viernes, 3 de noviembre de 2017

Universidades en crisis: Se juntaron el hambre y la necesidad


La premisa básica que uno da por hecho cuando se habla de las universidades, es que en ellas están las personas más capaces técnica, profesional e intelectualmente hablando, por lo que con confianza podemos voltear hacia esas instituciones en busca de soluciones a los problemas que aquejan a la sociedad, pero ¿qué pasa cuando las universidades están inmersas en crisis que evidencian lo contrario de la premisa inicial?

En una ocasión hablaba con un amigo acerca de la grave crisis financiera por la que están pasando las universidades en nuestro país. Ambos hacíamos apreciaciones sobre lo que implicaba esto así como los alcances de los problemas universitarios. En medio de la plática le hice un comentario que sonó un poco escandaloso: “si las universidades, con tanto experto súper preparado que tiene, están inmersas en esos problemas, ¿no deberíamos dudar siquiera un poquito de su capacidad y por lo tanto no poner nuestra confianza en ellas?”

La idea es sencilla: ¿cómo es posible, por un lado, que las universidades hayan llegado a ese nivel de problema financieramente hablando y, por otro lado, cómo es posible que sean incapaces de resolverlo?

Sé que algunos argumentaran los problemas en cuanto a la radicación presupuestal de los compromisos financieros que tienen los diferentes niveles de gobierno (en el caso de las universidades públicas), pero aún así ¿no tienen planes de contingencia? ¿no saben distinguir entre lo prioritario y lo no prioritario? ¿no tienen manera alguna de encontrar soluciones a esos problemas?

Siguiendo con la conversación le comenté a mi interlocutor como es que un ama de casa al parecer demuestra más sabiduría en cuanto al manejo de sus recursos, esté o no letrada: administra lo que tiene y si no hay recorta. Pero parece que las universidades solo tienen la opción de pedir más y esperar se les de la totalidad de los recursos.

Seamos honestos: si pusiéramos en un grid las actividades que realizan todas las áreas de todas las universidades, ¿qué proporción de actividades podríamos considerar en el área de “prioritarias e ineludibles”? ¿un 90%? ¿un 70%? ¿un 50% o de plano menos?

Pongámoslo de una forma más sencilla: ¿alguien acudiría con un nutriólogo que está pésimamente de salud? ¿o con un contador público que está súper embroncado fiscalmente hablando? ¿o con un asesor financiero que está en bancarrota? Ahora bien, ¿alguien iría a una universidad a formarse, buscar soluciones o simplemente para buscar formas de mejorarse si dicha universidad está con graves problemas financieros, académicos o administrativos (que en muchas ocasiones son uno y lo mismo)?

Creo que para los fines que persigue una universidad (formar profesionistas, realizar investigación y extender la ciencia y la cultura), la peor tarjeta de presentación que puede tener es mostrarse y señalar que está con problemas, sean éstos los que sean, simple y sencillamente porque es una forma de decir “no puedo ni sé cómo, pero sí quiero ayudarte a ti”. Verdaderamente ridículo e incongruente.

Las universidades, antes que pretender incidir de manera decisiva en las sociedad con sus procesos, deben ser capaces de mostrarse como entes exitosos para poder creer –no solo confiar- en su capacidad para ayudarnos a remontar nuestros problemas y habilitarnos para conseguir nuestras metas.

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

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