viernes, 3 de febrero de 2017

Democracia universitaria: entre el populismo y la excelencia


Las universidades son microcosmos sociales que reflejan los pensamientos y deseos de toda la comunidad, en este sentido es muy loable la intención de democratizar sus procesos, lo único que hay que cuidar y tener en mente es que esta democratización sea un camino de mejora continua y excelencia ejemplar.

Las universidades, como punto de partida y referente para el desempeño social y profesional, tiene la obligación de incorporar en sus procesos aquellos valores que busca ver replicados en la comunidad, uno de estos valores es la capacidad de decidir de manera consensuada e incluyente lo que es mejor para todos, a este valor le llamamos democracia.

La democracia como valor busca incluir las visiones diversas y en algunos casos divergentes, a través del dialogo y el discernimiento. El supuesto del que parte es que las gentes tiene  capacidad de razonamiento que les permite evaluar entre diferentes opciones y tiene valores y compromisos más allá de la inmediatez y de su beneficio que los impulsará a tomar las mejores decisiones. Si bien esto es un supuesto, yo más bien diría que es un ideal, y que mientras no se alcance la democratización de los procesos universitarios no traerá los beneficios esperados.

Suponemos que un grupo académico (lo mismo aplica a un grupo administrativo) de una universidad, en cuanto a procesos de decisión democráticos, buscará aquella opción que sea mejor, que incluso supere sus expectativas y exigencias pues, por una parte reconocerá capacidades y trayectorias, y por otra se establecerá un estándar y un liderazgo que lo lleve a ser mejor, pero ¿y cuando esto no esa sí?

Veamos aquellos procesos universitarios democráticos y analicemos si en efecto se escoge al mejor, al más capaz, al más competente, o si por el contrario se escoge al amigo, al “cuatacho”, al que palmea espaldas, al que saluda a todos, al que ofrece las perlas de la virgen (como coloquialmente se dice) para que lo elijan, aunque eso implique abaratar los procesos mismos y ofertar como en un tianguis las responsabilidades universitarias.

Es un hecho que el funcionario universitario, sea éste del nivel que sea, está para cumplir las leyes y reglamentos, no para granjearse el aplauso de los demás con propuestas populistas y demagógicas que a todos gusten (y por ende a todos engañen), pero que no exijan ni le exijan.

En algunas universidades tristemente los procesos democratizadores se han convertido en una pasarela de popularidad, más que de capacidad, que ha llevado a quienes desean participar en las responsabilidades de la universidad por caminos de amiguismo, “buena onda” y camaradería, ya que al final lo que se evalúa es lo mucho que nos dará el funcionario contra lo poco que nos exigirá como tal.

Pero de la misma forma en otras universidades los procesos democratizadores ven más allá de la inmediatez y la gente entiende que lo que es mejor para la universidad es mejor para ellos (al revés no siempre funciona) por lo que eligen a los mejores, a los más capaces, a los mayormente comprometidos con el quehacer y filosofía universitaria.

La democratización de los procesos universitarios es un tema de debate, no tanto por el valor implícito en lo que a democracia concierne, sino en la capacidad de las gentes que participan en ella de decidir de manera objetiva, comprometida y trascendente.



Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/AyLAgHp6egw

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