viernes, 6 de octubre de 2017

La sin razón de las modas académicas


Una premisa que uno da por sentado cuando aborda el tema de las universidades, es que quienes laboran ahí tienen un alto nivel de compromiso intelectual que les permite analizar a profundidad los temas y decidir correctamente basados con la mayor información de que se dispone, después de todo para eso se les paga: para pensar (y por ende educar, investigar y difundir la ciencia y la cultura), pero cuando uno ve las modas académicas no puede menos que dudar de esa premisa inicial.

“¡Todos por un posgrado!, ¡ahora todos a investigar!, ¡ahora todos a ponenciar!, ¡ahora todos a ser doctores!”, cual si fuera un tianguis donde las ideas se abaratan a tal grado que deben ser perifinoneadas, de un tiempo a la fecha en nuestras universidades se ha visto un fenómeno que más que tendencias académicas pareciera que estamos hablando de modas académicas.

Comenzaron a requerirse (sobre todo de manera externa, léase gobierno para asignar recursos extras u organismos certificadores o acreditadores para otorgar reconocimientos) que los maestros tuvieran posgrado y todos los docentes comenzaron a ser inscritos en maestrías, en algunos casos se llego al extremo que las mismas universidades generaban sus maestrías para ahí mismo formar y titular a sus propios maestros.

Luego vino la moda de los doctores. Igual que el caso anterior las universidades comenzaron a empujar a sus docentes ya con posgrado a cursar ahora doctorados, y de la misma forma en muchos casos creando endogámicamente ella misma sus propios grados para formar y titular a sus propios docentes como doctores.

¿Cuál es el resultado? Que las universidades pomposamente muestran como sus indicadores en estos rubros han subido (enfoque cuantitativo), pero cuando uno ve la actividad y productividad de estos docentes con maestrías o doctorados casi en nada se diferencia de lo que hacían antes de obtenerlos o de lo que hacen sus compañeros que no los tienen.

¿Qué quiere decir lo anterior? Que se le invirtió tiempo, esfuerzo y dinero (esto último de toda la sociedad que vía impuestos sostiene a la universidad) para que los docentes obtuvieran un grado más por la moda de obtenerlo que por responder al perfil del docente y al plan de la universidad, pero lo peor es que esa inversión no resultó en cambios dramáticos de desempeño como uno esperaría.

Luego vienen las ponencias, los artículos, los libros; se comenzó a exigir esto en los docentes y éstos desarrollaron maneras de lograr lo que se pedía (de nuevo enfoque cuantitativo): tantas ponencias, tantos artículos, tantos libros, productos que para nada atendían la calidad requerida y que, peor aún, no abonaban en nada a la sociedad que pagaba (y paga) con sus impuestos esto.

Pudiéramos seguir con una lista casi interminable de las actividades académicas que más bien parecen moda. Al parecer nadie se pregunta primero si el perfil del docente va encauzado hacia eso que se desea ahora haga en lo individual o en lo colectivo, lo importante de nueva cuenta es lo cuantitativo: “tantos nuevos posgraduados, tantos nuevos doctores, tantas nuevas ponencias, tantos nuevos artículos”, pero cuando uno pregunta ¿y todo este esfuerzo para qué ha servido? no es el silencio el que responde sino una retahíla que busca justificar lo injustificable: modas que nos han costado y que no nos han dejado nada.

La universidad debe entender que no está para cumplir modas sino para vivir su vocación de servicio a la sociedad y que para ello quienes se comprometan en tal o cual actividad deben tener la capacidad para ello y el compromiso para desempeñarse con excelencia en pos del bien común, de otra forma tendremos una pantomima donde todo parezca ir hacia adelante, aunque no nos movamos.



Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

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