el cual, mal entendido, puede crear la falsa
premisa de que el maestro ya no es indispensable.
El
enfoque de competencias es una tendencia educativa que busca que la enseñanza
sea pertinente, coherente y relevante, es decir, que su fin último sea el
desarrollar desempeños medibles en el campo profesional. Imaginemos un curso
para andar en bicicleta, ¿cuál sería la competencia final que se buscaría
desarrollar? Pues precisamente el poder desplazarse en bicicleta. De la misma
forma esa última competencia tiene otras competencias intermedias, como el
poderse subir a la bicicleta, el saber frenar, el manejar diferentes
velocidades, el poder maniobrar, incluso que el dar mantenimiento
preventivo/correctivo a la bicicleta. Independientemente de lo anterior, todas
ellas son conductas observables y medibles, no quedan en mera teoría o
conocimientos sino que deben finalmente dar un comportamiento susceptible de
ser evaluado
En
este sentido se han dado muchos cambios en la forma de dar las clases, las
cuales implican una dinámica donde el alumno, bajo la guía del maestro, busca,
interpreta y aplica información, lo cual en algunos casos se ha malinterpretado
señalando que en este sentido el maestro ya no es indispensable pues el alumno
se vuelve casi autodidacta. La respuesta a este señalamiento es un categórico
no.
El
profesor no pude en ninguna circunstancia volverse innecesario simple y
sencillamente por dos cuestiones. La primera tiene que ver con la experiencia y
la segunda con la evaluación.
Veamos
la primera, la relacionada con la experiencia. Un proceso de
enseñanza-aprendizaje, por más autodidacta o centrado en el estudiante que
sea, no puede incorporar el cúmulo de
experiencias que el ejercicio de la vida profesional acumula en un docente. La
profesión misma constantemente reta a quien la ejerce con situaciones nuevas en
las que sus conocimientos, actitudes, valores y habilidades le permiten salir
adelante acumulando nuevas experiencias. Muchas veces lo que un profesionista
vende son sus desempeños, y muchas veces estos están basados en la experiencia
acumulada. Y es precisamente esta experiencia la que le permite al docente
elegir de entre todo el cúmulo de información y experiencias aquellas que
permitan al alumno desarrollar la competencia deseada. Esta elección se da en
la forma en que el docente estructura el curso incluyendo materiales y
evaluaciones.
Curiosamente
este aspecto es el que permite evaluar la maestría que posee el docente, siendo
que este término, el de maestría, no se refiere a un grado sino más bien al
dominio profesional de la disciplina a enseñar. A título personal me gusta
señalar, respecto de esto, que un maestro, un verdadero profesionista que tiene
la maestría que da la experiencia, es capaz de obtener en 8 pasos lo que se
obtiene en 10. Esto quiere decir que el docente maestro, el docente que posee
maestría profesional y académica, vuelve fácil lo difícil, contrariamente al
docente que no sabe ni por donde entrarle a un tema y satura al alumno de
información y ejercicios creyendo que éste es como una grabadora que retendrá
todo lo que vea, oiga o haga.
El
segundo aspecto que hace imprescindible al profesor es el de la evaluación.
Cualquier persona puede acceder a un proceso que tienda a ser autodidacta, de
hecho en el mundo actual de la información globalizada esto es factible en
grados nunca antes vistos, pero el único que puede decir si se adquirió el
desempeño esperado es precisamente quien lo tiene desarrollado y ese es el
profesionista en su papel de docente. Por lógica elemental uno mismo no puede
ser juez y parte de su propio proceso formativo ya que simple y sencillamente
por este hecho uno no es objetivo. Es así como se requiere un ente externo que
por un lado tenga el desempeño esperado y por otro pueda evaluar el desempeño
adquirido, y ese es el profesor. Las diferentes evaluaciones que, bajo un
enfoque de competencias aplica un experto en la materia en el papel de
profesor, lleva la finalidad de evaluar de manejar objetiva y medible el
desempeño que se ha desarrollado. En pocas palabras y más allá de todos los
ejercicios que uno desarrolle para adquirir la competencia, siempre necesitará
a alguien que ya la tenga al que podamos con confianza preguntarle ¿está bien
así?
Ahora bien, para que un docente maestro pueda
ser capaz de señalar cuando se ha alcanzado el dominio de una competencia
necesaria y forzosamente él debe tener ese dominio, contrariamente a los
maestros “de librito” donde se piensa que la información pude suplir en forma
alguna la experiencia dejando en franca desventaja no solo al maestro, el cual
tal vez haga su mejor esfuerzo, sino al
alumno el cual solo recibirá de manera terciarizada la información que pudiera
obtener directamente de “libros” sin obtener la experiencia que hace del
docente un maestro en el ejercicio de su profesión.
En
la educación necesitamos forzosamente que los mejores eduquen a los mejores,
entendiendo a los primeros como aquellos docentes que tienen no solo el
conocimiento sino la experiencia profesional que el ejercicio disciplinario da,
y a los segundos como aquellos alumnos formados que desempeñarán su profesión de
manera honorable con excelencia y perfección.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
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