viernes, 30 de junio de 2017

Creatividad, la asignatura pendiente


El proceso de enseñanza-aprendizaje conlleva una paradoja en sí mismo, ya busca responder a situaciones futuras, es decir situaciones que el egresado de un proceso formativo enfrentará una vez que egrese, con la transmisión de conocimientos y el desarrollo de habilidades pasados, es decir, que han respondido bien en otros momentos pero que no garantiza nada respondan bien en el futuro.

Si uno ve un programa de estudios de cualquier profesión o carrera, sea ésta universitaria, técnica o de artes y oficios, verá el mismo fenómeno: conocimientos de cómo son y cómo deben hacerse las cosas que se han ido acumulando con el devenir del tiempo y el desarrollo de la profesión en sí. De la misma forma, si uno pregunta en qué momento se capacita al futuro egresado para el futuro cambiante que bien puede ser diferente del presente, la respuesta brilla por su ausencia.

¿Por qué se da esto? Por una simple y sencilla razón: no podemos administrar el conocimiento de algo que aún no ha sucedido, lo único que podemos hacer es ir estructurando las ideas que surgen de los eventos y, hasta que ya son éstos cosas del pasado, buscar transmitir eso a través de la enseñanza –aprendizaje. ¿Y cuál es el problema con esto ya que siempre ha sido así? El problema actual es que como nunca antes los conocimientos son efímeros, la ciencia y la tecnología avanzan a pasos tan agigantados que incluso un conocimiento que sea útil, válido y valioso hoy puede no serlo mañana.

Pero entonces ¿cómo administramos un conocimiento para poder transmitirlo de algo que aún no sucede? Por desgracia eso no se puede. No podemos adelantarnos en el tiempo para ver las competencias (conocimientos, habilidades, actitudes y valores) que se requerirán para en función de esto planear la labor docente, pero lo que sí se puede hacer (y de ahí el nombre de este artículo) es incorporar en algunas clases o materias espacios a la creatividad que permitan a la mente flexibilizarse y volverse dinámica y maleable, perceptiva y perceptible, y tanto reactiva como proactiva.

¿Le parece una respuesta sencilla? Pues no, no es así. Y la causa principal que no lo sea es, adivinó usted, ¡el mismo docente! ¿Por qué? Porque en una materia que por la misma flexibilidad requerida en la creatividad no existan parámetros de evaluación, el docente se siente fuera de su elemento, ¿cómo controla algo que no tiene parámetros para controlarse?, es mas ¿cómo controla algo que no debe ser controlado?

La idea no es soltar los grupos, sino llevarlos hasta los límites del conocimiento, la técnica o la habilidad, y a partir de ahí generar dinámicas que liberen a la mente de las ataduras intelectuales de un conocimiento debida y correctamente estructurado y le permitan accionar con creatividad ante las circunstancias cambiantes e inciertas del entorno.

Esto no es imposible, sucede en la vida real: las negociaciones que emprendemos, los proyectos que iniciamos, las reestructuraciones que comenzamos, muchas actividades de la vida laboral, social o política tienen un resultado incierto pero se encaran con las herramientas técnicas y los conocimientos debidos y al mismo tiempo con una mente flexible donde la creatividad tiene cabida y, por ende, donde se encuentra en posesión de mayores recursos para enfrentar los retos.

La creatividad, si bien es una asignatura pendiente en nuestras instituciones de educación, es un requerimiento cada vez más demandado por nuestro entorno, un requerimiento que por obvias razones debe ser incorporado en el engranaje de los procesos de enseñanza-aprendizaje para así cumplir la función de los mismos que es habilitar en toda su expresión el potencial del ser humano.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/18pha9LlP8Q

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viernes, 23 de junio de 2017

Informes de chaquira y oropel


El derecho a la información proporciona dos vertientes coincidentes, la de quien informa y que se refiere a la responsabilidad y transparencia que imprime en su actuar, y la de quien es informado y puede por ende demandar o reconocer el ejercicio de una función, esto adquiere –o al menos debería adquirir- un valor mayor en la educación superior, sobre todo en la pública, porque con los recursos de todos se está construyendo –o al menos así lo pensamos- un mejor futuro para todos.

La cuestión de informar periódicamente –generalmente cada año- de los logros y avances de su gestión, se ha vuelto una práctica muy socorrida por quienes están al frente de una organización, una institución, una asociación o un puesto gubernamental. Si bien esto es loable, sobre todo en educación superior, lo que comenzó en un inicio como un intento de responder a esa confianza depositada se ha vuelto en muchos casos un mero teatro con toda su parafernalia pero sin ninguna sustancia.

 La escena es de todos conocida: directores o rectores de instituciones de educación superior convocan a la presentación de sus informes, dentro de la lista de invitados están generalmente representantes de la sociedad civil que (curiosamente) nunca van a la universidad pero que el día del informe están ahí presentes, ¿cuál sería la razón de ello? el escenario. El informe anual que un líder de una institución de educación superior da se ha vuelto en muchos casos en un escenario donde, como en cualquier evento político, es bueno estar y ser visto aunque no se sepa bien a bien de qué se trata.

¿Y los verdaderamente interesados?, ¿y la sociedad civil?, ¿y la información realmente importante? El informe de labores se convierte así en una relatoría de lo hecho donde dicha relatoría deviene en un soliloquio pues no hay interlocutor para realmente iniciar un diálogo de rendición de cuentas y censura o reconocimiento.

¿Cuál es el valor de un acto así? Si es el de informar esto puede hacerse sin tanto costo poniendo a disposición de quien así lo desee (sobre todo con los medios electrónicos actuales), el reporte necesario. Pero si no es el de informar ¿cuál es el fin entonces?

Un ejercicio democrático (e incluso republicano) que bien pudieran aprender nuestras universidades (aunque muchos esperaríamos que fueran ellas las que nos enseñaran, no al revés) es la de la comparecencia del Director o Rector así como sus principales funcionarios para presentar un informe (incluyendo su glosa) en un formato que realmente permita el dialogo en un marco de rendición de cuentas.

¿Cuántas universidades tienen este formato? Al menos yo no conozco ninguna. Me refiero no al formato del informe bajo reflectores, sino al informe segmentado, con comparecencias, ante las instancias correspondientes para rendir el parte de lo logrado pero también de lo que aún falta por hacer y ¿por qué no? incluso de lo que no ha funcionado.

Si bien esto puede verse como una crítica al informe tradicional que en muchas instituciones de educación superior se da, esto no es el fin de esta disertación, sino el señalar el área de oportunidad que puede comenzarse a fomentar en nuestras universidades donde se entiende que quien dirige esta para servir y para rendir cuentas de su servicio y que esta rendición debe buscar las maneras de lograr su fin sin perderse en chaquiras y oropeles.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/GSIT-PNmtdo

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viernes, 16 de junio de 2017

Los funcionarios universitarios y la curva del aprendizaje


Todo trabajo a desarrollar, por más sencillo o complicado que sea, implica un nivel de desempeño esperado, desempeño que en contraprestación obliga a pagar por él, esto incluye el desempeño esperado de los funcionarios universitarios los cuales prácticamente no tienen tiempo que perder –y hacer perder a la institución- mientras recorren la curva del aprendizaje.

El término curva del aprendizaje se utiliza para definir ese tiempo que pasa entre el momento en que alguien adquiere una responsabilidad y hasta el momento en que desarrolla al 100% la habilidad requerida para desempeñarla, esta curva del aprendizaje puede ser corta o larga en función tanto de la experiencia, las capacidades y la instrucción de quien adquiere la responsabilidad.

En toda empresa, una curva del aprendizaje larga se da siempre en demérito de la misma organización, ¿por qué? pues porque simple y sencillamente un desempeño que no esté al 100% la obliga a ir más despacio, con mayores errores o con menos eficacia en sus procesos, lo cual la afecta en sus objetivos organizacionales.

Pero en el caso de una universidad, sobre todo de una universidad pública, no existe una presión tal que obligue a que esa curva del aprendizaje sea corta o casi nula, ¿por qué? pues porque la universidad pública tiene garantizado un presupuesto el cual está en función de sus alumnos, no tanto del desempeño de sus funcionarios.

Así podemos estar frente a una situación donde las nuevas autoridades de cualquier universidad privilegien no la capacidad, sino el amiguismo o compadrazgo en la promoción de los puestos de niveles superiores, después de todo “ya tendrán tiempo para aprender”.

Una empresa donde a quien asignan una responsabilidad “no dé el ancho” inmediatamente toma la decisión de remover a tal persona de su puesto, una universidad no. Pueden pasar meses, años, incluso todo el período de la administración, sin que los funcionarios “den color” pues siguen en la curva del aprendizaje, todo esto sin que pase nada pues el dinero sigue fluyendo vía presupuesto asignado.

A cualquier funcionario universitario que pusiera como excusa a su incapacidad o falta de resultados el estar precisamente en la curva del aprendizaje yo le preguntaría ¿y también proporcionalmente estás en la curva de cobrar tu sueldo? Es decir, tal vez el funcionario aún no llegue al 100% requerido para el desempeño de su puesto pero ¿si está cobrando desde un inicio el 100% de su sueldo?

Que conste que no estoy señalando que alguien que llegue a un puesto debe estar al 100% desde el primero día, como mencioné eso depende de experiencia, capacidad e instrucción, pero sí señalo que las administraciones deben poner especial cuidado en la selección de sus cuadros superiores considerando precisamente esos factores para que suban los más capaces y por ende los que ocupen menos tiempo en la curva del aprendizaje.

Esta arenga se motiva más en cuestiones de ética, honestidad y honorabilidad ya que, como mencioné, a diferencia de una empresa, la universidad no tiene factores apremiantes que la lleven a actuar con compromiso en la promoción y asignación de puestos de niveles superiores.

En la medida que una universidad entienda que quienes suben deben ser los más capaces, con mayor experiencia, con mayor entendimiento y mayor compromiso, la famosa curva del aprendizaje requerida para desempeñar con eficiencia y eficacia sus responsabilidades será menos pronunciada, después de todo no se vale, y repito: no se vale, el llegar con la idea vendida que se sabe cómo hacer las cosas para luego salir que los esperemos un momento porque no saben hacerlas.
Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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viernes, 9 de junio de 2017

Clase abierta universitaria: la prueba de manejo de la educación superior


La elección de la institución de educación superior donde se cursarán estudios universitarios no es un asunto de menor importancia, uno puede revisar todo lo que ella nos presenta a través de la información que pone a nuestra disposición, pero de la misma uno también debería poder revisar lo que ella es en la práctica a través de la experimentación.

Una práctica en las empresas automotrices que se ha venido a generalizar son las famosas pruebas de manejo.  Cuando uno desea adquirir un vehículo llega a la agencia y revisa toda la información que del mismo se nos presenta, incluso lo revisa físicamente, pero lo que viene finalmente a definir la compra es la prueba de manejo. La prueba de manejo no es otra cosa que realmente experimentar en la práctica, en la realidad, la conducción del vehículo que tiene nuestras preferencias.

Ahora pensemos cuando vamos a comprar ropa o zapatos, vemos y vemos modelos y estilos para finalmente venirnos probando aquellos que nos gustan como una prueba final de los mismos para ver si nos convence su adquisición. Si vamos a comprar una computadora, muchos centros de venta las tienen en exhibición y en muchos casos encendidas para que puedan ser usadas y por ende evaluadas por el consumidor potencial. Así pudiéramos pensar en muchos ejemplos donde, independientemente de la información que sobre tal o cual productos se nos dé, es posible probarlo para terminar de convencernos en su compra.

Supongo que una educación universitaria es, digamos, mucho más importante que unos pantalones, una camisa, unos zapatos o unos tenis y que de la eficiencia de la misma nos permitirá comprar en el tiempo y durante nuestra vida varios vehículos y varias computadoras, luego entonces ¿dónde está nuestra prueba de manejo?

La pregunta anterior, la prueba de manejo de la educación superior, se refiere a lo que se conoce como clase abierta, este concepto de clase abierta se utiliza en algunas escuelas, sobre todo privadas y sobre todo a nivel básico, como un momento y un espacio donde los padres pueden ir, no tanto a ver la clase en sí (tal vez el término esté mal utilizado) sino más bien a ver los productos que sus hijos han desarrollado en las clases y por ende lo que han logrado.

En el caso de la educación superior no nos estamos refiriendo a clase abierta con la acepción anteriormente comentada sino con realmente una clase abierta, es decir, un momento y un espacio donde la sociedad puede ir y entrar (como oyente, eso sí) a una clase. La prueba de manejo de la que hablamos, la clase abierta, es permitir que quien lo desee pueda ingresar a un salón para ver de manera práctica la información que se maneja, las condiciones físicas de la institución y el nivel de los docentes.

Esta clase abierta, como toda actividad universitaria, debe ser planificada. No se trata de que en cualquier momento quien lo desee pueda entrar a un salón de clase. Pueden organizarse fechas donde esto sea permitido incluso con ciertos controles por cuestiones de seguridad y capacidad (por ejemplo un registro en línea de quien desee acudir), pero la idea subyacente de previamente “probar” la educación superior prevalece: empoderar a la gente para que sus decisiones sean con la información suficiente para ser completas en su análisis y correctas en su opción.

Así como en el caso del vehículo, la ropa, los zapatos o la computadora, la clase abierta, la prueba de manejo de la educación superior, puede ser el factor que permita decidir entre una carrera y otra y entre una institución y otra, y de esta manera no solo dinamizar la competencia educativa repercutiendo con ello en la calidad de la misma sino otorgar a los usuarios de ésta el poder de una decisión fundamentada.
Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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viernes, 2 de junio de 2017

¡Piensa en función de procesos, no en función de personas!


La universidad, como máximo referente del pensamiento humano, debe ser capaz de mostrar las formas y maneras correctas en que pueden y deben hacerse las cosas, y ese mostrar debe basarse en las capacidad de generar procesos que garanticen eso más que pensar en personas que lo hagan.

 En mi vida académica me ha tocado la fortuna de ver los procesos universitarios desde diferentes puntos: como académico, como responsable de programa, como líder de cuerpo académico e incluso como funcionario. En todos esos momentos mi esfuerzo se ha centrado en generar procesos que garanticen que las cosas se hagan bien, más que dejar esto último al perfil de quienes estarán luego en los puestos.

Paso a explicar lo anterior: en muchas ocasiones, cuando se van a hacer cambio de funcionarios o responsables en tal o cual puesto universitario, luego luego comienzan a salir los candidatos a suceder a quien estaba y los grupos que apoyan a tal o cual. Cuando uno pregunta a los grupos por que apoyan a tal o cual candidato, el argumento principal es que ese a quien apoyan consideran que es quien hará lo que desean para el bien del área o del proceso institucional. Pero esto no debería ser así.

Pensar de la manera anterior es dejar la eficiencia y efectividad de los procesos (el hacer bien las cosas) a la buena voluntad (y capacidad, porque no) de quien esté al frente de los mismos. Por el contrario, cuando se generan  procesos que garanticen lo anterior prácticamente no importa quién esté al frente de los mismos pues ya está establecido como pueden y debe hacerse las cosas.

Pensar en función de procesos nos libera pues permite entonces sí, que escojamos al mejor para estar al frente de los mismos, caso contrario cuando no se piensa en procesos sino en personas que la preocupación se centra en que quede tal o cual amigo o conocido para poder así obtener de él su apoyo.

Pensar en procesos es algo así como establecer las reglas del juego a detalle para que las cosas se hagan bien, y esto no es de gratis sino que es un requisito sin el cual no se puede darse la función universitaria pues quien llega a un puesto debe saber claramente qué debe hacer y (más importante aún) cómo debe hacerlo.

Cuando uno participa en establecer las reglas anteriores sucede algo mágico (por llamarlo en cierta forma): esas reglas surgen de manera impecable pues ninguno de los participantes sabe quién quedará en un futuro en tal o cual puesto por lo que desean garantizar la mayor objetividad para el mismo.

Si uno ve en una universidad enfrentados grupos para que en tal o cual puesto quede tal o cual persona, significa que los procesos universitarios no están diseñados para que éstos se desempeñen con alto nivel de compromiso y responsabilidad, caso contrario no importaría quien llegara a ese puesto, o mejor dicho, se optaría siempre por el mejor y el más capaz.

La universidad como referente de desempeño individual, organizacional y social, debe mostrar las formas en las cuales se garantices las mejores prácticas en el ser y el quehacer, y esto solo será posible cuando se piense en función de procesos y no en función de personas.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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