viernes, 30 de septiembre de 2016

Inaceptable en la universidad maestros sin experiencia


El término de "maestría", que por cierto se ha usado desde mucho antes que los títulos académicos se lo apropiaran, sirve para denotar alguien que posee no solo conocimientos sino también experiencia práctica, es así como un maestro, lo que realmente se dice un maestro en toda la extensión de la palabra, debe no solo tener su cabeza llena de información, sino su vida llena de demostración.

El término de "maestro", hasta hace poco, solo se otorgaba a aquel individuo que demostraba no solo que sabía sino que también hacía y hacía bien. Tristemente en la actualidad en algunas partes esto ha sido suplantado con un papel que se obtiene en un salón cuyo único requisito es aguantar maestros en clases que por más que uno quiera nunca podrán igualar la experiencia que se obtiene en la práctica laboral.

Lo peor de la situación anterior no es dicha situación en sí, lo cual ya está mal de inicio, sino la aberrante actitud mental de algunos docentes de ver no solo normal sino incluso correcto y aceptable el que un maestro "de librito" sea quien esté al frente de un grupo.  En una ocasión, referente a esto, le preguntaba a una maestra que tenía a su cargo no una sino tres materias de costos, que si ella o sus maestros trabajaban actualmente en alguna industria donde se aplicara en la práctica el costeo  industrial, la respuesta fue que no, entonces le pregunte si al menos había ella o sus maestros trabajado en alguna ocasión en alguna empresa así, a lo que la respuesta fue negativa. Ante esto le hice ver la incongruencia (por no decir el fraude) de pretender enseñar algo de lo que se carece experiencia, ante lo cual la sesuda respuesta fue de que los maestros habían leído tantos libros y dado tantas veces las clases que eso suplía con creces cualquier experiencia en el área.

Anteriormente hemos platicado de las certificaciones y acreditaciones que muchas carreras y programas educativos están obteniendo en las universidades, carreras y programas acreditados donde la variable del maestro, sobre todo en cuanto a la experiencia real, probada y demostrada, en el campo o disciplina que en su materia aborda, deja mucho que desear.

Lo anterior puede parecer algo, no importante, pero uno no iría con un médico que no tuviera experiencia, vaya, ni siquiera con un mecánico que no tuviera experiencia, pero en cuestión de educación, en ocasiones es tan poco el valor que le damos a la misma, que nos conformamos con la persona que al frente nuestro dice que nos enseñará algo de lo que no tiene siquiera idea práctica de lo que es.

Pero, ¿cómo cuestionar al maestro?, además las Universidades son las que deciden sobre a quién ponen al frente de un grupo. Mientras que la sociedad no tenga en sus manos las herramientas para decidir sobre la educación, tendrán que soportar lo que se les ofrezca. Esto vale sobre todo para la educación pública, porque en la privada uno paga y uno exige (o se va a la competencia), pero en la pública son pocas las opciones y ante lo poco que se paga es poco lo que uno puede exigir.

Ideas como el bono educativo (un bono para que cada alumno decidiera donde estudiar, fuera en escuela pública o privada), y otras que democratizarían y harían competitiva la oferta educativa, han quedado solo en propuestas ante los grandes, grandísimos intereses no solo institucionales sino incluso sindicales, que impiden cualquier acción que vaya en detrimento de su zona de confort, aunque vaya en beneficio de toda la sociedad.

Universidades mediocres contratan maestros mediocres, maestros mediocres  producen estudiantes mediocres, y estudiantes mediocres nos generarán un futuro mediocre; en la medida que como sociedad exijamos y que universidades, maestros y alumnos respondan, podremos cambiar eso por universidades de excelencia, con maestros excelente, con alumnos excelentes y con un futuro excelente.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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viernes, 23 de septiembre de 2016

Pertinencia de la Educación Universitaria


La educación, sobre todo la educación universitaria, si bien tiene un sentido formativo también tiene un sentido eminentemente pragmático: habilitar a las personas para que puedan desempeñar con éxito una profesión. Es así como la pertinencia final de todo proceso formativo de este nivel será la colocación exitosa de sus egresados.

Los procesos actuales de competencia en todos los niveles, han hecho imperiosa la búsqueda de la calidad en todos los ámbitos, no escapando de ello el ámbito educativo. Para ello se han creado organismos certificadores que avalan la calidad de los procesos formativos en las universidades. En México existen 26 organismos no  gubernamentales, especializados y facultados para acreditar la calidad de los programas académicos que se imparten en las instituciones de educación superior en sus diferentes disciplinas, como por ejemplo el  Consejo de Acreditación en la Enseñanza de la Contaduría y Administración, A.C. (CACECA), el Consejo de Acreditación de la Enseñanza de la Ingeniería, A.C. (CACEI), el Consejo Nacional para la Enseñanza e Investigación en Psicología (CNEIP) o el Consejo Nacional de Educación de la Medicina Veterinaria y Zootecnia (CONEVET) entre otros.

La premisa de la acreditación es que los programas educativos garanticen estándares de calidad que permitan inferir que la formación recibida es del nivel requerido, para ello se analizan diferentes variables como infraestructura, personal académico, productividad académica, procesos académicos y administrativos, etc.

Tal como se mencionó al principio, la prueba final de todo un proceso formativo es que el egresado finalmente se coloque en un trabajo acorde con su formación y con sus expectativas de desarrollo profesional. Es decir, todo ese proceso acreditado de calidad queda en nada si los egresados no tienen dónde ni cómo colocarse.

Tal vez parezca una incongruencia pero hay que entender que un programa educativo puede tener una acreditación sin ser pertinente laboralmente, es decir, contar  con personal calificado, con instalaciones de primera, con procesos certificados, etc., etc., etc., pero que sus egresados no cuenten con un mercado laboral (o peor aún: no salgan con las habilitaciones mínimas) para colocarse.

Como parte del proceso de acreditación de un programa educativo esta una variable mucho muy importante que tiene que ver con la colocación de sus egresados, tanto en cuanto al tiempo que les toma colocarse como con la pertinencia del trabajo en que se colocan.

En este punto son pocas las instituciones de educación superior que cuentan con procesos objetivos que permitan tener un indicador confiable, por procesos objetivos se quiere decir que no puedan ser manipulados por la universidad para mostrar, como se dicen, cuentas alegres.

En una ocasión, al ver los altos índices de colocación de los egresados de una universidad, pregunté sobre el proceso para determinar los tiempos de colocación así como la pertinencia de los trabajos. La respuesta fue realmente decepcionante: la universidad tenía procesos internos que, mediante muestreos, les permitía un estimado de esto. Es decir, la universidad se convertía en juez y parte de la evaluación de este indicador.

Esto es un punto que no ha sido explotado por instancias ajenas a las universidades pues la solución a esto sería el que despachos independientes hicieran un trabajo metódico, serio, profesional y objetivo que permitiera evaluar si los egresados de las universidades se colocan bien en tiempo y forma.

El compromiso de una universidad no termina con formar profesionistas sino en garantizar que sus procesos tienen tal calidad que la pertinencia de los mismos esté garantizada. Si uno encuentra programas académicos no solo rimbombantes en cuanto a sus nombres sino incluso acreditados pero con egresados desempleados o subempleados, lo único que podemos concluir es que se trata de un proceso infructuoso cuyos costos, tanto económicos como sociales, son absorbidos por la sociedad.

El mundo evoluciona, la sociedad cambia, el mercado laboral se transforma. La pertinencia última de todo programa educativo debe necesariamente a referirse a la colocación oportuna y pertinente de sus egresados, en caso contrario es menester pensar en los cambios necesarios que garanticen que los recursos encauzados a la cuestión formativa de profesionistas sean una inversión y no un gasto.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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jueves, 15 de septiembre de 2016

El enfoque de competencias y la labor indispensable del docente


El reto que enfrentan los actuales sistemas educativos de nivel superior de  desarrollar en el alumno una serie de competencias laborales que lo lleven a realizar trabajos de gran capacidad, eficiencia y calidad, a través una combinación adecuada de habilidades, conocimientos, actitudes y valores, ha sido abordado con el enfoque de competencias profesionales, el cual, mal entendido, puede crear la falsa premisa de que el maestro ya no es indispensable.

El enfoque de competencias es una tendencia educativa que busca que la enseñanza sea pertinente, coherente y relevante, es decir, que su fin último sea el desarrollar desempeños medibles en el campo profesional. Imaginemos un curso para andar en bicicleta, ¿cuál sería la competencia final que se buscaría desarrollar? Pues precisamente el poder desplazarse en bicicleta. De la misma forma esa última competencia tiene otras competencias intermedias, como el poderse subir a la bicicleta, el saber frenar, el manejar diferentes velocidades, el poder maniobrar, incluso que el dar mantenimiento preventivo/correctivo a la bicicleta. Independientemente de lo anterior, todas ellas son conductas observables y medibles, no quedan en mera teoría o conocimientos sino que deben finalmente dar un comportamiento susceptible de ser evaluado

En este sentido se han dado muchos cambios en la forma de dar las clases, las cuales implican una dinámica donde el alumno, bajo la guía del maestro, busca, interpreta y aplica información, lo cual en algunos casos se ha malinterpretado señalando que en este sentido el maestro ya no es indispensable pues el alumno se vuelve casi autodidacta. La respuesta a este señalamiento es un categórico no.

El profesor no pude en ninguna circunstancia volverse innecesario simple y sencillamente por dos cuestiones. La primera tiene que ver con la experiencia y la segunda con la evaluación.

Veamos la primera, la relacionada con la experiencia. Un proceso de enseñanza-aprendizaje, por más autodidacta o centrado en el estudiante que sea,  no puede incorporar el cúmulo de experiencias que el ejercicio de la vida profesional acumula en un docente. La profesión misma constantemente reta a quien la ejerce con situaciones nuevas en las que sus conocimientos, actitudes, valores y habilidades le permiten salir adelante acumulando nuevas experiencias. Muchas veces lo que un profesionista vende son sus desempeños, y muchas veces estos están basados en la experiencia acumulada. Y es precisamente esta experiencia la que le permite al docente elegir de entre todo el cúmulo de información y experiencias aquellas que permitan al alumno desarrollar la competencia deseada. Esta elección se da en la forma en que el docente estructura el curso incluyendo materiales y evaluaciones.

Curiosamente este aspecto es el que permite evaluar la maestría que posee el docente, siendo que este término, el de maestría, no se refiere a un grado sino más bien al dominio profesional de la disciplina a enseñar. A título personal me gusta señalar, respecto de esto, que un maestro, un verdadero profesionista que tiene la maestría que da la experiencia, es capaz de obtener en 8 pasos lo que se obtiene en 10. Esto quiere decir que el docente maestro, el docente que posee maestría profesional y académica, vuelve fácil lo difícil, contrariamente al docente que no sabe ni por donde entrarle a un tema y satura al alumno de información y ejercicios creyendo que éste es como una grabadora que retendrá todo lo que vea, oiga o haga.

El segundo aspecto que hace imprescindible al profesor es el de la evaluación. Cualquier persona puede acceder a un proceso que tienda a ser autodidacta, de hecho en el mundo actual de la información globalizada esto es factible en grados nunca antes vistos, pero el único que puede decir si se adquirió el desempeño esperado es precisamente quien lo tiene desarrollado y ese es el profesionista en su papel de docente. Por lógica elemental uno mismo no puede ser juez y parte de su propio proceso formativo ya que simple y sencillamente por este hecho uno no es objetivo. Es así como se requiere un ente externo que por un lado tenga el desempeño esperado y por otro pueda evaluar el desempeño adquirido, y ese es el profesor. Las diferentes evaluaciones que, bajo un enfoque de competencias aplica un experto en la materia en el papel de profesor, lleva la finalidad de evaluar de manejar objetiva y medible el desempeño que se ha desarrollado. En pocas palabras y más allá de todos los ejercicios que uno desarrolle para adquirir la competencia, siempre necesitará a alguien que ya la tenga al que podamos con confianza preguntarle ¿está bien así?

 Ahora bien, para que un docente maestro pueda ser capaz de señalar cuando se ha alcanzado el dominio de una competencia necesaria y forzosamente él debe tener ese dominio, contrariamente a los maestros “de librito” donde se piensa que la información pude suplir en forma alguna la experiencia dejando en franca desventaja no solo al maestro, el cual tal vez  haga su mejor esfuerzo, sino al alumno el cual solo recibirá de manera terciarizada la información que pudiera obtener directamente de “libros” sin obtener la experiencia que hace del docente un maestro en el ejercicio de su profesión.

En la educación necesitamos forzosamente que los mejores eduquen a los mejores, entendiendo a los primeros como aquellos docentes que tienen no solo el conocimiento sino la experiencia profesional que el ejercicio disciplinario da, y a los segundos como aquellos alumnos formados que desempeñarán su profesión de manera honorable con excelencia y perfección.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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jueves, 8 de septiembre de 2016

Sindicalismo y Educación: Entre la excelencia y la mediocridad


Un hecho innegable en la historia humana es el derecho que los individuos tienen a defender y luchar por sus ideales, sea esto de manera individual o colectiva. En este último caso, en el de la colectividad, la figura de los sindicatos es sin duda de peso y relevancia en el desarrollo tanto de sus agremiados como de las organizaciones en las que están insertos, dependiendo precisamente este éxito de los fines explícitos, pero sobre todo los fines implícitos, que dichas asociaciones sindicales persigan, lo cual en educación se vuelve de una relevancia mucho mayor por los alcances y efectos que en este campo un sindicato puede llegar a tener.

Un sindicato es “una organización integrada por trabajadores en defensa y promoción de sus intereses sociales, económicos y profesionales relacionados con su actividad laboral, respecto al centro de producción (fábrica, taller, empresa) o al empleador con el que están relacionados contractualmente” y según la Declaración Universal de los Derechos Humanos en su artículo 23, punto 4, “toda persona tiene derecho a fundar sindicatos y a sindicarse para la defensa de sus intereses”

Desde 1864, año en que se creó en Londres la Asociación Internacional de Trabajadores -primera central sindical mundial de la clase obrera- a la fecha han transcurrido bastantes años y se han conseguido bastantes logros. Entre los derechos que todo sindicato persigue para sus agremiados está el de un trabajo digno y socialmente útil, jornada máxima, labores prohibidas, jornadas especiales para adultos mayores y menores de edad, días de descanso cuando menos, cuidados laborales especiales para embarazadas, salarios mínimos e incrementos salariales, no discriminación laboral, y condiciones para huelga, entre otros.

Todo excelente, todo bien, todo plausible. El único problema es que de sus nobles orígenes como defensa colectiva de derechos laborales, en ocasiones los sindicatos, al sentir el poder, se han desbordado y en la búsqueda de posiciones de poder han terminado por dañar la fuente de empleo que no solo le da viabilidad al sindicato sino a los mismos trabajos de sus agremiados.

Tomemos un ejemplo cotidiano: el famoso pliego petitorio. En México los Sindicatos comienzan sus negociaciones con un pliego petitorio, en función del cumplimiento de sus exigencias se conjura o no la posibilidad de conflictos laborales al interior de la organización que alberga al sindicato, conflictos laborales cuyo cenit es la suspensión de labores en la figura de una huelga. En Japón, a diferencia de México, las negociaciones laborales comienzan con un pliego ofertorio por parte del sindicato: mayor rendimiento laboral, mejor producción, mejor calidad, y de ahí esperan la respuesta de lo que ofrecerá la empresa a cambio de lo que ofrece el sindicato. Diferente enfoque, ¿verdad?

Pero más allá de eso, en ocasiones los sindicatos, ávidos de poder, buscan posiciones más allá de lo laboral con intereses aviesos cuyo objetivo de corto plazo es conquistar, no derechos laborales, sino posiciones de poder en la organización, pero que a largo plazo minan la viabilidad de la organización.

En educación esto se da, por ejemplo, cuando los sindicatos buscan que al interior de las instituciones educativas se contrate, no a los más capaces, no a los mejores preparados, no a los más competitivos, sino a aquellos agremiados que “proponga el sindicato”. Es así como el sindicato se vuelve en la ventanilla única de ingreso y promoción que bajo la figura engañosa de “velar para que solo sus agremiados accedan a plazas laborales” se vuelve un proceso paralelo para la contratación o la promoción. La realidad detrás de esto son las cuotas de poder que buscan tener dentro de la organización y más que los beneficios laborales se trata de control no solo sindical sino laboral.

Pero, ¿cuál es el resultado de esto, sobre todo en educación? Que el ingreso y la promoción no está en función de indicadores de capacidad o calidad académica sino que está en función de subordinación, sino es que sumisión, a los dictados e intereses sindicales, lo cual en última instancia repercute en una educación mediocre, en un control asfixiante, y en procesos fácilmente corrompibles.

Ahora bien, es obvio que este intento de ambición desmedida de control y poder no se vende a sus agremiados como lo que es, sino que se esgrimen banderas de defensa laboral y de logros sindicales, pero basta tener dos dedos de frente para darse cuenta que todo proceso de ingreso y promoción que no se supedite a la competencia, que no garantice la contratación y ascenso de los mejores cuadros, y que le otorgue facultades omnímodas a un sindicato, no pude resultar en un beneficio de la organización en la que está inserto el sindicato ni por ende de sus trabajadores agremiados.

Ahora bien, hay que ser objetivos y entender que cuando un sindicato tiene esas intenciones, no habrá manera de hacerlo recapacitar, pero en el caso de la educación, y sobre todo de la educación pública, la sociedad puede presionar para que los sindicatos se mantengan en sus límites de luchas laborales sin excederse en sus pretensiones contractuales, de otra forma estaremos viendo una educación fallida, mediocre y sin futuro, y lo que es peor, estaremos cancelando a las generaciones futuras su derecho de un mejor porvenir.

Las luchas sindicales laborales se enmarcan dentro de la búsqueda constante del ser humano por mejorar sus condiciones generales, en el marco de la educación es un deber de todos cuidar que estas luchas no afecten la calidad de los procesos educativos pues en ellos está la semilla del futuro que deseamos para las futuras generaciones.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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jueves, 1 de septiembre de 2016

El Doloroso Proceso Actual de la Evolución Comunicativa


Una de las principales características culturales que como seres humanos poseemos es la capacidad que tenemos para comunicarnos, esto al igual que todo lo que tiene que ver con nosotros como personas, es sujeta y sometida a los cambios que la evolución social le impone, cambios que muchas veces son difíciles de aceptar.

En una ocasión un académico me comentaba lo mal, según él, que estaban los jóvenes en la actualidad pues desvirtuaban completamente el lenguaje haciendo y deshaciendo con él sin respetar ortografías, estructuras gramaticales e incluso pronunciación. Yo me quedé pensando en que si bien mi compañero tenía algo de razón, también era un hecho que el lenguaje como cosa viva está constantemente cambiando siendo que es la ola joven social la que, como en todos los cambios históricos sociales, le impone su sello personal.

oiE pS q No t KuEds KoNkTaR mJor Al cH4t??

No estimado lector, lo anterior no es un error de dedo, es la manera en que un joven le dice a otro "oye, pues que no te puedes conectar mejor al chat?". Eso que vemos es una grafía nueva surgida y motivada por los medios de comunicación actuales, después de todo ahorra tiempo sobre todo si estamos mandando un mensaje por celular o en conversaciones en chat con varias personas.

¿Qué no es esa una forma "correcta" de comunicarse? Le propongo lea lo siguiente, y que conste que está escrito en un español impecable:

"La chimenea urente nos hacía pensar en flabelos y desear tener al alcance un bocoy repleto para acompañar la carne que por dura parecía de morueco torrefacto"

¿Le entendió? Entonces, ¿qué caso tiene cumplir y respetar todas las normas gramaticales y lingüísticas cuando el fin último de la escritura no se da, es decir, el de la comunicación?

Nomás como cultura general urente es que produce mucho calor, flabelos son abanicos grandes, bocoy es un barril, morueco es un carnero usado como semental, y torrefacto es tostado al fuego.

El lenguaje evoluciona constantemente. Vea este ejemplo de un fragmento del Cantar del Mío Cid (versos 330–365) en español medieval

"Ya Señor glorioso, Padre que en çielo estás, Fezist çielo e tierra, el terçero el mar, Fezist estrellas e luna, e el sol pora escalentar, Prisist encarnaçión en Santa María madre, En Beleem apareçist, commo fue tu veluntad, Pastores te glorificaron, oviéronte a laudare"

Escrito en español actual diría:

"O Señor glorioso, Padre que en cielo estás, Hiciste cielo y tierra, el tercero el mar, Hiciste estrellas y luna, y el sol para calentar, Te encarnaste en Santa María madre, En Belén apareciste, como fue tu voluntad, Pastores te glorificaron, te tuvieron que loar"

Así vemos que el lenguaje cambia para adaptarse a las nuevas exigencias sociales de comunicar, pero ese proceso es doloroso pues implica para las generaciones maduras adaptarse a nuevas maneras de entablar esa comunicación.

Por más que como docentes nos moleste, una cosa es innegable: el cambio se dará con o sin nosotros, el tiempo va haciendo aceptables nuevas palabras que hasta hace poco no existían (incluso alguna que hasta los más aguerridos defensores idiomáticos utilizan): chatear, cibercafé, ecoturismo, etc.

Para aquel renuente a aceptar la evolución actual que estamos viendo le sugiero tome cualquier diccionario, el que sea, y que busque cualquier palabra, la que sea, vera que generalmente dice en la definición "que proviene de tal o cual palabra latina o inglesa", es decir, nuestro propio lenguaje actual ha evolucionado de otro que en un momento dado se ha "torcido" hasta significar las ideas con las que ahora nos comunicamos.

Como docentes nos puede, y a veces hasta nos duele, lo que para nosotros es una falta de respeto e incluso de cultura, en las expresiones idiomáticas que constantemente vemos en la comunicación de nuestros alumnos, pero lo que estamos viendo, lo que estamos presenciando, es un cambio acelerado en el lenguaje. ¿Qué podemos hacer ante ello? Tratar de corregirlo sabiendo que no lo lograremos. El cambio se va dar, pero requiere de nuestro freno para que no sea desbocado. Como el freno en un vehículo: no es para detenerlo completa, total y permanentemente sino para moderarlo en su conducción.  Con esta visión no nos afectamos por lo que veamos sino que entendemos lo que pasa. En otras palabras, tal y como le dije al docente que comenté al inicio del artículo: "regáñalos, pero regocíjate por los cambios de los que somos parte".

El cambio, la evolución, la transformación, es parte vital del mismo ser humano. El lenguaje y la comunicación no escapan de ello. Entender esto como docentes nos permitirá ser, más que un freno que de todas formas no frenará nada, en un actor activo de la evolución social de las comunicaciones.



Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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