viernes, 13 de octubre de 2017

Académicamente bueno, ¿pero profesionalmente malo?


En los diferentes procesos académicos que me ha tocado participar y que implican establecer perfiles de egresados, siempre se han determinado características que se identifican con la excelencia profesional, no solo conocimientos y habilidades, sino también actitudes y valores, ahora bien, si eso se espera de un profesionista egresado de una universidad ¿es lógico pensar que quienes estén al frente de los procesos formativos muestren menos características que aquellas que quieren desarrollar?

En una ocasión me toco una situación que fuera cómica sino fuera trágica en una universidad: había unos académicos que habían sido sancionados por diferentes faltas o señalados en varias irregularidades, faltas e irregularidades que no viene al caso mencionar, pero eran faltas e irregularidades graves y vergonzosas tanto para la universidad como, quiero suponer yo, para el mismo académico.

Lo incoherente e incomprensible, para mí, de la situación es que esas personas estaban dando clases, impartiendo asesorías, liderando proyectos de investigación o vinculación, participando en procesos institucionales, etc.

Cuando le pregunté a las autoridades del porqué de lo anterior escuche lo que hasta ahorita para mí es la respuesta más aberrante, absurda e ilógica que de alguien que trabaja en una universidad he escuchado: “lo que pasa es que a pesar de todo es un buen académico”.

Con esa desatinada argumentación pretendía justificar lo injustificable: tener liderando en procesos claves a personas que habían demostrado un ínfimo sino es que nulo amor a la institución, compromiso a la profesión, y responsabilidad con la vocación.

Todos los perfiles de los egresados de todas las universidades marcan no solo conocimientos y habilidades para poder ser considerados como profesionistas capaces, también mencionan actitudes y valores para poder ser considerados gente de confianza.

Pero lo que esta pobre autoridad (pobre en sentido intelectual) me decía, es que con que una persona tuviera conocimientos y habilidades aunque careciera de actitudes y valores positivos o incluso que éstos fueran negativos, le era suficiente para tenerlo formando alumnos, liderando investigaciones, relacionándose vía vinculación con la comunidad o participando en procesos institucionales.

Pero, desde mi punto de vista, no solo era aberrante, absurda e ilógica esa “justificación” sino que peor aún: era falsa. Nadie en su sano juicio iría con un profesionista que fuera muy capaz (conocimientos y habilidades) pero que estuviera señalado de graves acciones (actitudes y valores), pero en esta universidad (lo que es lo que a esa persona no le pueda ni le duela su propia institución), al parecer no había ningún problema con generar una situación por demás irracional.

En otras ocasiones he señalado que el compromiso de las universidades, dado que están en el pináculo del desarrollo, debe ser contar con los mejores elementos para formar, investigar y extender los beneficios de la ciencia y la cultura, pero estos elementos deben ser los mejores no solo en cuanto a conocimientos y habilidades, sino también en cuanto a actitudes y valores, de lo contrario su discurso frente a la sociedad será simplemente una dialéctica hueca, falsa y embustera.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/V0DINStuAHY


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