Un
hecho innegable en la historia humana es el derecho que los individuos tienen a
defender y luchar por sus ideales, sea esto de manera individual o colectiva.
En este último caso, en el de la colectividad, la figura de los sindicatos es
sin duda de peso y relevancia en el desarrollo tanto de sus agremiados como de
las organizaciones en las que están insertos, dependiendo precisamente este
éxito de los fines explícitos, pero sobre todo los fines implícitos, que dichas
asociaciones sindicales persigan, lo cual en educación se vuelve de una
relevancia mucho mayor por los alcances y efectos que en este campo un
sindicato puede llegar a tener.
Un
sindicato es “una organización integrada por trabajadores en defensa y
promoción de sus intereses sociales, económicos y profesionales relacionados
con su actividad laboral, respecto al centro de producción (fábrica, taller,
empresa) o al empleador con el que están relacionados contractualmente” y según
la Declaración Universal de los Derechos Humanos en su artículo 23, punto 4,
“toda persona tiene derecho a fundar sindicatos y a sindicarse para la defensa
de sus intereses”
Desde
1864, año en que se creó en Londres la Asociación Internacional de Trabajadores
-primera central sindical mundial de la clase obrera- a la fecha han
transcurrido bastantes años y se han conseguido bastantes logros. Entre los
derechos que todo sindicato persigue para sus agremiados está el de un trabajo
digno y socialmente útil, jornada máxima, labores prohibidas, jornadas
especiales para adultos mayores y menores de edad, días de descanso cuando
menos, cuidados laborales especiales para embarazadas, salarios mínimos e
incrementos salariales, no discriminación laboral, y condiciones para huelga,
entre otros.
Todo
excelente, todo bien, todo plausible. El único problema es que de sus nobles
orígenes como defensa colectiva de derechos laborales, en ocasiones los
sindicatos, al sentir el poder, se han desbordado y en la búsqueda de posiciones
de poder han terminado por dañar la fuente de empleo que no solo le da
viabilidad al sindicato sino a los mismos trabajos de sus agremiados.
Tomemos
un ejemplo cotidiano: el famoso pliego petitorio. En México los Sindicatos
comienzan sus negociaciones con un pliego petitorio, en función del
cumplimiento de sus exigencias se conjura o no la posibilidad de conflictos
laborales al interior de la organización que alberga al sindicato, conflictos
laborales cuyo cenit es la suspensión de labores en la figura de una huelga. En
Japón, a diferencia de México, las negociaciones laborales comienzan con un
pliego ofertorio por parte del sindicato: mayor rendimiento laboral, mejor
producción, mejor calidad, y de ahí esperan la respuesta de lo que ofrecerá la
empresa a cambio de lo que ofrece el sindicato. Diferente enfoque, ¿verdad?
Pero
más allá de eso, en ocasiones los sindicatos, ávidos de poder, buscan
posiciones más allá de lo laboral con intereses aviesos cuyo objetivo de corto
plazo es conquistar, no derechos laborales, sino posiciones de poder en la
organización, pero que a largo plazo minan la viabilidad de la organización.
En
educación esto se da, por ejemplo, cuando los sindicatos buscan que al interior
de las instituciones educativas se contrate, no a los más capaces, no a los
mejores preparados, no a los más competitivos, sino a aquellos agremiados que
“proponga el sindicato”. Es así como el sindicato se vuelve en la ventanilla
única de ingreso y promoción que bajo la figura engañosa de “velar para que
solo sus agremiados accedan a plazas laborales” se vuelve un proceso paralelo
para la contratación o la promoción. La realidad detrás de esto son las cuotas
de poder que buscan tener dentro de la organización y más que los beneficios
laborales se trata de control no solo sindical sino laboral.
Pero,
¿cuál es el resultado de esto, sobre todo en educación? Que el ingreso y la
promoción no está en función de indicadores de capacidad o calidad académica
sino que está en función de subordinación, sino es que sumisión, a los dictados
e intereses sindicales, lo cual en última instancia repercute en una educación
mediocre, en un control asfixiante, y en procesos fácilmente corrompibles.
Ahora
bien, es obvio que este intento de ambición desmedida de control y poder no se
vende a sus agremiados como lo que es, sino que se esgrimen banderas de defensa
laboral y de logros sindicales, pero basta tener dos dedos de frente para darse
cuenta que todo proceso de ingreso y promoción que no se supedite a la
competencia, que no garantice la contratación y ascenso de los mejores cuadros,
y que le otorgue facultades omnímodas a un sindicato, no pude resultar en un
beneficio de la organización en la que está inserto el sindicato ni por ende de
sus trabajadores agremiados.
Ahora
bien, hay que ser objetivos y entender que cuando un sindicato tiene esas
intenciones, no habrá manera de hacerlo recapacitar, pero en el caso de la
educación, y sobre todo de la educación pública, la sociedad puede presionar
para que los sindicatos se mantengan en sus límites de luchas laborales sin
excederse en sus pretensiones contractuales, de otra forma estaremos viendo una
educación fallida, mediocre y sin futuro, y lo que es peor, estaremos
cancelando a las generaciones futuras su derecho de un mejor porvenir.
Las luchas sindicales laborales se enmarcan
dentro de la búsqueda constante del ser humano por mejorar sus condiciones
generales, en el marco de la educación es un deber de todos cuidar que estas
luchas no afecten la calidad de los procesos educativos pues en ellos está la
semilla del futuro que deseamos para las futuras generaciones.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
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