viernes, 23 de junio de 2017

Informes de chaquira y oropel


El derecho a la información proporciona dos vertientes coincidentes, la de quien informa y que se refiere a la responsabilidad y transparencia que imprime en su actuar, y la de quien es informado y puede por ende demandar o reconocer el ejercicio de una función, esto adquiere –o al menos debería adquirir- un valor mayor en la educación superior, sobre todo en la pública, porque con los recursos de todos se está construyendo –o al menos así lo pensamos- un mejor futuro para todos.

La cuestión de informar periódicamente –generalmente cada año- de los logros y avances de su gestión, se ha vuelto una práctica muy socorrida por quienes están al frente de una organización, una institución, una asociación o un puesto gubernamental. Si bien esto es loable, sobre todo en educación superior, lo que comenzó en un inicio como un intento de responder a esa confianza depositada se ha vuelto en muchos casos un mero teatro con toda su parafernalia pero sin ninguna sustancia.

 La escena es de todos conocida: directores o rectores de instituciones de educación superior convocan a la presentación de sus informes, dentro de la lista de invitados están generalmente representantes de la sociedad civil que (curiosamente) nunca van a la universidad pero que el día del informe están ahí presentes, ¿cuál sería la razón de ello? el escenario. El informe anual que un líder de una institución de educación superior da se ha vuelto en muchos casos en un escenario donde, como en cualquier evento político, es bueno estar y ser visto aunque no se sepa bien a bien de qué se trata.

¿Y los verdaderamente interesados?, ¿y la sociedad civil?, ¿y la información realmente importante? El informe de labores se convierte así en una relatoría de lo hecho donde dicha relatoría deviene en un soliloquio pues no hay interlocutor para realmente iniciar un diálogo de rendición de cuentas y censura o reconocimiento.

¿Cuál es el valor de un acto así? Si es el de informar esto puede hacerse sin tanto costo poniendo a disposición de quien así lo desee (sobre todo con los medios electrónicos actuales), el reporte necesario. Pero si no es el de informar ¿cuál es el fin entonces?

Un ejercicio democrático (e incluso republicano) que bien pudieran aprender nuestras universidades (aunque muchos esperaríamos que fueran ellas las que nos enseñaran, no al revés) es la de la comparecencia del Director o Rector así como sus principales funcionarios para presentar un informe (incluyendo su glosa) en un formato que realmente permita el dialogo en un marco de rendición de cuentas.

¿Cuántas universidades tienen este formato? Al menos yo no conozco ninguna. Me refiero no al formato del informe bajo reflectores, sino al informe segmentado, con comparecencias, ante las instancias correspondientes para rendir el parte de lo logrado pero también de lo que aún falta por hacer y ¿por qué no? incluso de lo que no ha funcionado.

Si bien esto puede verse como una crítica al informe tradicional que en muchas instituciones de educación superior se da, esto no es el fin de esta disertación, sino el señalar el área de oportunidad que puede comenzarse a fomentar en nuestras universidades donde se entiende que quien dirige esta para servir y para rendir cuentas de su servicio y que esta rendición debe buscar las maneras de lograr su fin sin perderse en chaquiras y oropeles.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/GSIT-PNmtdo

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