La
educación, sobre todo la educación universitaria, si bien tiene un sentido
formativo también tiene un sentido eminentemente pragmático: habilitar a las
personas para que puedan desempeñar con éxito una profesión. Es así como la
pertinencia final de todo proceso formativo de este nivel será la colocación
exitosa de sus egresados.
Los
procesos actuales de competencia en todos los niveles, han hecho imperiosa la
búsqueda de la calidad en todos los ámbitos, no escapando de ello el ámbito
educativo. Para ello se han creado organismos certificadores que avalan la
calidad de los procesos formativos en las universidades. En México existen 26
organismos no gubernamentales,
especializados y facultados para acreditar la calidad de los programas
académicos que se imparten en las instituciones de educación superior en sus
diferentes disciplinas, como por ejemplo el
Consejo de Acreditación en la Enseñanza de la Contaduría y Administración,
A.C. (CACECA), el Consejo de Acreditación de la Enseñanza de la Ingeniería,
A.C. (CACEI), el Consejo Nacional para la Enseñanza e Investigación en
Psicología (CNEIP) o el Consejo Nacional de Educación de la Medicina
Veterinaria y Zootecnia (CONEVET) entre otros.
La
premisa de la acreditación es que los programas educativos garanticen
estándares de calidad que permitan inferir que la formación recibida es del
nivel requerido, para ello se analizan diferentes variables como
infraestructura, personal académico, productividad académica, procesos
académicos y administrativos, etc.
Tal
como se mencionó al principio, la prueba final de todo un proceso formativo es
que el egresado finalmente se coloque en un trabajo acorde con su formación y
con sus expectativas de desarrollo profesional. Es decir, todo ese proceso
acreditado de calidad queda en nada si los egresados no tienen dónde ni cómo
colocarse.
Tal
vez parezca una incongruencia pero hay que entender que un programa educativo
puede tener una acreditación sin ser pertinente laboralmente, es decir,
contar con personal calificado, con
instalaciones de primera, con procesos certificados, etc., etc., etc., pero que
sus egresados no cuenten con un mercado laboral (o peor aún: no salgan con las
habilitaciones mínimas) para colocarse.
Como
parte del proceso de acreditación de un programa educativo esta una variable
mucho muy importante que tiene que ver con la colocación de sus egresados,
tanto en cuanto al tiempo que les toma colocarse como con la pertinencia del
trabajo en que se colocan.
En
este punto son pocas las instituciones de educación superior que cuentan con
procesos objetivos que permitan tener un indicador confiable, por procesos
objetivos se quiere decir que no puedan ser manipulados por la universidad para
mostrar, como se dicen, cuentas alegres.
En
una ocasión, al ver los altos índices de colocación de los egresados de una
universidad, pregunté sobre el proceso para determinar los tiempos de
colocación así como la pertinencia de los trabajos. La respuesta fue realmente
decepcionante: la universidad tenía procesos internos que, mediante muestreos,
les permitía un estimado de esto. Es decir, la universidad se convertía en juez
y parte de la evaluación de este indicador.
Esto
es un punto que no ha sido explotado por instancias ajenas a las universidades
pues la solución a esto sería el que despachos independientes hicieran un
trabajo metódico, serio, profesional y objetivo que permitiera evaluar si los
egresados de las universidades se colocan bien en tiempo y forma.
El
compromiso de una universidad no termina con formar profesionistas sino en
garantizar que sus procesos tienen tal calidad que la pertinencia de los mismos
esté garantizada. Si uno encuentra programas académicos no solo rimbombantes en
cuanto a sus nombres sino incluso acreditados pero con egresados desempleados o
subempleados, lo único que podemos concluir es que se trata de un proceso
infructuoso cuyos costos, tanto económicos como sociales, son absorbidos por la
sociedad.
El
mundo evoluciona, la sociedad cambia, el mercado laboral se transforma. La
pertinencia última de todo programa educativo debe necesariamente a referirse a
la colocación oportuna y pertinente de sus egresados, en caso contrario es
menester pensar en los cambios necesarios que garanticen que los recursos
encauzados a la cuestión formativa de profesionistas sean una inversión y no un
gasto.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
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