viernes, 18 de noviembre de 2016

Pizarrón negro... pizarrón blanco...


La evolución del ser humano y de la sociedad en general, ha adquirido en las últimas décadas un dinamismo en cuanto a la velocidad con que los cambios se suscitan, estos cambios han permeado también las forma de ejercer la docencia, enfrentándola a retos que nunca antes había conocido.

Hasta hace poco la formación profesional de los individuos era relativamente estable: unos años en la universidad y después a ejercer la profesión para toda la vida con pocas (sino es que nulas) actualizaciones profesionales. Ahora la misma formación enfrenta grandes retos para lograr transmitir los conocimientos, las habilidades, las actitudes y los valores para desempeñar una profesión, lo cual no termina con la obtención de título pues los cambios obligan a actualizaciones constantes para mantenerse al día.

El famoso pizarrón negro, donde el docente dejaba la tiza en ideas, esquemas y ejercicios, ha cedido su paso al pizarrón blanco (o más bien pintarrón), donde ahora con plumones el docente busca ejercer su vocación formativa. Pero hay algo que ha quedado y permanecido: la necesidad de formar cada vez no solo mejores profesionistas sino mejores individuos.

De nada sirve, absolutamente de nada, el tener los mejores adelantos tecnológicos, los mejores materiales didácticos, los mejores procesos formativos e incluso los mejores profesores sino todo no va enfocado a formar mejores individuos, ¿por qué?, pues simple y sencillamente porque el individuo es la base de la  sociedad y un individuo corrupto, antiético, o simplemente sin valores, socavará las bases mismas de la comunidad.

¿Y cómo eso intangible que son los valores, la ética, la honestidad puede transmitirse? Ahí está el meollo, pues en esto hay una conjunción de la familia, la sociedad y los procesos formativos. Familia y sociedad son fuente y destino del comportamiento individual, tienen sus propias responsabilidades, desempeñan sus propios roles, pero en la cuestión de los procesos formativos, sobre todo de los procesos universitarios, son tres factores los que deben cuidarse: profesores competentes (capaces, con experiencia, con formación), profesores éticos (legales, normativos, profesionales); profesores trascendentes (que vayan más allá de su compromiso y busquen a través de sus alumnos crear un mejor futuro para todos).

Lo anterior requiere algo muy sencillo pero a la vez sumamente valioso: vocación. La vocación hace que el docente, aún y cuando cómodamente puede esperar a que llegue el cheque que tiene ya para sí, busca afanosamente ser mejor y hacer mejor como si de su desempeño dependiera la retribución económica. La vocación hace que el área de confort nunca sea aceptada por el docente y que busque constantemente la perfección en lo que hace con el riesgo que esto implica. La vocación permite al docente enriquecer de manera intangible pero notoria, visible y  perceptible no solo su propia actividad sino la vida misma de los alumnos que está formando.

El pizarrón negro ha cedido ante el pizarrón blanco,  la manera tradicional de enseñar ha cambiado a una nueva forma de propiciar el aprender, la tiza ha sido cambiada por el apuntador laser, pero la necesidad de la sociedad de contar con cada vez mejores individuos sigue de manera permanente, tal vez como nunca antes, y aquí el docente, como guerrero y sembrador, labra con cariño, con tesón y más que eso, con vocación, los campos de la comunidad donde los futuros profesionistas florecerán y darán fruto.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/Lnguy_lRd8c

También puede descargarse gratis el poemario del mismo autor "Perfectos son tus caminos” -50 poemas en la línea del pensamiento cristiano-, desde www.rocefi.com.mx  (Menú “Libros” Sección “e-book gratis”)


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