viernes, 25 de mayo de 2018

La democracia populista de lo intrascendente



Las universidades, como microcosmos que refleja el macrocosmos social en el que está inmersa, deben incorporar en sus procesos de toma de decisiones la mayor colegialidad posible, sin querer decir esto que todo se someta a votación o que las decisiones se tomen por popularidad, sino velando siempre por el bien superior de la universidad y de la misma sociedad.

Una de las características referente de la autonomía es precisamente la colegialidad en las decisiones ya que mientras mayor participación hay en ellas puede esperarse que se tomen las mejores decisiones y que éstas cuenten con el apoyo mayoritario de las bases. Pero hay ocasiones en que la incompetencia o el populismo asoman su fea cabeza en nuestras universidades cuando todo quiere consensuarse y cuando las decisiones que se adopten sean las más populares.

Cuando una instancia de administración de una universidad que por normativa tiene sus obligaciones definidas traspasa esas obligaciones a comisiones para que “entre todos se tome la mejor decisión”, lo único que está realmente haciendo es desvincularse de esas responsabilidades transfiriendo a otros las decisiones a tomar, en otras palabras, mostrando y demostrando su incompetencia. Ahora que cuando se hace eso y se sigue cobrando el sueldo (es decir, se cobra pero no se hace lo que debe hacerse) hablamos, sino de un robo,  de un fraude donde unos trabajan haciendo lo que a otro le corresponde pero es ese otro el que cobra.

No quiero con esto decir que muchas cosas no puedan ponerse a consideración de grupos colegiados cuando así lo requiera, lo que quiero decir es que esas autoridades deben al menos llevar a esos grupos colegiados propuestas claras, concretas y sustentadas sobre lo que proponen pueda ser una línea de acción. Y ya que menciono eso de “cuando se requieran”, ¿qué situaciones pudieran ser estas?, por ejemplo algunas en que la importancia del tema fuera por los alcances, los efectos o las implicaciones requiera que más voces opinen pero siempre sobre propuestas que lleve la autoridad, ¿sino para que se le paga, pues?

Pero también tenemos el otro caso, el del populismo donde todo quiere resolverse casi casi como en los programas de la televisión: con aquella propuesta/idea “que reciba más aplausos”. En una ocasión me enteré como es que en una universidad se puso a votación quien iría a recibir un reconocimiento que se había ganado la universidad, ante lo absurdo de someter esto a votación la respuesta de la autoridad fue  que “ahora se buscaba el consenso y la opinión incluyente de las mayorías” (la verborrea populista siempre busca argumentos para convencer que se oyen agradables pero que están siempre huecos).

Ante esa justificación mi comentario fue que dado ahora se estaba sometiendo todo a votación entonces podíamos someter cosas como cuántos días y horas al día quería la gente trabajar, cuánto quería fuera su sueldo, o cuántos días de vacaciones querían gozar al año. Ante la obvia respuesta negativa mi comentario fue que entonces el populismo ponía a consideración de las masas los temas intrascendentes para ser votados mientras que los de peso real no.

La incapacidad, inexperiencia o falta de oficio de algunas autoridades universitarias lleva a situaciones realmente grotescas donde la autoridad solo espera a que órganos colegiados le digan que debe hacer o que cuestiones intrascendentes sean las que se someten a votación de las masas excluyendo las de realmente peso en la vida universitaria.

Estos dos extremos, el querer deslindar las responsabilidades propias para que órganos colegiados tomen las decisiones o el someter a votaciones temas que realmente no tienen ninguna relevancia universitaria, requieren de capacidad, liderazgo y decisión para no caer en ellos y buscar siempre  ante todo que los más capaces estén al frente de las instancias de autoridad universitaria y que las decisiones siempre tiendan a ser las mejores para la universidad y para la sociedad.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

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viernes, 18 de mayo de 2018

Fondos y autonomía van de la mano



Si pudiéramos quedarnos con una sola característica de las universidades públicas autónomas, ésta sin duda sería precisamente la de la autonomía. Dicha autonomía les confiere una libertad para formar profesionistas, realizar investigación de vanguardia y extender los beneficios de la ciencia y la cultura sin sesgos sociales, políticos, culturales o religiosos. Pero para que esta autonomía sea real y plena la universidad no debe estar atada a la buena voluntad de las instancias de gobierno que les radican los recursos correspondientes.

En la segunda mitad del año 2010 fue muy difundido el conflicto entre la Universidad de Guadalajara y el Gobierno del Estado de Jalisco que culminó en una megamarcha de protesta ya que los primeros exigían a los segundos 701 millones de pesos que les tenían presupuestado pero que el gobierno no les había entregado. De la misma forma a finales de 2013 e inicio de 2014 ha sido sumamente comentado el adeudo histórico que el Gobierno del Estado de Sonora mantiene con el Instituto Tecnológico de Sonora dónde las cifras van y vienen llegándose a manejar montos de hasta mil millones de pesos.

Para relacionar lo anterior con la autonomía universitaria podemos señalar el desarrollo histórico de esto. Como referentes podemos decir que en 1953, la Unión de Universidades de América acotó que el concepto de autonomía universitaria el cual alude al “derecho de… …dictar su propio régimen interno y a regular exclusivamente sobre él; es el poder de la Universidad de organizarse y de administrarse a sí misma. Dicha autonomía es consustancial a su propia existencia y no a una merced que le sea otorgada –y debe ser asegurada– como una de las garantías constitucionales”. De la misma forma el Consejo Universitario de la Universidad Nacional Autónoma de México, señaló en 1966 que “autonomía universitaria es esencialmente la libertad de enseñar, investigar y difundir la cultura. Esta autonomía académica no existe de un modo completo si la universidad no tuviera el derecho de organizarse, de funcionar y de aplicar sus recursos económicos como lo estime más conveniente, es decir, si no poseyera una autonomía administrativa; y si no disfrutara de una autonomía legislativa, que es su capacidad para dictarse sus propios ordenamientos”.

Como podemos ver, la autonomía universitaria busca ante todo liberar la actividad académica de docencia, investigación y extensión, de los vaivenes políticos, sociales o religiosos para darle, o más bien garantizarle, la objetividad requerida para el avance de la ciencia y la cultura. De la misma forma para cumplir sus funciones las universidades autónomas han sido conferidas de esa facultad de autodeterminación, y por su carácter público han sido dotadas de presupuestos que fluyen del erario público para que puedan solventar las erogaciones inherentes a sus funciones.

Si juntamos ambas ideas, es decir la autonomía y los recursos que requiere la universidad, podemos ver que si no existen mecanismos que garanticen que los recursos fluyan de manera tal cual están programados y presupuestados, la autonomía no deja de ser más que un bello discurso ya que la universidad sigue sometida a las instancias de gobierno en turno en tanto ellas deciden cuándo y cuánto.

Imaginemos un escenario donde la universidad quiere libremente formar, investigar o extender la ciencia y la cultura pero se niega a someterse a tal o cual gobierno, ahora imaginemos que ese gobierno puede decidir en represalia cuándo le radica los recursos presupuestados y cuánto de esos recursos le entregará, ¿podríamos pensar que la universidad estaría realmente libre para efectuar las labores para las que está constituida? Yo lo dudo mucho

El tema de los recursos que estando presupuestados para las universidades deben fluir hacia ellas, es complejo dado que involucra cuestiones legales, pero de la misma forma debe haber un mecanismo que obligue a los diferentes niveles de gobierno responsables de financiar la educación superior a entregar en tiempo y forma los presupuestos que se le han asignado a las universidades públicas autónomas de otra forma la concesión de la autonomía será algo propio del discurso más no de la realidad universitaria.

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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viernes, 11 de mayo de 2018

Universidades públicas, ¿bibliotecas privadas?



Un discurso muy socorrido por parte de las universidades públicas para justificar su existencia y financiamiento es el papel que desempeñan como agentes activos en la difusión de la ciencia y la cultura, discurso que puede ponerse a prueba en cualquier momento cuando cualquier ciudadano quiera usar los servicios de sus bibliotecas.

-Buen día, quisiera sacar un libro
-Su credencial de alumno por favor
-No tengo. No soy alumno. Soy ciudadano.
-Entonces no le puedo prestar el libro.
-¿Puedo sacar alguna credencial como usuario?
-No, no puede. Las credenciales, requisito para usar nuestros servicios, solo se le dan a los alumnos, a los maestros o al personal de esta institución.

Cualquiera que vaya a la biblioteca de una universidad pública sin ser parte de la institución y quiera sacar un libro lo más probable es que se tope con la situación anterior y se dé el dialogo que se ha presentado, eso incluso aunque sea egresado de la misma casa de estudios.  Esta situación es curiosa ya de por sí pues estamos hablando de inicio de una institución pública que es financiada con los impuestos de todos, pero cuyos servicios, al menos los de sus bibliotecas, no pueden ser utilizados por todos.

Lo curioso de la situación puede seguirnos asombrando cuando vemos que dicha institución tiene todo, absolutamente todo lo necesario para poder proporcionar en el caso de sus bibliotecas, un servicio público y abierto a la comunidad. Y para cerrar el asombro de esta situación curiosa podemos revisar sus estadísticas de consulta para ver cómo es que mucho de lo que tienen en esas instalaciones permanece casi sin movimiento cada año.

¿Qué es lo que pasa? Bueno, esto puede explicarse de una forma muy sencilla si acusamos la falta de visión social que tienen en ocasiones quienes están al frente de las universidades públicas ya que del análisis anterior (universidad pública-instalaciones bibliotecarias-usuario ciudadanía) puede llegarse a la conclusión que la implantación de un sistema que permita al público beneficiarse de los recursos invertidos en esos templos de conocimiento, cultura y sabiduría que son las bibliotecas es algo que está más que a la mano.

Tienen instalaciones, tienen acervo, ese acervo está subutilizado, hay usuarios potenciales que pueden darse de alta mediante algún sistema para efectos de control, ¿qué impide hacer esto? La respuesta obvia es que no hay nada que lo impida, pero para llevarse a cabo se requiere, aparte de visión social, voluntad para hacer las cosas.

¡Ah!, pero que no estén pasando por problemas financieros a causa de recursos no otorgados o a la baja por parte de los fondos públicos que se les destinan por que el discurso de cómo es que la universidad sirve a la comunidad se rescata de nuevo, aunque esa comunidad no pueda beneficiarse de la universidad cuando así lo necesita, como en el caso que estamos comentando.

Las bibliotecas de las universidades públicas deben revestirse también de ese carácter público estableciendo sistemas que permitan a cualquier persona que quiera acceder a lo que ellas ofrecen hacerlo sin mayores problemas y con los beneficios sociales que ello implica y que, se supone, persigue también la universidad.

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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viernes, 4 de mayo de 2018

Brecha docente tecnológica



Todo proceso formativo requiere de comunicación y, como sabemos, la comunicación conlleva de un emisor, un receptor, lo que se desea comunicar y el canal de comunicación; si bien los tres primeros aspectos no tienen mucho para dónde hacerse, éste último, el del canal de comunicación, en la actualidad se presenta como prácticamente ilimitado dadas las variadas y variantes formas que existen para ello lo cual obliga al formador a estar a la vanguardia para sacar el mayor provecho de lo que la tecnología y ¿por qué no? las modas nos ofrecen.

Estoy por terminar una clase a nivel maestría que he estado dando, dada la característica del tema así como la naturaleza de los participantes, he llevado el proceso formativo hacia los canales que les son más habituales a ellos y que han permitido flexibilizar todas las etapas del mismo: mensajes de texto, correos, mensajes de voz, enviados a través de plataformas populares, como Whats app, son la manera en que se ha llevado este proceso. En otras ocasiones y con otros momentos de formación capacitación con otros grupos de personas un grupo en facebook ha servido para establecer una dinámica de participación que a todos les parece más dinámica, más fresca e incluso más familiar.

Esto me hizo recodar por allá a inicios de la década del 2000 cuando en las universidades no se había extendido el uso de plataformas tecnológicas para lo que eran procesos formativos aunados a materias. En ese entonces, viendo la utilidad de la tecnología, generé espacios en servidores públicos como en aquel entonces lo era Geocities donde estaba toda la materia junto con los materiales y los contenidos del curso. Esto no obviaban las clases presenciales ya que en ese entonces no se había desarrollado la cuestión de la virtualidad, pero sí le daba al alumno mucho poder (a través de la información) de su proceso formativo.

Desde ese entonces han cambiado muchas cosas y las universidades han incorporado plataformas tecnológicas que faciliten los procesos formativos, que desahoguen presiones sobre recursos físicos (como espacios físicos para aprendizaje) y que flexibilicen la educación haciéndola asincrónica. Con todo y ello lo que sí puedo señalar como una deficiencia es que en muchas ocasiones esas plataformas son mucho menos dinámicas y frescas que las que la tecnología popular ha desarrollado.

Si a esto le aunamos los docentes que no están acostumbrados, como las nuevas generaciones, al uso de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (sobre todo aquellas que son populares entre los jóvenes), podemos tener un cuadro donde a la educación superior y quienes participamos en ella nos queda aún mucho por hacer.

Sin hacer una apología de las plataformas de comunicación populares entre los jóvenes sí puedo decir por experiencia propia que la incorporación de éstas en los procesos formativos, facilita grandemente éstos ya que la familiaridad de los jóvenes en el uso de éstas tecnologías le confiere una ventaja sobre las formales universitarias: no requieren mayor capacitación por parte del usuario el cual ya las conoce y su uso no implica una presión adicional sobre el proceso educativo.

Hay estudios que presentan como la formalidad de una plataforma tecnológica formativa obliga a trabajar mayormente la parte analítica y racional del cerebro, mientras que cuando un joven navega por la red sea en facebook, youtube, twitter, a su parte analítica se le suma la creativa del cerebro. Luego entonces si uno es capaz de deslazarse hacia las plataformas populares está como formador haciendo suya una ventaja más tanto para sí mismo, como para el proceso y finalmente para el alumno al potencializar las áreas del cerebro tanto rígidas como las flexibles.

Dice un dicho que es más fácil calzarse unas zapatillas que pretender alfombrar todo el mundo, creo que ese dicho puede aplicarse a todos los que participan en los procesos formativos y que desean que sea el mundo el que se ajuste a sus plataformas tecnológicas formales y oficiales: es más fácil que sean ellos quienes aprendan a usar y explotar las nuevas tecnologías populares de la información y la comunicación a pretender que todo el mundo se ajuste a lo que ellos conocen y aceptan.

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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